domingo, 20 de septiembre de 2015

Animalismo, #MiSentidoComún

PACO TOMAS

Soy periodista, guionista y, en los tiempos que corren, funambulista. Escribo. Eso es lo que hago la mayor parte del día. También leo y, en ocasiones, releo. Escribo artículos de opinión, teatro, programas de televisión, guiones de cine inéditos y ahora también hago radio. Soy el de “Carta Blanca” en La 2, el de "Alaska y Segura" en La 1, el de “La Transversal” y “Wisteria Lane” en RNE, el del serial “Kurt & Courtney” en Radio 3 y el autor de "Los lugares pequeños", mi primera novela, editada por Punto en Boca.

Puedes seguir al autor en twitter @srpacotomas



20.09.2015

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Animalismo #MiSentidoComún

León  africano. Foto: Pixabay.
León africano. Foto: Pixabay.
El autor trata de arrojar luz y sentido común entre las posturas de animalistas acérrimos y esos que se hacen llamar defensores de tradiciones que, como en el Toro de la Vega, implican hacer sufrir de manera cruel a todo tipo de animales y, en especial, a los toros.
No soy animalista. No convierto a los animales en el epicentro de mi existencia. No tengo mascota, porque me parece una gran responsabilidad que no estoy dispuesto a afrontar. No me gusta que los perros me laman y mucho menos en la boca. No pondría ninguna objeción a pasear en coche de caballos por Central Park, me encanta comerme un buen solomillo a la brasa y tengo un recuerdo enriquecedor de los zoológicos y granjas escuelas de mi infancia que me ayudaron a admirar y valorar a otras especies. Y aun así, espectáculos como el Toro de la Vega me parecen una auténtica atrocidad. Algunos pensarán que peco de incoherencia. Creo que no. La existencia es una continua pugna de matices que hacen posible la convivencia. No veo incongruencia alguna en disfrutar de un buen asado de tira y detestar, con todas tus fuerzas, ese espectáculo sangriento y primitivo que todos los años se vomita en Tordesillas. Tal vez es que haya vuelto a ocupar ese insólito espacio del término medio en una sociedad que apuesta por radicalizar aquello que el sentido común no pudo solventar.
Si bien es cierto que siempre tendré más conexión con un defensor de la vida que con un energúmeno con una lanza en la mano, me cuesta respaldar políticas que me empujan a cambiar mi dieta, que quieren hacerme creer que un coche de caballos es maltrato animal, que satanizan zoológicos y circos como si ellos fueran responsables de la barbarie humana o que ven en un animal amaestrado una exaltación de la rendición animal frente al individuo. Yo no veo eso.
Coches tirados por caballos, o trineos tirados por perros o renos en los países nórdicos, son un atractivo turístico en todas las ciudades del mundo. No hace falta prohibirlos. Como no veo lógica alguna en suprimir los zoológicos, donde existe una regulación respetuosa con el animal e incluso su ecosistema. Como debería suceder en las granjas. La solución no es dejar de consumir carne, huevos o leche. Esa será una decisión voluntaria, jamás impuesta. La solución pasaría por adquirir conciencia del propio animal y mejorar sus condiciones de vida. Y, a partir de ahí, convivir en el siempre excelente sentido común.
No soy un aficionado al espectáculo circense. No he logrado superar esa tristeza que me provoca su vida nómada e inclemente. Pero no entiendo ese interés de los partidos animalistas en clausurarlos en nombre de los derechos de los animales. He visto circos en los que sus fieras estaban tratadas como las auténticas estrellas del espectáculo. Mejor que muchos animales domésticos en muchos hogares de este país. El problema no es que el animal participe en un espectáculo; el problema es que el espectáculo sea la tortura. Del mismo modo que no tengo ningún conflicto cuando veo a un perro guía ni a un perro policía detectando alijos de droga o a un animal participando en una película. Todos ellos están adiestrados y no veo en esa instrucción un sometimiento a nuestros caprichos.
Puedo ser así, pensar así, opinar así y aborrecer el Toro de la Vega. Pero aún detesto más la hipocresía política que presume de abolir las corridas de toros permitiendo que loscorrebous sigan amenizando sus fiestas populares. Porque acabando con el Toro de la Vega no acabamos con la tortura. España acoge al año unos 3.000 festejos populares en los que se maltratan animales. En todos los rincones de nuestra geografía. Para que sigamos infravalorando la educación en valores y principios.
Nunca me gustó el compromiso que une a la tauromaquia con la tortura y la muerte. Puedo ver la belleza, o la denuncia, en su representación e interpretación artística o literaria, pero jamás encontraré belleza en el sufrimiento de un ser vivo. Y menos aún convertir ese dolor en fiesta.
Sé que el argumento del fanatismo siempre es la tradición. Hubo un tiempo en el que creía que las costumbres que pasaban de generación en generación no tendrían por qué suponer un conflicto social, hasta que comprendí que hay seres a los que lo único que les interesa de la tradición es ese ingrediente conservador que bloquea todo progreso. Olvidan que la tradición también es susceptible de cambio; que las cosas pueden llegar a ser tradicionales, o dejar de serlo, en el plazo de una generación. Hay hombres y mujeres que hablan de la tradición como si fuera una condecoración militar, una medalla que ganaron en vaya a saber usted qué batalla. Convierten lo tradicional en un salvoconducto de actitudes absolutamente execrables y, en gran parte, inconstitucionales.
Lo del Toro de la Vega es algo tan anacrónico como pretender convertir la caza del mamut en Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad. Es una salvajada inconcebible en una sociedad progresista y dotada de valores éticos. Hay que alimentar la ignorancia durante años para consentir que tu localidad, Tordesillas, quede vinculada a la barbarie sin intentar ponerle freno. Año tras año, asisto con espanto a esa procreación de la catetez que les hace impermeables al sentido común, a los auténticos valores de la civilización, hasta convertir la defensa de la tortura en su única razón para existir. De hecho, creo que nuestro boicot al Toro de la Vega les ha dado a sus defensores una ilusión para vivir. Como esos chavales de extrarradio, sin oficio ni beneficio, que acaban captados por fuerzas de extrema derecha que les hacen creer que la culpa de su desgracia son los inmigrantes. Así defiende Tordesillas la razón de su deshonra: con soberbia, con violencia, con más muerte. Porque una persona que es capaz de divertirse asesinando a un animal está predispuesta a ejercer la violencia en cualquier otro aspecto de su vida.

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