Orwell y Gramsci, el juicio de la historia
Por: Alonso Castillo
1984 de George Orwell es junto a Fahrenheit 451 y Un Mundo Feliz
(Bradbury-Huxley), la novela distópica con mayor numero de referencias
en el ámbito político. Tanto, que con un cinismo avasallador
atestiguamos hace algunos años como El Gran Hermano, su elemento más
característico en otro tiempo símbolo del autoritarismo sin medida, se
tradujo en circo televisado y espectáculo del exhibicionismo.
En 1984 se describe la relación entre individuo y poder con exactitud escalofriante en una sociedad dominada por el Gran Hermano,
tutor nacional tras el que se encuentra la maquinaria del Estado para
perpetuarse en el poder a través de la tortura, la eliminación de la
conciencia y la invención de la historia cuya vigilancia preservará la
dictadura del Partido.
Escrita en 1949 la novela es producto de
la formación familiar de Orwell, su militancia en el partido comunista y
la crisis que él mismo experimentó de los sistemas totalitarios,
característica esta última que influyó ampliamente en el desarrollo
temático de la ciencia ficción.
Por eso, es natural encontrar en la
novela fuertes coincidencias con las corrientes del pensamiento político
de la época que le permiten transcurrir desde un acertado y pesimista
sentido común hacia la ficción más agobiante. Sobre todo, y al margen de
la lectura propiamente literaria de la obra, porque el análisis no se
agota en la recreación de las relaciones de dominio o en la función
represora del estado como experiencia artística.
La novela de verdad resulta terrorífica
porque su anticipación del escenario mundial describe puntualmente los
elementos que caracterizan el comportamiento del estado moderno y
vaticina la dimensión que habría de cobrar la propaganda como
instrumento de poder. Lo interesante además en la predicción es que da
cohesión al concepto del Estado Hegemónico que además de
dominar por la fuerza se impone por el convencimiento, o en todo caso
manipulación, del italiano Antonio Gramsci, una tesis que no fue sino
hasta la década de los setenta que fue valorada y mantuvo su vanguardia
hasta pasado el final de la guerra fría cuando ya el avance global de
la información apresuró a los científicos sociales en dirección de los
estudios de opinión pública.
Además de contemporáneos, la
coincidencia entre los autores es bastante mordaz. A pesar de la
militancia y aportes críticos, ambos murieron señalados por la izquierda
ortodoxa y aún después, la historia continuó juzgándolos con desdén.
Tanto la tesis de Gramsci (no obstante haber surgido dentro de la
reflexión práctica-filosófica en la consolidación del socialismo) como
la visión de sociedad esbozada por Orwell, se reconocieron como
características mayormente alcanzadas en la cima del capitalismo, justo
como cada uno había advertido al señalar los riesgos de los sistemas
totalitarios.
A la Teoría del Estado antes centrada en la administración de ley y orden, Gramsci agregaba el concepto del Estado Ampliado
(o hegemónico) en el que se incluía a la sociedad civil compuesta por
partidos políticos, sindicatos, familia y medios de comunicación con el
afán de representar al individuo ante los órganos de gobierno. A través
de esta estructura el discurso debía fluir, reproducirse y al mismo
tiempo dar legitimidad y soporte a la cultura estatal, lo cual en un
sentido ideal no entorpece el desarrollo del hombre porque no existe
distinción entre individuo y poder colectivo ya que ambas partes forman
unidad encaminada a la preservación del grupo como un todo y en las
organizaciones de la sociedad civil se favorecerán las condiciones para
diluir la fricción de los subsistemas: el padre enseña al hijo, la
escuela lo educa, luego el patrón lo integra como obrero; todos ellos en
seguimiento a las pautas del discurso oficial aseguran el reforzamiento
de los valores del sistema. Es algo parecido a la relación que existe
entre la religión, la biblia y Dios: institución, ley y poder.
Ese es según Gramsci el camino que debía
seguir el proletariado para conquistar el poder: organización de la
sociedad civil alrededor del Estado. La estrategia se remite en el
discurso de la democracia al reconocimiento entre iguales de un orden
incluyente donde existe identificación entre los fines estatales y la
función de las instituciones que a su vez cobijan al individuo. La
relación sintetiza la noción de representatividad y el acceso de todos
los sectores al proceso de construcción de la opinión pública vista
desde la perspectiva de la participación, la voluntad individual y la
función educativa identificada en el Estado Ideal.
