La ciudad necesita como nunca una agenda política estable, consciente
de las dificultades locales y globales y ajena a ese tipo de política
diminuta que agota los plazos reservados para trabajar en conspirar por
cuotas de poder. Desde la abrupta salida de Bartolomé González, y su
insólita actitud posterior de zancadillear a su propio heredero; todo ha
estado centrado en una bochornosa carrera del PSOE por derribar al PP a
cualquier precio y por otra interna del PP por hacerle la vida
imposible al nuevo alcalde, con concejales díscolos y disputas internas
lamentables. Si a ese panorama se le añade la vergonzosa actitud de los
dos concejales de UPyD, destructiva y frentista en la misma medida que
simplona e irresponsable, el panorama resulta desalentador.
Todos los mencionados son de algún modo responsables, pero el líder del PSOE, Javier Rodríguez, lo es en primera persona: en lugar de señalar los defectos del PP e incentivar críticamente al alcalde; ha concentrado todas sus energías en intentar lograr, a cualquier precio, lo que las urnas le habían negado. La sospecha de que su moción de censura, ahora mismo ya imposible, obedecía más al deseo de sobrevivir como candidato en 2015 que a la certeza de que eso podía ser una solución para Alcalá, es inevitable: si no se es capaz de conformar una mayoría estable en coalición, ¿a qué viene hipotecar la acción de oposición e italianizar el Ayuntamiento con un viaje inviable, sin las condiciones de estabilidad más elementales y sin otro afán que lograr el poder como sea?
Alcalá necesita, de todos, mucha altura de miras, rigor, trabajo, consenso, sentido común y una búsqueda incesante de soluciones para una crisis galopante que, en el ámbito doméstico, lo es aún más: cada día se cierran empresas, se pierden trabajos, malvive el comercio y se pierden las pocas oportunidades de progreso que tal vez haya si se está muy concentrado en detectarlas.
Apoyar al Gobierno no es una cuestión ideológica, sino de respeto estricto a la ciudadanía ante la imposibilidad de formar algo mejor antes de 2015: llegado ese punto, Bello y cada candidato se medirá con los votantes, con sus logros y sus deudas. Antes de esa fecha, lo último que necesita Alcalá es parecerse a Italia, un país bloqueado por miserias políticas, cuitas personales y una bajeza intelectual dañina para todos.
Todos los mencionados son de algún modo responsables, pero el líder del PSOE, Javier Rodríguez, lo es en primera persona: en lugar de señalar los defectos del PP e incentivar críticamente al alcalde; ha concentrado todas sus energías en intentar lograr, a cualquier precio, lo que las urnas le habían negado. La sospecha de que su moción de censura, ahora mismo ya imposible, obedecía más al deseo de sobrevivir como candidato en 2015 que a la certeza de que eso podía ser una solución para Alcalá, es inevitable: si no se es capaz de conformar una mayoría estable en coalición, ¿a qué viene hipotecar la acción de oposición e italianizar el Ayuntamiento con un viaje inviable, sin las condiciones de estabilidad más elementales y sin otro afán que lograr el poder como sea?
Alcalá necesita, de todos, mucha altura de miras, rigor, trabajo, consenso, sentido común y una búsqueda incesante de soluciones para una crisis galopante que, en el ámbito doméstico, lo es aún más: cada día se cierran empresas, se pierden trabajos, malvive el comercio y se pierden las pocas oportunidades de progreso que tal vez haya si se está muy concentrado en detectarlas.
Apoyar al Gobierno no es una cuestión ideológica, sino de respeto estricto a la ciudadanía ante la imposibilidad de formar algo mejor antes de 2015: llegado ese punto, Bello y cada candidato se medirá con los votantes, con sus logros y sus deudas. Antes de esa fecha, lo último que necesita Alcalá es parecerse a Italia, un país bloqueado por miserias políticas, cuitas personales y una bajeza intelectual dañina para todos.
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