El juicio de la joven violada por La Manada denota una tremenda falta de empatía.
No hace mucho, que las mujeres que sufrían una agresión sexual o una violación, callaban por vergüenza y porque no era nada fácil que alguien las creyera. La violada estaba bajo sospecha por si había accedido a las pretensiones de su agresor. La denuncia ante la policía podía ser una pesadilla. No digamos si sorprendentemente llegaba ante un juez.
El caso de Nevenka Fernández, economista y concejal de Hacienda de Ponferrada entre 1999 y 2000 avala estas afirmaciones. Importunada hasta extremos inconcebibles por Ismael Álvarez, el alcalde, ambos pertenecientes al PP, logró en 2001 la primera condena por acoso sexual. Nevenka optó por marcharse de España ante las reacciones contrarias que recibió, pese a la sentencia que le daba la razón.
En éste año 2021 otra joven se ha enfrentado a los cuatro presuntos autores de la violación múltiple que sufrió, en un juicio en que ha destacado la dureza del interrogatorio del fiscal, Eduardo Gutiérrez, y su rudeza con la víctima. La protagonista de estos hechos ocurridos cuando tenía 18 años, se vio obligada a corroborar los más nimios detalles entre interrupciones constantes y soportando el interrogatorio extremo al que fue sometida. “¿Está segura de eso?” inquiría continuamente Eduardo Gutiérrez a la joven que relataba haber sufrido tres agresiones sexuales seguidas. Finalmente, el fiscal quedó satisfecho y consideró perfectamente verídica y creíble la versión de la víctima.
Asistimos atónitos a través de los medios de comunicación, a la exhaustiva insistencia del jurista y a muchos nos indignó, a la vez que nos produjo asombro la entereza de la interpelada. No faltaron las críticas hacia el fiscal, empezando por la Fiscal delegada de violencia de género que resaltó la falta de “empatía” de su colega. Frente a ello, las asociaciones de fiscales salieron en su defensa como panteras corporativas. Pidiendo incluso alguna de ellas el amparo. A estas alturas de la película, muchos desalmados siguen maltratando a mujeres con la tranquilidad de que se las tratará con más aspereza que a sus victimarios, que serán inocentes por encima de todo hasta que se demuestre lo contrario.
Las víctimas pueden convertirse así en acosadas frente a los tribunales. Por supuesto, se puede entender la complejidad de descubrir la verdad material de los hechos, pero nunca a costa de intentarlo al precio de revictimizar a la víctima.
Gutiérrez es un fiscal joven, lo cual tiene sus ventajas, pero podría ser preocupante si no ha contribuido a poner de relieve que hace falta, mucha falta, más sensibilización y formación entre los juristas para que se incorpore un sesgo en las cuestiones de género. Se trataría de actuar con menos rigidez y mayor sensibilidad. Este asunto me ha recordado lo que mi buen amigo Adolfo Barreda, gran persona y excelente abogado penalista, advirtió al comienzo del drama vivido por su clienta Nevenka Fernández que eso “no iba a ser un camino de rosas”. Adolfo, sigue sin serlo.
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