Desde el punto de vista crítico la misma
tesis anotaba la relación entre poder y cultura como rasgo de la
autoridad vertical para imponer orden al individuo a través del agente
representado por el intelectual en varios niveles. Esta semejanza en
general la explica todo el binomio educación-información en los medios
masivos pero en particular la describen los merolicos en los
noticiarios, los futbolistas-héroes-nacionales, el drama en las
telenovelas, los narcocorridos en el barrio, el discurso convencedor
populista (por si no hubiera ya suficiente demagogia en la política),
los castings cada tres meses para crear personalidades de-la-na-da
y en general la agenda setting. Lo mismo el “intelectual” en el sentido
laxo es cualquier sujeto, actor o líder que emite contenidos
“éticos-morales” y que han de ser reconocidos por otro sector como
válidos.
El Estado Ampliado de Gramsci entonces
contempla que además de dominar por la fuerza, éste puede dirigir por el
“convencimiento” paseando la balanza entre un extremo y otro, de mayor o
menor uso de la violencia a mayor o menor reforzamiento del discurso.
Ahí es donde se cruza con Orwell y hacia donde apuntaron por separado desde la ficción y la ciencia política.
1984 no repara en matices
cuando proyecta el alcance del poder mediante el uso de la fuerza.
Winston inmerso en un largo proceso de degradación hace notar que ni
amor ni razón reivindican un carajo cuando se enfrenta la vejación del
poder autorizado. Hasta el mismo final se encuentra a sí mismo como un
guiñapo sin voluntad capaz de aceptar que la suma de dos más dos es
igual a cinco.
No obstante lo de verdad aterrador viene
con la posibilidad de erradicar el lenguaje como lo conocemos para
acabar con la capacidad de pensamiento:
“Destruir palabras es un acto de gran
belleza (…) hay centenares de vocablos perfectamente prescindibles. No
comprendes que el objetivo central de la Neolengua es acotar las
potencialidades del pensamiento, estrechar el radio de acción de la
mente“, recuerda el personaje de Syme en el relato.
La idea es redonda, además del miedo y
la represión directa ¿Cómo podrá existir la posibilidad de revueltas si
en el futuro la palabra misma y su significado dejar de existir? La
figura del Gran Hermano propone el diseño de un vocabulario
autorizado al que constantemente se le aplican recortes para armar el
esqueleto de un lenguaje corporativo sin vaguedades simbólicas ni carga
política. El dominio por la fuerza se complementa con el control de las
ideas porque “si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje
también puede corromper el pensamiento”.
El “Por los medios que sean necesarios” de Maquiavelo no debería incluir a los medios de comunicación masiva…
El Gran Hermano de Orwell
encuentra en la práctica persuasiva su mérito porque ubica la ficción en
un espacio terrenal bien definido. El que todo lo ve, el ojo
omnipresente y a la vez el miedo asumen la forma de una pantalla de la
que hay que ocultarse. El aislamiento y el escrutinio son doblemente
efectivos por la sola amenaza de sabernos vistos. Y a diferencia de
otros trabajos literarios en los que el futuro fue una referencia
intemporal ubicada en mundos distantes y de amenazas abstractas, el
escenario experimentado durante y después del año 1984 fue bastante
consecuente con la predicción de la novela. Y no se trata aquí de un
mero paralelismo experimentado por cruzar la fecha que le da título,
pero irónicamente, a partir de la segunda mitad de los 80 llegaron los
años de la explosión tecnológica de la mano del lunático Max Headroom y
todo el asunto del cyberpunk.
Digamos que la tecnología producto de la
ficción se ha cumplido científicamente en alguna (gran) medida. Formas
robóticas, naves y viajes espaciales. Sin embargo, en Orwell el peligro
de la enajenación como punto de partida no deja de recordarme el imperio
de la información que hace unas décadas se impone sobre la percepción.
¿Un panorama exagerado? Cosa de voltear a ver las campañas electorales nada más como ejemplo.
Esa realidad corroborada podría ser para
Orwell el trágico juicio de la historia: desde el otro lado de la
pantalla con suma complacencia nos hemos convertido en el ratón de la
jaula. Tan es así, que a últimas “El Gran Hermano te vigila” ya no es
una amenaza, es un slogan.
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