20/04/2021 Boaventura de Sousa Santos |
Un país que destituye una presidenta por un simple delito fiscal y no es capaz de destituir un presidente responsable de muchos miles de muertos por falta de asistencia o protección frente a la pandemia, no es una democracia. Un país que incurre en el error judicial más escandaloso desde el caso Dreyfus (1894-1906) y que, a pesar de reconocerlo, no es capaz de extraer todas las consecuencias, tanto en la absolución de la víctima del error como en la condena de sus autores, no es una democracia.
Un país cuyo presidente elegido democráticamente celebra la dictadura, elogia la tortura y se mantiene en el poder, a pesar de poner en venta la Amazonía y de acumular denuncias en su contra en los tribunales internacionales por crímenes de lesa humanidad, no es una democracia. Un país con una notable capacidad científica y técnico-sanitaria bloqueada por la simple obstrucción de quien tiene el poder y la obsesión de matar y dejar morir, no es una democracia.
Un país de desarrollo intermedio que ha permitido que los procesos electorales sean capturados por una de las clases políticas más retrógradas e ignorantes del mundo y por medios de comunicación corporativos consabidos urdidores de golpes antidemocráticos al servicio de las élites económicas y financieras, no es una democracia. Un país donde una mezcla tóxica de milicias criminales y magistrados fuera de sí hostiga a periodistas libres e independientes y les impide ejercer su misión democrática de informar de manera fiable, no es una democracia.
La ruina de la democracia siempre contiene la semilla de la democracia.
Las dificultades
Un país con un régimen supuestamente democrático que no es una democracia nunca está irremediablemente condenado a tal contradicción. Las dificultades y las posibilidades de reversión casi siempre son equivalentes. En el contexto brasileño actual, las dificultades para que la semilla de la democracia vuelva a germinar son tres.
En primer lugar, el país no ha sido capaz de condenar a los golpistas de 1964, y mucho menos el terrorismo de Estado del que fueron autores. Mientras siga sin hacerlo, quienes se beneficiaron con los golpistas siempre vivirán con la esperanza de que vuelvan para resolver sus "problemas". De alguna manera, los militares ya han regresado, pero, por ahora, la realidad de su regreso aún no está a la altura del fantasma de su regreso.
En segundo lugar, debido a su origen colonial, el país se ve minado por un racismo y un sexismo clasistas que degradan la humanidad de quienes viven excluidos y discriminados y los convierte en seres más destinados a morir que a vivir. De ahí el fatalismo corrosivo que impide a los oprimidos identificar fácilmente al opresor.
Por último, las fuerzas políticas verdaderamente democráticas (las que sirven a la democracia en lugar de servirse de ella) son minoritarias y se limitan al arco de la izquierda y el centroizquierda. Confían demasiado en las instituciones, están divididas por luchas por el poder más ilusorio que real y han dejado la movilización popular en las calles y plazas a merced de los fanáticos religiosos y los empresarios del odio.
Las posibilidades
Las posibilidades siempre son más difíciles de definir porque cada posibilidad, una vez realizada, genera otras nuevas. Veo tres posibilidades que son condiciones sine qua non para la reversión. Primera, la destitución o la dimisión forzada del presidente. Sin ella, el alma del país morirá más masivamente que las vidas de los brasileños condenados a morir injusta e innecesariamente.
Segunda, el Supremo Tribunal Federal absuelve definitivamente al expresidente Lula da Silva y el sistema judicial abandona la deriva autoritaria de neutralizarlo políticamente a toda costa. En este momento, es menos importante que Lula da Silva sea candidato o sea elegido presidente que la posibilidad plena de serlo.
Tercero, las fuerzas verdaderamente democráticas se convencen de que los fascistas están en el umbral de la puerta y de que, si entran, no distinguirán entre los diferentes partidos que conforman un posible frente de izquierda. Todos serán prohibidos y sus líderes, muy probablemente, encarcelados. Es mejor unirse ahora en la defensa de la democracia porque mañana será demasiado tarde.
Un país cuyo presidente elegido democráticamente celebra la dictadura, elogia la tortura y se mantiene en el poder, a pesar de poner en venta la Amazonía y de acumular denuncias en su contra en los tribunales internacionales por crímenes de lesa humanidad, no es una democracia. Un país con una notable capacidad científica y técnico-sanitaria bloqueada por la simple obstrucción de quien tiene el poder y la obsesión de matar y dejar morir, no es una democracia.
Un país de desarrollo intermedio que ha permitido que los procesos electorales sean capturados por una de las clases políticas más retrógradas e ignorantes del mundo y por medios de comunicación corporativos consabidos urdidores de golpes antidemocráticos al servicio de las élites económicas y financieras, no es una democracia. Un país donde una mezcla tóxica de milicias criminales y magistrados fuera de sí hostiga a periodistas libres e independientes y les impide ejercer su misión democrática de informar de manera fiable, no es una democracia.
La ruina de la democracia siempre contiene la semilla de la democracia.
Las dificultades
Un país con un régimen supuestamente democrático que no es una democracia nunca está irremediablemente condenado a tal contradicción. Las dificultades y las posibilidades de reversión casi siempre son equivalentes. En el contexto brasileño actual, las dificultades para que la semilla de la democracia vuelva a germinar son tres.
En primer lugar, el país no ha sido capaz de condenar a los golpistas de 1964, y mucho menos el terrorismo de Estado del que fueron autores. Mientras siga sin hacerlo, quienes se beneficiaron con los golpistas siempre vivirán con la esperanza de que vuelvan para resolver sus "problemas". De alguna manera, los militares ya han regresado, pero, por ahora, la realidad de su regreso aún no está a la altura del fantasma de su regreso.
En segundo lugar, debido a su origen colonial, el país se ve minado por un racismo y un sexismo clasistas que degradan la humanidad de quienes viven excluidos y discriminados y los convierte en seres más destinados a morir que a vivir. De ahí el fatalismo corrosivo que impide a los oprimidos identificar fácilmente al opresor.
Por último, las fuerzas políticas verdaderamente democráticas (las que sirven a la democracia en lugar de servirse de ella) son minoritarias y se limitan al arco de la izquierda y el centroizquierda. Confían demasiado en las instituciones, están divididas por luchas por el poder más ilusorio que real y han dejado la movilización popular en las calles y plazas a merced de los fanáticos religiosos y los empresarios del odio.
Las posibilidades
Las posibilidades siempre son más difíciles de definir porque cada posibilidad, una vez realizada, genera otras nuevas. Veo tres posibilidades que son condiciones sine qua non para la reversión. Primera, la destitución o la dimisión forzada del presidente. Sin ella, el alma del país morirá más masivamente que las vidas de los brasileños condenados a morir injusta e innecesariamente.
Segunda, el Supremo Tribunal Federal absuelve definitivamente al expresidente Lula da Silva y el sistema judicial abandona la deriva autoritaria de neutralizarlo políticamente a toda costa. En este momento, es menos importante que Lula da Silva sea candidato o sea elegido presidente que la posibilidad plena de serlo.
Tercero, las fuerzas verdaderamente democráticas se convencen de que los fascistas están en el umbral de la puerta y de que, si entran, no distinguirán entre los diferentes partidos que conforman un posible frente de izquierda. Todos serán prohibidos y sus líderes, muy probablemente, encarcelados. Es mejor unirse ahora en la defensa de la democracia porque mañana será demasiado tarde.
Traducción de Antoni Aguiló
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