Viernes, 18 de marzo de 2011
Otra consulta memorable de Enrique Rojas, supernumerario del Opus Dei y psiquiatra de postín
Copio la última historia que me llega de un católico en la vida pública que da un ejemplo de profesionalidad para caerse de espaldas. Se añada a las que ya conocemos de María Menchaca, Saturio, Isabel Caballero...ánimo, a ampliar la lista que sois bastantes.
Alejandro Menendez Martinez dijo...
Ana, te dejo aquí mi historia con Enrique Rojas,
Mi historia con Enrique Rojas por suerte fue muy breve, en marzo de 1989 yo era un adolescente de 14 años con problemas en casa, había pasado los anteriores 3 años interno y había boicoteado el internado a golpe de plantes y forzado mi vuelta a casa, mi madre que estaba preparando una oposición a judicaturas ya me advirtió que no podría ocuparse de mi y que tendría que no dar la lata.
Como la daba porque obviamente un adolescente requiere cierta atención y además yo no era muy obediente, cosa lógica dado que tampoco en casa miraban mucho para mi, mi madre buscaba una solución mágica que le permitiera tenerme tranquilo sin molestar mientras ella preparaba sus oposiciones, las oposiciones son algo que quema muchísimo y ella en aquella época estaba muy nerviosa e irritable.
Esa solución mágica la planteo una tía mia que conocía un psiquiatra estupendo de Madrid, un señor que tenía una cabeza privilegiada, que había sido premio extraordinario en medicina y catedrático de psiquiatría de la complutense.
Además había atendido al novio de ella y lo había curado de una fuerte depresión que lo había tenido mucho tiempo en muy mal estado y con ideas suicidas, por esa razón ella estaba muy agradecida a Rojas y lo defendía a capa y espada, aunque el tratamiento no había sido precisamente barato, el padre de su novio incluso tuvo que vender tierras para pagarlo.
Mi experiencia fue la siguiente, fui 2 veces a Madrid, en una lo vi solo una vez y en la otra dos veces.
El tenía la consulta en la calle Serrano de Madrid, era un piso enorme, debía ser un edificio de oficinas que se alquilaban y el debía tener varias alquiladas y haberlas unido, tenía varias enfermeras, mientras estabas en la sala de espera te ofrecían una coca cola, había cestos con caramelos que podías coger y como suele pasar en este país donde vivimos tanto de la apariencia tenía la pared tapizada de cursos y diplomas de todo tipo, algunos hechos en universidades anglosajonas.
En aquellos tiempos, aparte de Rojas había otros dos psiquiatras que trabajaban con él y que también los veías, eran un hombre y una mujer, me hicieron unos test de los que salió que yo era muy impulsivo y que tenía muy poca capacidad para controlarme y para sacrificarme.
Después conocí a Rojas, su despacho parecía una capilla, tenía hasta una virgen gigantesca en una hornacina colgada de la pared.
En general su conversación fue un mero continuismo de lo que habían dicho los otros dos, que yo era un psicópata, que carecía de autodominio y que con mi personalidad iba a tener serios problemas en la vida.
A los 14 años yo aún era bastante infantil, conservaba esa mentalidad libre de prejuicios que te hace ver las cosas como son, pero infantil no quiere decir estupido, quizá fue por esa razón por la que no me dejé deslumbrar por sus titulitos, su premio extraordinario y su catedra y al revés que mi madre y mi tía al salir de la consulta dije claramente lo que pensaba de él: este tío a lo que está es a sacar.
Rojas me había dado muy mala espina, si pudiera definir su carácter en una sola palabra esta sería fullero, era un tipo de maneras suaves, muy ladino, con mucha letra.
Algunas veces el alma de una persona queda retratada en una décima de segundo, yo vi con muchísima claridad a Rojas en un momento que estaba hablando con mi madre que se le quejaba de lo trasto que yo era, que me miró, sonrió y dijo: es que eres un psicópata.
