21/03/2021 |
Los ministros asumen el fin del mandato de Sánchez: “La Legislatura está acabada”.
Gobierno y oposición perciben que el presidente esperará a que lleguen los fondos europeos para tomar la decisión de convocar elecciones.
El Gobierno de coalición ha quedado disuelto, aunque en él se mantengan formalmente los peones del todavía hoy líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. La salida de Iglesias entierra el acuerdo y así lo entienden las dos partes que lo firmaron, a pesar de que sigan instaladas en el arte del disimulo mientras calientan sus tambores electorales para más allá de las urnas de la Comunidad de Madrid. Por más que desde la nueva política se intenten inventar nuevas reglas y se transponga la ficción a la realidad, «la Legislatura está acabada». Este eslogan corre como por la pólvora en estos últimos días por Madrid: se escucha en la órbita de los ministros más críticos con Iglesias y provoca vértigo en la oposición.
El mínimo sentido común político dice que Pedro Sánchez apurará hasta recibir los primeros fondos europeos y que luego disolverá. El anterior adelanto electoral no le salió bien y esto pesa sobre las previsiones: el PSOE perdió tres escaños en la repetición de las generales de 2019, y en la actualidad las encuestas coinciden en sembrar grandes incertidumbres sobre las mayorías que puedan salir de las urnas. Aunque haya coincidencia en confirmar la viabilidad de un nuevo Gobierno de izquierdas con apoyo de independentistas y nacionalistas.
Pero las tres partes están en pie de guerra y Sánchez se enfrenta al dilema de valorar si sobre lo que tiene ahora mismo, el paso del tiempo sólo puede restarle. La teoría del caos ha probado estas dos últimas semanas sus efectos revolucionarios en la política española, con Sánchez y sus «gurús» de máxima confianza como parte activa en el experimento de demostrar que es verdad que el aleteo de una mariposa, en este caso en Murcia, es capaz de provocar un tornado en Madrid que se ha llevado por delante la estabilidad de La Moncloa.
El relato épico que la parte morada ha construido sobre la salida de Iglesias del Gobierno cojea por varias patas. De hecho, por debajo de este relato oficial especulan con el supuesto aburrimiento del todavía vicepresidente del Gobierno en el ejercicio de sus funciones. Hablan de que «no controlaba los temas» o de que «le pesaba no conocer el funcionamiento de la Administración», por ejemplo. Más allá del vértigo a enfrentarse al riesgo de pasar a la historia «marcándose un Rivera», es decir, dejando un partido destruido, después de haber tenido al alcance aquello de tocar los cielos.
Con su golpe de efecto de saltar del Gobierno Iglesias ha hecho saltar también el ensueño de la geometría variable con la que Sánchez sostiene su poder. Hace dos semanas, en Moncloa hacían cálculos sobre la oportunidad de girar hacia el centro con la ayuda de PNV y Cs. Pero el grupo de Inés Arrimadas sale arrasado de sus errores en Murcia y con menos margen que antes, por las tensiones internas, para actuar de «muleta» del socialismo. Justo esta discusión sirve de pretexto para la voladura, con ayuda externa, del partido naranja.
A esto hay que sumar el factor catalán. La benevolente actitud de Sánchez con el secesionismo le devuelve un Gobierno en el que ERC ni siquiera ha tenido la deferencia de no alinearse con la extrema derecha independentista para vetar la sesión de investidura de Salvador Illa, condenada al fracaso, pero defendida por el ex ministro por su carga simbólica.
Hoy Sánchez tiene a Iglesias en la oposición. A un Gobierno independentista en Cataluña. Iglesias es una palanca de la «mesa» con la Generalitat, a la que Sánchez ha ido dando patadas hacia adelante a la espera de ver qué ocurría en unas futuras elecciones, que le dejan otro Gobierno secesionista. Y para que ERC pueda seguir manteniendo su apoyo al PSOE en Madrid, necesita cesiones con las que contener el hambre de sus socios en Barcelona, de la CUP y de JxCat, de quienes depende directamente la estabilidad de ERC en la Generalitat y, de manera indirecta, de Sánchez en Moncloa.
El presidente también tiene a la «muleta» de Ciudadanos dinamitada. Y todo ello como consecuencia de su gran fracaso en la moción de censura en Murcia, de donde nacen unas elecciones en la Comunidad de Madrid que pueden servir para alentar la resurrección del PP y alimentar la decadencia de la izquierda. Es verdad que Madrid sigue otra dinámica frente al conjunto nacional, por lo menos en este momento, pero el espejismo puede materializarse y tener efectos en toda España. Quizás por eso Sánchez mida si le conviene dejarse llevar por la tentación de convocar elecciones una vez que la población esté ya vacunada y haya podido implementar la primera cosecha de fondos europeos.
En las filas socialistas alertan incluso del riesgo de que en estas elecciones de Madrid la candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso, pueda fagocitar al populismo de Vox, de tal manera que la remontada popular vaya ligada a la expectativa de que el PP ha iniciado ya el camino para unir desde una posición de fuerza a la derecha, con Vox dentro de esa alianza. La Legislatura que necesitaba ser de la reconstrucción queda concluida por la imposición de los intereses de partido, pero ahora serán las elecciones de Madrid las que determinen si animan o no a Sánchez a dejarse seducir por la tentación de convocar elecciones antes de tiempo. Sánchez se juega su estrategia el 4M.
