Oscar Carlos Cortelezzi
Los creyentes de algunas religiones, creen que son poseedores de la Verdad, y peor aun, que pueden imponerla a sus semejantes. Este artículo trata de un grotesco caso de discriminación y acoso, ocurrido recientemente y de una reflexión sobre la necesidad de proteger los derechos de las personas, ya sea para que puedan creer lo que deseen o bien no creer en nada.Libertad de Consciencia y Discriminación
Introducción:
Por lo común, cuando se habla de “libertad de consciencia”, las personas asumen que alguien tiene derecho a disentir respecto de ciertas normativas legales, de obligaciones cívicas, de códigos protocolares o cosas parecidas. La principal razón para esto es, en general, que dicho individuo profesa una determinada religión y que esa fe, le prohíbe hacer eso que, según la sociedad, debería llevar a cabo (o bien, todo lo contrario, que su credo le obliga a algo que la sociedad suele proscribir o condenar).
Debe quedar claro, que la objeción de consciencia es válida… De hecho es parte de los derechos básicos de la persona (de toda persona). Pero, sin embargo, hay algo que entender a este respecto: ¡La premisa no sólo vale para los creyentes, también para los que no creen! (Léase: Que no profesan el sistema de creencias hegemónico o la fe que es dominante en la sociedad donde viven).
Pese a esto, no es tan común que las instituciones gubernamentales, que el poder judicial de las naciones o incluso que la mayoría de los ONGs, velen por ese mismo derecho, respecto de quienes no tienen fe: De los ateos, agnósticos, nihilistas, existencialistas o librepensadores. Incluso, rara vez, lo reivindican a favor de las minorías religiosas…
Parece sostenerse la idea, de que la posibilidad de creer en “Dios” (es decir, el dios de los cristianos) es un derecho inalienable, pero que lo contrario (el descreer de él) es una “perversión de la psiquis” o, por lo menos, algo indigno de ser salvaguardado por las normas de convivencia y del respeto que se le debe a toda persona en cualquier sociedad civilizada.
La libertad de consciencia está emparentada con la de pensamiento y de expresión. La misma consiste en la posibilidad deser diferentes, de obrar según normas y códigos alternativos, que se creen mejores o más apropiados (al menos para uno mismo) de los que priman “socialmente” o que rigen los destinos de las mayorías.
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