En ese momento al sonreir hizo un gesto que yo capté perfectamente el tipo de persona que era Rojas, era un gesto así sonriente, prepotente, con los ojos me decía: ya te tengo; era un gesto de cazador, de ave de rapiña.
Por lo demás el tratamiento consistió en recetarme una medicación de 120 gotas de Haloperidol, 4 Artanes y 3 Largactil diarios, esa medicación me causaba somnolencia, engordé o mejor dicho hinché muchísimo llegando a pesar 98 kg. Tenía poco pulso, mucha salivación, hablaba mal y era mucho más lento para moverme.
Además le recomendó a mi madre que fuese a clase aunque no estuviera en condiciones, que me apuntase a campamentos, que estuviera siempre con gente de mi edad, en una palabra, que me socializase, como las consultas con él solían ser breves le dijo a mi madre que le contase cosas de mi por escrito.
El resultado de todo esto fue que perdí el curso y fue la primera vez que tuve que repetir, los problemas en casa no solo no se solucionaron sino que se agravaron, era normal, antes salía más y me relacionaba con mis amigos, al engordar y ponerme tan mal en plena edad del pavo me empezó a darme vergüenza salir y relacionarme y empecé a meterme más en casa lo que generó más roces con mi madre.
Por este “maravilloso” tratamiento nos cobró 40.000 pesetas, en aquella época sus honorarios eran 20 mil pesetas por consulta.
Y eso fue mi salvación, en aquellos años el sueldo de auxiliar administrativo de mi madre no llegaba a las cien mil mensuales, eso y la incomodidad de desplazarse a Madrid fue lo que terminó prematuramente con este exterminio, además en aquella época un hijo de Rojas que tenía 2 años se cayó a la piscina de su casa y lo sacaron muerto, eso hizo que Rojas se desentendiera por un tiempo de la consulta y facilitó aún más el perderlo de vista.
Seguí algunos meses con el tratamiento aunque algo disminuido, en octubre al empezar el curso me volvieron a meter interno, abandoné la medicación y perdí 31 kg. en 6 meses y todos los efectos secundarios desaparecieron, fue como volver a nacer, aquella medicación incluso me limitaba a nivel de inteligencia y de resolución de problemas, al quitarla era como si me hubiera vuelto más listo.
Alejandro Menendez Martinez dijo...
Ana, te dejo aquí mi historia con Enrique Rojas,
Mi historia con Enrique Rojas por suerte fue muy breve, en marzo de 1989 yo era un adolescente de 14 años con problemas en casa, había pasado los anteriores 3 años interno y había boicoteado el internado a golpe de plantes y forzado mi vuelta a casa, mi madre que estaba preparando una oposición a judicaturas ya me advirtió que no podría ocuparse de mi y que tendría que no dar la lata.
Como la daba porque obviamente un adolescente requiere cierta atención y además yo no era muy obediente, cosa lógica dado que tampoco en casa miraban mucho para mi, mi madre buscaba una solución mágica que le permitiera tenerme tranquilo sin molestar mientras ella preparaba sus oposiciones, las oposiciones son algo que quema muchísimo y ella en aquella época estaba muy nerviosa e irritable.
Esa solución mágica la planteo una tía mia que conocía un psiquiatra estupendo de Madrid, un señor que tenía una cabeza privilegiada, que había sido premio extraordinario en medicina y catedrático de psiquiatría de la complutense.
Además había atendido al novio de ella y lo había curado de una fuerte depresión que lo había tenido mucho tiempo en muy mal estado y con ideas suicidas, por esa razón ella estaba muy agradecida a Rojas y lo defendía a capa y espada, aunque el tratamiento no había sido precisamente barato, el padre de su novio incluso tuvo que vender tierras para pagarlo.
Mi experiencia fue la siguiente, fui 2 veces a Madrid, en una lo vi solo una vez y en la otra dos veces.