Gobierno y oposición perciben que el presidente esperará a que lleguen los fondos europeos para tomar la decisión de convocar elecciones.
El Gobierno de coalición ha quedado disuelto, aunque en él se mantengan formalmente los peones del todavía hoy líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. La salida de Iglesias entierra el acuerdo y así lo entienden las dos partes que lo firmaron, a pesar de que sigan instaladas en el arte del disimulo mientras calientan sus tambores electorales para más allá de las urnas de la Comunidad de Madrid. Por más que desde la nueva política se intenten inventar nuevas reglas y se transponga la ficción a la realidad, «la Legislatura está acabada». Este eslogan corre como por la pólvora en estos últimos días por Madrid: se escucha en la órbita de los ministros más críticos con Iglesias y provoca vértigo en la oposición.
El mínimo sentido común político dice que Pedro Sánchez apurará hasta recibir los primeros fondos europeos y que luego disolverá. El anterior adelanto electoral no le salió bien y esto pesa sobre las previsiones: el PSOE perdió tres escaños en la repetición de las generales de 2019, y en la actualidad las encuestas coinciden en sembrar grandes incertidumbres sobre las mayorías que puedan salir de las urnas. Aunque haya coincidencia en confirmar la viabilidad de un nuevo Gobierno de izquierdas con apoyo de independentistas y nacionalistas.
Pero las tres partes están en pie de guerra y Sánchez se enfrenta al dilema de valorar si sobre lo que tiene ahora mismo, el paso del tiempo sólo puede restarle. La teoría del caos ha probado estas dos últimas semanas sus efectos revolucionarios en la política española, con Sánchez y sus «gurús» de máxima confianza como parte activa en el experimento de demostrar que es verdad que el aleteo de una mariposa, en este caso en Murcia, es capaz de provocar un tornado en Madrid que se ha llevado por delante la estabilidad de La Moncloa.
El relato épico que la parte morada ha construido sobre la salida de Iglesias del Gobierno cojea por varias patas. De hecho, por debajo de este relato oficial especulan con el supuesto aburrimiento del todavía vicepresidente del Gobierno en el ejercicio de sus funciones. Hablan de que «no controlaba los temas» o de que «le pesaba no conocer el funcionamiento de la Administración», por ejemplo. Más allá del vértigo a enfrentarse al riesgo de pasar a la historia «marcándose un Rivera», es decir, dejando un partido destruido, después de haber tenido al alcance aquello de tocar los cielos.
Con su golpe de efecto de saltar del Gobierno Iglesias ha hecho saltar también el ensueño de la geometría variable con la que Sánchez sostiene su poder. Hace dos semanas, en Moncloa hacían cálculos sobre la oportunidad de girar hacia el centro con la ayuda de PNV y Cs. Pero el grupo de Inés Arrimadas sale arrasado de sus errores en Murcia y con menos margen que antes, por las tensiones internas, para actuar de «muleta» del socialismo. Justo esta discusión sirve de pretexto para la voladura, con ayuda externa, del partido naranja.
A esto hay que sumar el factor catalán. La benevolente actitud de Sánchez con el secesionismo le devuelve un Gobierno en el que ERC ni siquiera ha tenido la deferencia de no alinearse con la extrema derecha independentista para vetar la sesión de investidura de Salvador Illa, condenada al fracaso, pero defendida por el ex ministro por su carga simbólica.
Hoy Sánchez tiene a Iglesias en la oposición. A un Gobierno independentista en Cataluña. Iglesias es una palanca de la «mesa» con la Generalitat, a la que Sánchez ha ido dando patadas hacia adelante a la espera de ver qué ocurría en unas futuras elecciones, que le dejan otro Gobierno secesionista. Y para que ERC pueda seguir manteniendo su apoyo al PSOE en Madrid, necesita cesiones con las que contener el hambre de sus socios en Barcelona, de la CUP y de JxCat, de quienes depende directamente la estabilidad de ERC en la Generalitat y, de manera indirecta, de Sánchez en Moncloa.
El presidente también tiene a la «muleta» de Ciudadanos dinamitada. Y todo ello como consecuencia de su gran fracaso en la moción de censura en Murcia, de donde nacen unas elecciones en la Comunidad de Madrid que pueden servir para alentar la resurrección del PP y alimentar la decadencia de la izquierda. Es verdad que Madrid sigue otra dinámica frente al conjunto nacional, por lo menos en este momento, pero el espejismo puede materializarse y tener efectos en toda España. Quizás por eso Sánchez mida si le conviene dejarse llevar por la tentación de convocar elecciones una vez que la población esté ya vacunada y haya podido implementar la primera cosecha de fondos europeos.
En las filas socialistas alertan incluso del riesgo de que en estas elecciones de Madrid la candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso, pueda fagocitar al populismo de Vox, de tal manera que la remontada popular vaya ligada a la expectativa de que el PP ha iniciado ya el camino para unir desde una posición de fuerza a la derecha, con Vox dentro de esa alianza. La Legislatura que necesitaba ser de la reconstrucción queda concluida por la imposición de los intereses de partido, pero ahora serán las elecciones de Madrid las que determinen si animan o no a Sánchez a dejarse seducir por la tentación de convocar elecciones antes de tiempo. Sánchez se juega su estrategia el 4M.
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