07/02/2022 Sofía Pérez Mendoza David Noriega Marta Borraz |
El brutal impacto del coronavirus dejó al descubierto las carencias de estos centros, que ahora además arrastran secuelas en trabajadoras muy precarizadas y un peor estado de salud en los mayores, mientras el Gobierno negocia con el sector un nuevo modelo de atención.
"No se salvó porque no le derivaron a un hospital, estuvo sin oxígeno y es algo que no se nos va de la cabeza. ¿Por qué tuvo que morir ese día, que a lo mejor no le tocaba?". La pregunta se le clava a María Jesús Valero como un cuchillo afilado en el estómago casi dos años después del fallecimiento de su padre en una residencia de Madrid. No hubo traslado, oxígeno y tampoco despedida, aunque la familia se ofreció a la desesperada a encontrar un EPI por sus medios. Era 26 de marzo de 2020 y hacía 12 días que Pedro Sánchez había salido por televisión a comunicar que España estaba en estado de alarma por el estallido de un virus nuevo y mortal.
A ese fatídico día para María Jesús le siguieron muchos otros sumamente complicados para las decenas de residentes que, por días, enfermaban y morían solos; para otros familiares obligados a iniciar duelos sin adioses y para las trabajadoras, que siguen acusando las secuelas psicológicas de la peor hecatombe en pérdida de vidas humanas de la pandemia: al menos 32.000 mayores han fallecido en residencias desde el estallido del coronavirus, 20.000 solo en la primera ola. Seguir leyendo>>
"No se salvó porque no le derivaron a un hospital, estuvo sin oxígeno y es algo que no se nos va de la cabeza. ¿Por qué tuvo que morir ese día, que a lo mejor no le tocaba?". La pregunta se le clava a María Jesús Valero como un cuchillo afilado en el estómago casi dos años después del fallecimiento de su padre en una residencia de Madrid. No hubo traslado, oxígeno y tampoco despedida, aunque la familia se ofreció a la desesperada a encontrar un EPI por sus medios. Era 26 de marzo de 2020 y hacía 12 días que Pedro Sánchez había salido por televisión a comunicar que España estaba en estado de alarma por el estallido de un virus nuevo y mortal.
A ese fatídico día para María Jesús le siguieron muchos otros sumamente complicados para las decenas de residentes que, por días, enfermaban y morían solos; para otros familiares obligados a iniciar duelos sin adioses y para las trabajadoras, que siguen acusando las secuelas psicológicas de la peor hecatombe en pérdida de vidas humanas de la pandemia: al menos 32.000 mayores han fallecido en residencias desde el estallido del coronavirus, 20.000 solo en la primera ola. Seguir leyendo>>
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