El tenía la consulta en la calle Serrano de Madrid, era un piso enorme, debía ser un edificio de oficinas que se alquilaban y el debía tener varias alquiladas y haberlas unido, tenía varias enfermeras, mientras estabas en la sala de espera te ofrecían una coca cola, había cestos con caramelos que podías coger y como suele pasar en este país donde vivimos tanto de la apariencia tenía la pared tapizada de cursos y diplomas de todo tipo, algunos hechos en universidades anglosajonas.
En aquellos tiempos, aparte de Rojas había otros dos psiquiatras que trabajaban con él y que también los veías, eran un hombre y una mujer, me hicieron unos test de los que salió que yo era muy impulsivo y que tenía muy poca capacidad para controlarme y para sacrificarme.
Después conocí a Rojas, su despacho parecía una capilla, tenía hasta una virgen gigantesca en una hornacina colgada de la pared.
En general su conversación fue un mero continuismo de lo que habían dicho los otros dos, que yo era un psicópata, que carecía de autodominio y que con mi personalidad iba a tener serios problemas en la vida.
A los 14 años yo aún era bastante infantil, conservaba esa mentalidad libre de prejuicios que te hace ver las cosas como son, pero infantil no quiere decir estupido, quizá fue por esa razón por la que no me dejé deslumbrar por sus titulitos, su premio extraordinario y su catedra y al revés que mi madre y mi tía al salir de la consulta dije claramente lo que pensaba de él: este tío a lo que está es a sacar.
Rojas me había dado muy mala espina, si pudiera definir su carácter en una sola palabra esta sería fullero, era un tipo de maneras suaves, muy ladino, con mucha letra.
Algunas veces el alma de una persona queda retratada en una décima de segundo, yo vi con muchísima claridad a Rojas en un momento que estaba hablando con mi madre que se le quejaba de lo trasto que yo era, que me miró, sonrió y dijo: es que eres un psicópata.
En ese momento al sonreir hizo un gesto que yo capté perfectamente el tipo de persona que era Rojas, era un gesto así sonriente, prepotente, con los ojos me decía: ya te tengo; era un gesto de cazador, de ave de rapiña.
Por lo demás el tratamiento consistió en recetarme una medicación de 120 gotas de Haloperidol, 4 Artanes y 3 Largactil diarios, esa medicación me causaba somnolencia, engordé o mejor dicho hinché muchísimo llegando a pesar 98 kg. Tenía poco pulso, mucha salivación, hablaba mal y era mucho más lento para moverme.
Además le recomendó a mi madre que fuese a clase aunque no estuviera en condiciones, que me apuntase a campamentos, que estuviera siempre con gente de mi edad, en una palabra, que me socializase, como las consultas con él solían ser breves le dijo a mi madre que le contase cosas de mi por escrito.
El resultado de todo esto fue que perdí el curso y fue la primera vez que tuve que repetir, los problemas en casa no solo no se solucionaron sino que se agravaron, era normal, antes salía más y me relacionaba con mis amigos, al engordar y ponerme tan mal en plena edad del pavo me empezó a darme vergüenza salir y relacionarme y empecé a meterme más en casa lo que generó más roces con mi madre.
Por este “maravilloso” tratamiento nos cobró 40.000 pesetas, en aquella época sus honorarios eran 20 mil pesetas por consulta.
Y eso fue mi salvación, en aquellos años el sueldo de auxiliar administrativo de mi madre no llegaba a las cien mil mensuales, eso y la incomodidad de desplazarse a Madrid fue lo que terminó prematuramente con este exterminio, además en aquella época un hijo de Rojas que tenía 2 años se cayó a la piscina de su casa y lo sacaron muerto, eso hizo que Rojas se desentendiera por un tiempo de la consulta y facilitó aún más el perderlo de vista.
Seguí algunos meses con el tratamiento aunque algo disminuido, en octubre al empezar el curso me volvieron a meter interno, abandoné la medicación y perdí 31 kg. en 6 meses y todos los efectos secundarios desaparecieron, fue como volver a nacer, aquella medicación incluso me limitaba a nivel de inteligencia y de resolución de problemas, al quitarla era como si me hubiera vuelto más listo.
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