sábado, 25 de octubre de 2014

España y Luis Alegre, ese canalla

Fernando Palmero

Fernando Palmero

Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, desde que se incorporó a EL MUNDO ha sido coordinador de colecciones históricas y de suplementos especiales, redactor de Orbyt y, en la actualidad, miembro de la sección de Opinión. Es, además, colaborador de la revista LEER.

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Luis Alegre, ese canalla

"Ésta es, pues, la verdadera respuesta al enigma: que no se haya suicidado todavía no se debe, como muchos sostienen, a una pertinaz torpeza en la elección de medios; tampoco se debe a impedimentos naturales como su levedad o su falta de sangre en las venas; y mucho menos a una falta de coherencia interna. Todo lo contrario. Es precisamente la implacable coherencia interna de un criminal eficaz lo que le impide eliminar de este mundo siquiera esos poquísimos centímetros de miseria en los que él consiste". El texto es de Luis Alegre y está fechado el 17 de abril de 2002. Fue publicado en rebelion.org. Pero no lo busquen ahí, ha sido borrado del archivo. Lo pueden leer completo aquí. Era la respuesta a un artículo que dos días antes publicó Gabriel Albiac en su columna de EL MUNDO. Alegre, entonces, no era nadie. Para sus compañeros, nada más que 'el hijo de Liria', el protegido e Liria. Y en nombre él actuaba. De Carlos Fernández Liria, profesor de la Facultad de Filosofía, donde Albiac desempeñaba su cátedra. Liria no se atrevió a firmarlo, pero seguro que le ayudó a la redacción, como luego a la tesis, como luego a los libros que han firmadojuntos, como luego a quedarse de profesor en una Facultad donde Albiac es ya catedrático emérito.
Aquel artículo fue el punto de partida. Luego se desató la locura. Que el artículo de Albiac, Vuelve el chimpancé, fuese una crítica al dictador Chávez, es lo de menos. Aquel artículo, podría haber sido cualquier otro, fue colocado en un tablón de anuncios protegido por un cristal, de la segunda planta de la Facultad al que Alegre y otros muchos igual de canallas que él peregrinaban cada día para depositar su ración de insultos y amenazas a aquel catedrático al que había que "suicidar" por sionista, por criticar a la democrática Venezuela, por fascista, en suma. En algunas reuniones, en las que participaba Alegre, se planteó incluso la posibilidad de una agresión, desechada a última hora para no convertir al facha "en mártir".










El tablón, eficazmente gestionado, crecía día a día. Pero se quedó pequeño. Y los insultos, transmutados ahora en amenazas, aparecieron entonces en la pizarra de su aula, por los pasillos de la Facultad, en diferentes webs y finalmente en Gara, donde como sabemos, las amenazas dejan de ser un recurso retórico. Ahí publicaba el millonario ensayista Santiago Alba Rico. Bajo su protección, entonces ya sí, Liria y la catedrática Montserrat Galcerán decidieron asomar la cara y añadir su firma a textos escritos por Alba Rico en los que podían leer cosas como éstas: "A Albiac le conviene no existir.Porque si pudiese demostrar su existencia y el Tribunal Internacional se pusiera finalmente en marcha, quizás acabase sentado en el banquillo por negacionismo, colaboracionismo, exaltación de la violencia, xenofobia y racismo. Nos conviene que no exista. Porque si se demuestra su existencia y los malos tiempos que se avecinan le dan un mínimo de cancha, puede que sea él el que acabe encarcelando o gaseando a todos los tontos, los buenos, los negros, los moros, los indígenas y, en definitiva, a todos los que no son rubios, altos y arios como él".
Aquel curso, acosado y amenazado, Albiac pidió amparo al rector y suspendió sus clases. El tablón continuó unos meses más. Luis Alegre era entonces sólo "el hijo de Liria". ¿Para quien trabajará hoy aquel soldado que deseaba la muerte de un catedrático por estar en contra de una de sus columnas? El pasado sábado, en Vistalegre, el responsable de organización de la asamblea constituyente de Podemos impidió que el reportero gráfico de ABC accediese a la zona de prensa para hacer su trabajo. Luis Alegre, ese canalla.  

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