La ética como ejercicio de la libertad
Estamos viviendo una crisis global sin precedentes, debido en parte a una declinación de los valores occidentales. Una de las causas reside en que no se ha podido lograr la subordinación de la Política a la Ética. La urgente necesidad de fomentar la capacidad de sinergia para trazar un rumbo que supere los ya agotados paradigmas y aspirar al Bien, solo se logrará rescatando los valores morales y adoptando una actitud ética como único terreno sólido desde donde tomar decisiones. Indagar sobre los orígenes de la Ética nos conduce a la idea de libertad en la antigua Grecia.
El gran paradigma de la educación griega fue el de establecer un ideal para la moral del hombre: la aspiración al Bien y la Belleza. Platón (S. V a.C) afirmaba que “la Belleza es englobante y unificante” y definió el Bien como, “aquello que eslabona todo el universo sensible e inteligible, lo material, las ideas y las representaciones de éstas, la tierra, los astros, el hombre, la política, las ciencias”. Pero esta aspiración no nacía del azar sino que eran producto de una disciplina consciente, condensada en el concepto de Areté o Virtud.
En La Ilíada, Homero (S. VIII a.C) cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero de Troya, quien decide defender su ciudad del invasor. El concepto de Areté o Virtud, es empleado aquí por Homero para designar la excelencia humana, es decir, los rasgos de carácter hacían la diferencia entre un hombre noble y un hombre ordinario. Como afirma Fernando Savater, “Héctor era un hombre como los demás, que ha podido enfermarse o escaparse, más aún venderse al enemigo, sin embargo se decidió por lo más difícil ¿por qué? porque era un hombre libre, capaz de elegir su forma vida; en otras palabras, Héctor era un hombre con ‘ética”.
Según Werner Jaeger (Paideia), la fuerza de la nobleza se halla en el hecho de despertar el sentimiento del deber frente al ideal. La actitud del guerrero griego, no significa solamente el vencer a un adversario, sino el mantenimiento de la Areté conquistada tras el rudo dominio de las pasiones, sometidas a una constante exigencia de conducta. Por lo tanto, Areté y honor estaban unidos indisolublemente. El honor no como vanidad, sino como medida de valor por el mérito alcanzado.
Aristóteles (S. IV a.C) se inspira en este modelo cuando afirma en suÉtica a Nicómaco: “Todo lo que nos da la naturaleza lo recibimos primero como potencialidades, que luego nosotros traducimos en actos (…) Quien se estima a sí mismo, debe ser infatigable en su heroísmo moral y, de ser necesario, abandonar todo para apropiarse del Bien y la Belleza”. En otras palabras, esos valores los tenemos dentro de nosotros y la clave para hacerlos surgir y que impregnen nuestra conciencia, reside en nuestra actitud, decisiones y acciones.
La Moral (de la raíz Mori: costumbre) tiene que ver con los valores que aceptamos como válidos en nuestra sociedad. Ética, es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y por qué decidimos actuar en consecuencia. El ser responsable consigo mismo y tomar decisiones éticas, es el verdadero ejercicio de la libertad, es entender que cada uno de nuestros actos nos va construyendo y nos va definiendo, nuestras decisiones van dejando huella en nosotros y en el mundo que nos rodea. De allí que Aristóteles en su Ética a Nicómaco, reafirma el concepto ético de la manera siguiente: “Tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder. Al poder decidirnos por la virtud, ejercemos nuestra libertad”, y agrega en forma categórica: “No se puede ser libre por otro”.
Virtud, Ética y Libertad son conceptos inseparables. La palabra Virtud deriva etimológicamente de la raíz “vir”, la fuerza viril del guerrero, el rigor y temple que se imponen en el combate físico y ético.
Octavio Paz lo resume magistralmente: “La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: ‘Sí’ o ‘No”.
edgar.cherubini@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario