15/04/2021 |
PENSAMIENTO CRÍTICO
El trumpismo y sus consecuencias para Madrid y para España.
El trumpismo es una ideología que tiene como elemento central la defensa a ultranza del orden económico establecido que se siente amenazado por supuestas "hordas comunistas y socialistas" que se asume controlan el Estado junto con movimientos sociales contestatarios ante el orden social vigente (como el movimiento feminista y el ecologista, entre otros), portavoces todos ellos de ideologías contrarias al mantenimiento de una visión conservadora e idealizada del pasado que se asume fue mejor. La recuperación de ese pasado (que representa las esencias de la nación) promulga un nacionalismo exacerbado, excluyente e imperial que define a cualquier otra visión del país como "enemiga de la patria", indigna de pertenecer a ella, cuestionando su propia legitimidad. Profundamente autoritario y antidemocrático, el trumpismo tiene como objetivo controlar todas las esferas del Estado, desde los aparatos de seguridad, policial y jurídico hasta los medios de comunicación, en su proyecto que no es solo autoritario sino también totalitario, es decir, promotor de una visión ideológica totalizante, tanto en su dimensión religiosa -el nacionalcristianismo- como en su vertiente económica -promoviendo el dogmatismo neoliberal-, defendiendo la jerarquía social existente como resultado del régimen meritocrático, el cual favorece a los que están arriba en la escala social (pues son los que tienen más mérito) sobre todos los demás.
¿Tiene el trumpismo estadounidense semejanzas con el fascismo español?
Cualquier demócrata que haya vivido durante la dictadura instaurada por el golpe militar del 1936 en España podrá reconocer muchas de estas características definitorias del trumpismo en la ideología fascista que, como bien definió el profesor Malefakis de la Columbia University de Nueva York (máximo conocedor del fascismo europeo), era una ideología no solo autoritaria, sino también totalitaria, en el sentido de intentar imponer una ideología totalizante, es decir, que abarcaba todas las dimensiones del ser humano -desde el lenguaje hasta el sexo-, con un nacionalismo extremo excluyente en una cruzada del nacionalcatolicismo en contra del infiel y en defensa del imperio español, supuestamente amenazado por el comunismo y el socialismo.
Definir tal régimen como "franquista", como todavía hoy es conocido en el discurso oficial del país, es profundamente erróneo, pues asume que era un régimen meramente autoritario populista (caudillista) cuando en realidad era también totalitario, es decir, promovía una ideología totalizante que aspiraba a impregnar todas las esferas del individuo, en defensa de unos valores políticos, económicos y sociales que sostenían al régimen. En realidad, el mejor indicador de que el régimen "franquista" no era meramente populista es que, incluso cuando el general Franco murió, la ideología del régimen continuó estando presente en amplios sectores del Estado monárquico español (y, muy en particular, en gran número de sus aparatos de seguridad y jurídicos) ubicados mayoritariamente en la capital del reino, Madrid, y también en los partidos que debieron sus orígenes ideológicos y políticos de aquel régimen, como son el PP y Vox. El PP fue fundado por ministros del régimen fascista. Hoy, sus dirigentes están acusando al gobierno de coalición de izquierdas español de ilegítimo (del mismo modo que Trump ha acusado de ilegítimo al gobierno Biden). También el PP y, muy en especial, su sección más extrema, encarnada en Isabel Díaz-Ayuso, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, están oponiéndose, como Trump también hizo, a las medidas de contención de la pandemia, cuestionando su validez anteponiendo los intereses de la economía a todo lo demás (aun a costa de retrasar la propia recuperación económica). En realidad, son estos elementos en común (entre otros) entre el trumpismo y los herederos del fascismo – el Partido Republicano estadounidense por un lado, y Vox y el PP por el otro-, los que explican la proximidad de tales formaciones políticas y la semejanza de sus políticas.
Políticas comunes del trumpismo estadounidense y de los herederos del fascismo
Estas formaciones políticas infravaloran lo que es la pandemia y el enorme dolor que ha generado a fin de justificar sus políticas a favor de los intereses económicos de los grupos políticos y mediáticos más poderosos del país. De ahí su escepticismo, cuando no su cinismo, sobre el conocimiento científico salubrista y las consecuencias de ignorarlo. Esta insensibilidad quedó claramente plasmada en las afirmaciones hechas por un dirigente trumpista del Estado de Texas, el Estado donde el trumpismo tiene mayor fuerza de EEUU, que, aun reconociendo que la pandemia estaba causando la muerte de muchos ancianos, respondió que debían aceptar su muerte como parte del deber necesario para salvar a la "patria" (es decir, la economía que los "patrióticos" promueven). El sinsentido y crueldad de esta frase -que caracteriza al trumpismo- es tal que, en realidad, ignora que el incremento de la mortalidad y el sufrimiento que causa no está salvando, sino empeorando, la economía, retrasando su recuperación. La evidencia de ello es abrumadora.
Los costes de ignorar las propuestas de salud pública: elevada mortalidad
En EEUU se han visto dos hechos de gran relevancia: una es que aquellos Estados (la mayoría de Estados gobernados por el Partido Demócrata) que han seguido las políticas de control de la pandemia propuestas por las autoridades de salud pública (como distancia social, mascarillas y confinamientos, entre otros), han tenido menos contagios y muertes por la COVID-19 que aquellos Estados (la mayoría de ellos republicanos trumpistas) que no han seguido tales medidas o las han aplicado con excesiva laxitud. Investigadores de The Johns Hopkins University han estudiado la evolución de las infecciones y mortalidad por la COVID-19 durante todo el año 2020 en Estados republicanos y en Estados demócratas, y han documentado que mientras los Estados republicanos tenían menores índices de contagio y mortalidad por la COVID-19 al principio de la pandemia (desde el principio hasta mayo o junio) fueron deteriorándose más rápidamente y de una manera más acentuada de manera tal que tras el primer período, las tasas de infección pasaron a ser mayores en los Estados republicanos que en los demócratas, siendo la causa principal el comportamiento de los gobiernos estatales, ignorando o dando poca prioridad a las directrices de las autoridades gubernamentales de salud pública. Tales Estados fueron comparados con características semejantes en cuanto a estructura etaria, densidad de la población, grado de ruralidad, región censal, raza, género, pobreza, número de recursos sanitarios, nivel de obesidad, enfermedades cardiovasculares, asma, y porcentaje de población fumadora. Los resultados publicados en la revista American Journal of Preventive Medicine (marzo de 2021) eran contundentes: el trumpismo era el causante del número extra de muertes por la COVID-19 en cada Estado republicano.
Existe, pues, abundante evidencia de que las políticas trumpistas que obstaculizaron las políticas propuestas por las autoridades de salud pública del propio gobierno federal fueron responsables de la elevada mortalidad debida al coronavirus. El presidente Trump llegó a acusar a la máxima autoridad sanitaria, el Dr. Faucci (conocido por su independencia y rigor científico) de promocionar la utilización de mascarillas (como medida protectora) como una forma de mostrar oposición política a su presidencia.
La mayor mortalidad que caracterizó el trumpismo no significó una recuperación económica mayor, antes al contrario
La otra noticia relevante es que la evidencia científica tampoco demostró la credibilidad del segundo supuesto del trumpismo, es decir, que su no aplicación de las directrices salubristas favorecería la recuperación económica. La evidencia científica disponible no muestra evidencia de ello. Antes al contrario, algunos de los Estados más trumpista de EEUU -tales como Texas-, que han tenido las mayores tasas de mortalidad por la COVID-19 (170 muertos por cada 100.000 habitantes durante todo el período de la pandemia, una cifra mayor que el promedio de EEUU, 158) han sido también los que están entre los que han tenido mayor deterioro de la actividad económica. En 2020, el retroceso económico ha sido de un 4% del PIB, mayor que el del promedio de EEUU, ha sido del 3,8%.
En realidad, en ninguno de los Estados de los EEUU el incremento de la mortalidad y el abandono de las medidas preventivas para evitarla se tradujo en un mejoramiento de la economía. Un tanto igual ha ocurrido a nivel mundial, donde los países con gobiernos trumpistas, como Brasil -que tiene una de las mayores tasas de mortalidad por coronavirus del mundo-, han tenido, a la vez, una enorme crisis económica que, sumada a la mortalidad por coronavirus, explica su gran impopularidad (el 60% de la ciudadanía brasileña desea que se vaya, ejerciendo una gran presión para que se apruebe el impeachment a su presidente, Jair Bolsonaro). Algo semejante ocurre en Hungría, otro país gobernado por trumpistas que está entre los países europeos con mayor tasa de mortalidad por coronavirus.
El trumpismo en España
Y en España, lo mismo ocurre en la comunidad autónoma de Madrid, gobernada por las derechas trumpistas herederas del fascismo, que también son conocidas por su insensibilidad hacia las medidas de prevención de la mortalidad por coronavirus. Según datos del Ministerio de Sanidad de España, es la comunidad autónoma con mayor número de casos de personas con coronavirus por cada 100.000 habitantes (solo superada por la ciudad autónoma de Melilla), y está entre las CCAA que tienen mayor número de muertos por coronavirus por cada 100.000 habitantes desde que empezó la pandemia. Es también la comunidad autónoma que tiene un mayor porcentaje de camas de hospital ocupadas por coronavirus (solo superada por la ciudad autónoma de Melilla), y la que presenta un mayor porcentaje de ocupación en las UCI.
Esta elevada tasa de mortalidad de la Comunidad de Madrid se debe no solo a la insensibilidad de su gobierno a las directrices de las autoridades sanitarias para controlar la pandemia sino también a sus políticas públicas de recortes de los servicios sanitarios y sociales, que han debilitado muchísimo su capacidad de respuesta a la pandemia. Estas políticas de recortes del gasto público sanitario y social, con la activa privatización de tales servicios ha sido característico también de las políticas trumpistas (Trump ha reducido los fondos del Medicare para la atención sanitaria a los ancianos y del MedicAid a las poblaciones con menos recursos aumentando el número de personas sin ninguna cobertura sanitaria de 28 a 32 millones), siendo Madrid una de las CCAA con menor número de personal público sanitario, y mayor porcentaje de servicios sanitarios privados (que se han mostrado deficientes en su respuesta a la pandemia).
Por otra parte, la realidad económica de la Comunidad de Madrid no se corresponde a la expresión de "milagro económico" que el gobierno Ayuso utiliza para definir la realidad madrileña. Durante el año 2020, la actividad economía descendió, según el Banco de España, un 10,3% del PIB, un porcentaje similar al promedio del país. El elevado sacrificio que significó el gran aumento de la mortalidad del coronavirus no se tradujo en unos indicadores económicos mejores.
El trumpismo aumentó todavía más el enorme déficit social de España, resultado de las políticas neoliberales de los gobiernos anteriores
La evidencia que demuestra que sin el control de la pandemia no hay manera de recuperar la economía es abrumadora. Y este control de la pandemia depende mucho de la sensibilidad social y sanitaria del Estado, dimensión poco desarrollada en España y todavía menos en las CCAA gobernadas por las derechas. No es por casualidad que Madrid (y Catalunya, gobernada también por las derechas) estén entre las CCAA con mayor tasa de mortalidad por coronavirus. Los dramáticos recortes de la sanidad pública, la privatización de la sanidad y de los servicios del Estado del Bienestar, los escasos recursos de los servicios públicos, el escaso desarrollo de sus sistemas de salud pública, son todos ellos claros indicadores de esta insensibilidad, situación que ha ido empeorando durante la Gran Recesión, y que explica que la esperanza de vida de la población estuviera ya descendiendo durante aquel período, alcanzando su máximo descenso durante la pandemia. En España, se espera que un recién nacido en el año 2020 viva 82,4 años, mientras que en 2019 se esperaba que lo hiciera 84 años, que fue el nivel de esperanza de vida del año 2010. Ha habido, pues, un retraso de veinte años. España ha sido uno de los países de la Europa Occidental que ha visto más reducida su esperanza de vida. Y, dentro de ella, la Comunidad de Madrid ha sido una de las que ha visto su esperanza de vida más reducida este año en España ("Health Crisis. Spain worst hit as EU nations suffered life expectancy drops", Financial Times, 8 de abril de 2021; y cálculos de las estadísticas vitales de la mortalidad en España del Ministerio de Sanidad y comunidades autónomas). Y ello se debe a la escasa dimensión social del Estado español, incluyendo la Comunidad de Madrid.
Los Estados con extensos servicios públicos del Estado del Bienestar son los que controlan mejor la pandemia
Han sido los países europeos con mayor desarrollo de su Estado del Bienestar (con sus extensos servicios de sanidad y sociales, servicios de atención a la dependencia domiciliarios y residenciales, escuelas de infancia públicas y vivienda social, entre otros servicios), con trabajos mejor retribuidos y más satisfactorios, y con políticas redistributivas reductoras de las desigualdades sociales, incluyendo por clase social y por género, los que han tenido una menor mortalidad por coronavirus. Noruega, Dinamarca y Finlandia están entre los países que tienen menos desigualdades por clase social y por género, y son los que tienen menos mortalidad por la COVID-19 en Europa. España (y todavía peor, Madrid) es de los que tienen mayores desigualdades por clase social y por género y mayor tasa de mortalidad por la COVID-19. Los datos están ahí para quien quiera verlos. Concretamente, las tasas de desigualdad social (medidas en coeficiente de Gini) de los países gobernados por coaliciones de izquierdas durante más tiempo desde la II Guerra Mundial en la UE-15 son Noruega (25,4), Finlandia (26,2) y Dinamarca (27,5); mientras que países como España (34), con Estados del Bienestar poco financiados y políticas escasamente redistributivas presentan valores de tasa de desigualdad social mucho más elevados. EEUU (39) con un nivel de desigualdad incluso mayor, según los últimos datos de Eurostat y OECD. Un tanto igual en cuanto a desigualdades de género, con niveles mucho menores en Noruega (4,4%), Finlandia (5,8%) y Dinamarca (4%), que en España (8%) y EEUU (18,9%). La tasa de mortalidad por coronavirus por cada 100.000 habitantes es mucho más baja en Dinamarca (41), Finlandia (15) y Noruega (12,7), que en España (131) o EEUU (158). Los países escandinavos de tradición progresista también están entre los que vieron disminuir menos su PIB durante la pandemia. Su reducción del PIB en 2020 fue: Noruega (-0,8%), Dinamarca (-2,7%) y Finlandia (-2,8%); mientras que en Alemania (-4,9%), Francia (-8,1%), Italia (-8,9%), España (-10,8%; Madrid -10,3%) el descenso del PIB fue mucho más acentuado, según datos de Eurostat.
La creciente movilización popular frente al declive del trumpismo y la aparición de alternativas
La situación sanitaria tan caótica causada por el presidente Trump y su gran crisis económica fueron la causa de la mayor protesta que haya habido recientemente en EEUU frente a un partido gobernante. Nunca antes se había movilizado tanta gente como muestra de rechazo a un presidente en el gobierno. 81,2 millones de votantes en las pasadas elecciones. La protesta exigía no solo un fin de las políticas trumpistas del Partido Republicano (favorables a la inversión pública en el sector militar como estímulo económico, privatización de los servicios públicos en las áreas sociales, medidas fiscales altamente regresivas, y un largo etcétera) sino también el fin de las políticas públicas neoliberales que dominaron las administraciones de los gobiernos anteriores del Partido Demócrata.
Como bien indicó The New York Times, "progresistas y socialistas, junto con los sindicatos, iglesias de la comunidad negra, y otras organizaciones de la clase trabajadora han presionado para que el presidente Biden haya tomado las medidas para que aumente considerablemente el nivel de vida de la clase trabajadora". Como consecuencia del enorme crecimiento de las izquierdas progresistas dentro del Partido Demócrata, el significado de "recuperación económica" se redefinió, rechazándose la "normalidad" -entendida como la normalidad existente antes de la pandemia- como el objetivo a alcanzar por esa recuperación económica. Resultado de tal presión, hoy está teniendo lugar un cambio muy importante en las políticas públicas del gobierno federal, dándose gran prioridad a las inversiones sociales (como, por ejemplo, el Cuarto Pilar del Estado del Bienestar, que es el derecho de acceso a los servicios de ayuda a las familias, que van desde escuelas de infancia a partir de los 0 años hasta los servicios de atención a la dependencia, tanto domiciliarios como residenciales), así como a las inversiones en la economía verde, dando gran importancia a las actividades encaminadas a asegurar la calidad de vida y bienestar de la población, y poniendo como objetivo último la felicidad de la ciudadanía y no solo la producción y el consumo. El 80% de la población estadounidense aprueba estas medidas (y ello incluye más del 50% de los republicanos).
Esta presión dentro del Partido Demócrata desde los sectores de izquierdas tiene claras similitudes con lo que ocurre en España. El problema del PSOE, especialmente desde el gobierno Zapatero fue su socioliberalismo, es decir, su incapacidad de romper con el dogma neoliberal, que frenó los cambios necesarios y que condujo como protesta el surgimiento de Podemos, primero, y de Unidas Podemos, después. En EEUU el giro del gobierno federal es que se han incrementado las políticas de inversiones y de gasto público (incluyendo de una manera muy notable las inversiones sociales), con un aumento del gasto público social, así como una expansión de las reformas fiscales de claro carácter progresista que permiten la financiación de estos programas, revertiendo las políticas de bajadas de impuestos a las grandes empresas estadounidenses que caracterizaron al trumpismo (Trump había bajado el impuesto de sociedades de un 35% a un 21%; y Biden lo ha subido de un 21% a un 28%, aunque la izquierda pedía vuelta al 35%). Biden ha aprobado tres paquetes de expansiones presupuestarias con un gran aumento del gasto público, recordando el New Deal del presidente Franklin Roosevelt. Una de las expansiones más reciente ha sido para la mejora de las infraestructuras sociales, creando una gran oposición por parte del partido republicano, a lo cual el Presidente Biden respondió que los servicios de atención a las personas dependientes y las escuelas de primera infancia son tan importantes como construir carreteras o electrificar el transporte. Quedó claro que el New Deal, además de ser verde, tiene que ser social, tal y como subrayó el senador Bernie Sanders, que dirige uno de los comités más poderosos del Senado sobre política económica y fiscal. Estas políticas han generado un apoyo mayoritario no solo entre los votantes demócratas sino también republicanos.
Y es ahí donde aplicando este símil a España y a Madrid, hay que aplaudir que, por fin, la UE apruebe la transferencia de fondos para financiar los planes de recuperación económica (importantes, pero todavía insuficientes) y también hay que apoyar que el nuevo el gobierno de coalición de izquierdas se haya comprometido a reducir el enorme déficit social que tiene España. Lo que es de especial importancia es que se vaya en dirección opuesta al trumpismo que hizo tanto daño a la población en general y a las clases populares en particular. Es ahí donde me permito animar al gobierno español a que incluso vaya más allá en reconocer que la inversión social es tanto o más importante que la inversión en la digitalización del país. Esto debería ocurrir también a nivel de las comunidades autónomas, donde todavía hay muchísimo por hacer, terminando con el trumpismo dominante, liderado hoy por la Comunidad de Madrid. Por el bienestar de las clases populares de tal comunidad y por el bien de España es importante que haya un cambio sustancial en el gobierno de tal comunidad en sentido opuesto al que ha gobernado hasta ahora. Los datos científicos presentados en este artículo muestran las enormes consecuencias negativas que el trumpismo (que es en verdad el fascismo del siglo XXI) crea cuando gobierna, sea en Texas o en Madrid.
El trumpismo es una ideología que tiene como elemento central la defensa a ultranza del orden económico establecido que se siente amenazado por supuestas "hordas comunistas y socialistas" que se asume controlan el Estado junto con movimientos sociales contestatarios ante el orden social vigente (como el movimiento feminista y el ecologista, entre otros), portavoces todos ellos de ideologías contrarias al mantenimiento de una visión conservadora e idealizada del pasado que se asume fue mejor. La recuperación de ese pasado (que representa las esencias de la nación) promulga un nacionalismo exacerbado, excluyente e imperial que define a cualquier otra visión del país como "enemiga de la patria", indigna de pertenecer a ella, cuestionando su propia legitimidad. Profundamente autoritario y antidemocrático, el trumpismo tiene como objetivo controlar todas las esferas del Estado, desde los aparatos de seguridad, policial y jurídico hasta los medios de comunicación, en su proyecto que no es solo autoritario sino también totalitario, es decir, promotor de una visión ideológica totalizante, tanto en su dimensión religiosa -el nacionalcristianismo- como en su vertiente económica -promoviendo el dogmatismo neoliberal-, defendiendo la jerarquía social existente como resultado del régimen meritocrático, el cual favorece a los que están arriba en la escala social (pues son los que tienen más mérito) sobre todos los demás.
¿Tiene el trumpismo estadounidense semejanzas con el fascismo español?
Cualquier demócrata que haya vivido durante la dictadura instaurada por el golpe militar del 1936 en España podrá reconocer muchas de estas características definitorias del trumpismo en la ideología fascista que, como bien definió el profesor Malefakis de la Columbia University de Nueva York (máximo conocedor del fascismo europeo), era una ideología no solo autoritaria, sino también totalitaria, en el sentido de intentar imponer una ideología totalizante, es decir, que abarcaba todas las dimensiones del ser humano -desde el lenguaje hasta el sexo-, con un nacionalismo extremo excluyente en una cruzada del nacionalcatolicismo en contra del infiel y en defensa del imperio español, supuestamente amenazado por el comunismo y el socialismo.
Definir tal régimen como "franquista", como todavía hoy es conocido en el discurso oficial del país, es profundamente erróneo, pues asume que era un régimen meramente autoritario populista (caudillista) cuando en realidad era también totalitario, es decir, promovía una ideología totalizante que aspiraba a impregnar todas las esferas del individuo, en defensa de unos valores políticos, económicos y sociales que sostenían al régimen. En realidad, el mejor indicador de que el régimen "franquista" no era meramente populista es que, incluso cuando el general Franco murió, la ideología del régimen continuó estando presente en amplios sectores del Estado monárquico español (y, muy en particular, en gran número de sus aparatos de seguridad y jurídicos) ubicados mayoritariamente en la capital del reino, Madrid, y también en los partidos que debieron sus orígenes ideológicos y políticos de aquel régimen, como son el PP y Vox. El PP fue fundado por ministros del régimen fascista. Hoy, sus dirigentes están acusando al gobierno de coalición de izquierdas español de ilegítimo (del mismo modo que Trump ha acusado de ilegítimo al gobierno Biden). También el PP y, muy en especial, su sección más extrema, encarnada en Isabel Díaz-Ayuso, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, están oponiéndose, como Trump también hizo, a las medidas de contención de la pandemia, cuestionando su validez anteponiendo los intereses de la economía a todo lo demás (aun a costa de retrasar la propia recuperación económica). En realidad, son estos elementos en común (entre otros) entre el trumpismo y los herederos del fascismo – el Partido Republicano estadounidense por un lado, y Vox y el PP por el otro-, los que explican la proximidad de tales formaciones políticas y la semejanza de sus políticas.
Políticas comunes del trumpismo estadounidense y de los herederos del fascismo
Estas formaciones políticas infravaloran lo que es la pandemia y el enorme dolor que ha generado a fin de justificar sus políticas a favor de los intereses económicos de los grupos políticos y mediáticos más poderosos del país. De ahí su escepticismo, cuando no su cinismo, sobre el conocimiento científico salubrista y las consecuencias de ignorarlo. Esta insensibilidad quedó claramente plasmada en las afirmaciones hechas por un dirigente trumpista del Estado de Texas, el Estado donde el trumpismo tiene mayor fuerza de EEUU, que, aun reconociendo que la pandemia estaba causando la muerte de muchos ancianos, respondió que debían aceptar su muerte como parte del deber necesario para salvar a la "patria" (es decir, la economía que los "patrióticos" promueven). El sinsentido y crueldad de esta frase -que caracteriza al trumpismo- es tal que, en realidad, ignora que el incremento de la mortalidad y el sufrimiento que causa no está salvando, sino empeorando, la economía, retrasando su recuperación. La evidencia de ello es abrumadora.
Los costes de ignorar las propuestas de salud pública: elevada mortalidad
En EEUU se han visto dos hechos de gran relevancia: una es que aquellos Estados (la mayoría de Estados gobernados por el Partido Demócrata) que han seguido las políticas de control de la pandemia propuestas por las autoridades de salud pública (como distancia social, mascarillas y confinamientos, entre otros), han tenido menos contagios y muertes por la COVID-19 que aquellos Estados (la mayoría de ellos republicanos trumpistas) que no han seguido tales medidas o las han aplicado con excesiva laxitud. Investigadores de The Johns Hopkins University han estudiado la evolución de las infecciones y mortalidad por la COVID-19 durante todo el año 2020 en Estados republicanos y en Estados demócratas, y han documentado que mientras los Estados republicanos tenían menores índices de contagio y mortalidad por la COVID-19 al principio de la pandemia (desde el principio hasta mayo o junio) fueron deteriorándose más rápidamente y de una manera más acentuada de manera tal que tras el primer período, las tasas de infección pasaron a ser mayores en los Estados republicanos que en los demócratas, siendo la causa principal el comportamiento de los gobiernos estatales, ignorando o dando poca prioridad a las directrices de las autoridades gubernamentales de salud pública. Tales Estados fueron comparados con características semejantes en cuanto a estructura etaria, densidad de la población, grado de ruralidad, región censal, raza, género, pobreza, número de recursos sanitarios, nivel de obesidad, enfermedades cardiovasculares, asma, y porcentaje de población fumadora. Los resultados publicados en la revista American Journal of Preventive Medicine (marzo de 2021) eran contundentes: el trumpismo era el causante del número extra de muertes por la COVID-19 en cada Estado republicano.
Existe, pues, abundante evidencia de que las políticas trumpistas que obstaculizaron las políticas propuestas por las autoridades de salud pública del propio gobierno federal fueron responsables de la elevada mortalidad debida al coronavirus. El presidente Trump llegó a acusar a la máxima autoridad sanitaria, el Dr. Faucci (conocido por su independencia y rigor científico) de promocionar la utilización de mascarillas (como medida protectora) como una forma de mostrar oposición política a su presidencia.
La mayor mortalidad que caracterizó el trumpismo no significó una recuperación económica mayor, antes al contrario
La otra noticia relevante es que la evidencia científica tampoco demostró la credibilidad del segundo supuesto del trumpismo, es decir, que su no aplicación de las directrices salubristas favorecería la recuperación económica. La evidencia científica disponible no muestra evidencia de ello. Antes al contrario, algunos de los Estados más trumpista de EEUU -tales como Texas-, que han tenido las mayores tasas de mortalidad por la COVID-19 (170 muertos por cada 100.000 habitantes durante todo el período de la pandemia, una cifra mayor que el promedio de EEUU, 158) han sido también los que están entre los que han tenido mayor deterioro de la actividad económica. En 2020, el retroceso económico ha sido de un 4% del PIB, mayor que el del promedio de EEUU, ha sido del 3,8%.
En realidad, en ninguno de los Estados de los EEUU el incremento de la mortalidad y el abandono de las medidas preventivas para evitarla se tradujo en un mejoramiento de la economía. Un tanto igual ha ocurrido a nivel mundial, donde los países con gobiernos trumpistas, como Brasil -que tiene una de las mayores tasas de mortalidad por coronavirus del mundo-, han tenido, a la vez, una enorme crisis económica que, sumada a la mortalidad por coronavirus, explica su gran impopularidad (el 60% de la ciudadanía brasileña desea que se vaya, ejerciendo una gran presión para que se apruebe el impeachment a su presidente, Jair Bolsonaro). Algo semejante ocurre en Hungría, otro país gobernado por trumpistas que está entre los países europeos con mayor tasa de mortalidad por coronavirus.
El trumpismo en España
Y en España, lo mismo ocurre en la comunidad autónoma de Madrid, gobernada por las derechas trumpistas herederas del fascismo, que también son conocidas por su insensibilidad hacia las medidas de prevención de la mortalidad por coronavirus. Según datos del Ministerio de Sanidad de España, es la comunidad autónoma con mayor número de casos de personas con coronavirus por cada 100.000 habitantes (solo superada por la ciudad autónoma de Melilla), y está entre las CCAA que tienen mayor número de muertos por coronavirus por cada 100.000 habitantes desde que empezó la pandemia. Es también la comunidad autónoma que tiene un mayor porcentaje de camas de hospital ocupadas por coronavirus (solo superada por la ciudad autónoma de Melilla), y la que presenta un mayor porcentaje de ocupación en las UCI.
Esta elevada tasa de mortalidad de la Comunidad de Madrid se debe no solo a la insensibilidad de su gobierno a las directrices de las autoridades sanitarias para controlar la pandemia sino también a sus políticas públicas de recortes de los servicios sanitarios y sociales, que han debilitado muchísimo su capacidad de respuesta a la pandemia. Estas políticas de recortes del gasto público sanitario y social, con la activa privatización de tales servicios ha sido característico también de las políticas trumpistas (Trump ha reducido los fondos del Medicare para la atención sanitaria a los ancianos y del MedicAid a las poblaciones con menos recursos aumentando el número de personas sin ninguna cobertura sanitaria de 28 a 32 millones), siendo Madrid una de las CCAA con menor número de personal público sanitario, y mayor porcentaje de servicios sanitarios privados (que se han mostrado deficientes en su respuesta a la pandemia).
Por otra parte, la realidad económica de la Comunidad de Madrid no se corresponde a la expresión de "milagro económico" que el gobierno Ayuso utiliza para definir la realidad madrileña. Durante el año 2020, la actividad economía descendió, según el Banco de España, un 10,3% del PIB, un porcentaje similar al promedio del país. El elevado sacrificio que significó el gran aumento de la mortalidad del coronavirus no se tradujo en unos indicadores económicos mejores.
El trumpismo aumentó todavía más el enorme déficit social de España, resultado de las políticas neoliberales de los gobiernos anteriores
La evidencia que demuestra que sin el control de la pandemia no hay manera de recuperar la economía es abrumadora. Y este control de la pandemia depende mucho de la sensibilidad social y sanitaria del Estado, dimensión poco desarrollada en España y todavía menos en las CCAA gobernadas por las derechas. No es por casualidad que Madrid (y Catalunya, gobernada también por las derechas) estén entre las CCAA con mayor tasa de mortalidad por coronavirus. Los dramáticos recortes de la sanidad pública, la privatización de la sanidad y de los servicios del Estado del Bienestar, los escasos recursos de los servicios públicos, el escaso desarrollo de sus sistemas de salud pública, son todos ellos claros indicadores de esta insensibilidad, situación que ha ido empeorando durante la Gran Recesión, y que explica que la esperanza de vida de la población estuviera ya descendiendo durante aquel período, alcanzando su máximo descenso durante la pandemia. En España, se espera que un recién nacido en el año 2020 viva 82,4 años, mientras que en 2019 se esperaba que lo hiciera 84 años, que fue el nivel de esperanza de vida del año 2010. Ha habido, pues, un retraso de veinte años. España ha sido uno de los países de la Europa Occidental que ha visto más reducida su esperanza de vida. Y, dentro de ella, la Comunidad de Madrid ha sido una de las que ha visto su esperanza de vida más reducida este año en España ("Health Crisis. Spain worst hit as EU nations suffered life expectancy drops", Financial Times, 8 de abril de 2021; y cálculos de las estadísticas vitales de la mortalidad en España del Ministerio de Sanidad y comunidades autónomas). Y ello se debe a la escasa dimensión social del Estado español, incluyendo la Comunidad de Madrid.
Los Estados con extensos servicios públicos del Estado del Bienestar son los que controlan mejor la pandemia
Han sido los países europeos con mayor desarrollo de su Estado del Bienestar (con sus extensos servicios de sanidad y sociales, servicios de atención a la dependencia domiciliarios y residenciales, escuelas de infancia públicas y vivienda social, entre otros servicios), con trabajos mejor retribuidos y más satisfactorios, y con políticas redistributivas reductoras de las desigualdades sociales, incluyendo por clase social y por género, los que han tenido una menor mortalidad por coronavirus. Noruega, Dinamarca y Finlandia están entre los países que tienen menos desigualdades por clase social y por género, y son los que tienen menos mortalidad por la COVID-19 en Europa. España (y todavía peor, Madrid) es de los que tienen mayores desigualdades por clase social y por género y mayor tasa de mortalidad por la COVID-19. Los datos están ahí para quien quiera verlos. Concretamente, las tasas de desigualdad social (medidas en coeficiente de Gini) de los países gobernados por coaliciones de izquierdas durante más tiempo desde la II Guerra Mundial en la UE-15 son Noruega (25,4), Finlandia (26,2) y Dinamarca (27,5); mientras que países como España (34), con Estados del Bienestar poco financiados y políticas escasamente redistributivas presentan valores de tasa de desigualdad social mucho más elevados. EEUU (39) con un nivel de desigualdad incluso mayor, según los últimos datos de Eurostat y OECD. Un tanto igual en cuanto a desigualdades de género, con niveles mucho menores en Noruega (4,4%), Finlandia (5,8%) y Dinamarca (4%), que en España (8%) y EEUU (18,9%). La tasa de mortalidad por coronavirus por cada 100.000 habitantes es mucho más baja en Dinamarca (41), Finlandia (15) y Noruega (12,7), que en España (131) o EEUU (158). Los países escandinavos de tradición progresista también están entre los que vieron disminuir menos su PIB durante la pandemia. Su reducción del PIB en 2020 fue: Noruega (-0,8%), Dinamarca (-2,7%) y Finlandia (-2,8%); mientras que en Alemania (-4,9%), Francia (-8,1%), Italia (-8,9%), España (-10,8%; Madrid -10,3%) el descenso del PIB fue mucho más acentuado, según datos de Eurostat.
La creciente movilización popular frente al declive del trumpismo y la aparición de alternativas
La situación sanitaria tan caótica causada por el presidente Trump y su gran crisis económica fueron la causa de la mayor protesta que haya habido recientemente en EEUU frente a un partido gobernante. Nunca antes se había movilizado tanta gente como muestra de rechazo a un presidente en el gobierno. 81,2 millones de votantes en las pasadas elecciones. La protesta exigía no solo un fin de las políticas trumpistas del Partido Republicano (favorables a la inversión pública en el sector militar como estímulo económico, privatización de los servicios públicos en las áreas sociales, medidas fiscales altamente regresivas, y un largo etcétera) sino también el fin de las políticas públicas neoliberales que dominaron las administraciones de los gobiernos anteriores del Partido Demócrata.
Como bien indicó The New York Times, "progresistas y socialistas, junto con los sindicatos, iglesias de la comunidad negra, y otras organizaciones de la clase trabajadora han presionado para que el presidente Biden haya tomado las medidas para que aumente considerablemente el nivel de vida de la clase trabajadora". Como consecuencia del enorme crecimiento de las izquierdas progresistas dentro del Partido Demócrata, el significado de "recuperación económica" se redefinió, rechazándose la "normalidad" -entendida como la normalidad existente antes de la pandemia- como el objetivo a alcanzar por esa recuperación económica. Resultado de tal presión, hoy está teniendo lugar un cambio muy importante en las políticas públicas del gobierno federal, dándose gran prioridad a las inversiones sociales (como, por ejemplo, el Cuarto Pilar del Estado del Bienestar, que es el derecho de acceso a los servicios de ayuda a las familias, que van desde escuelas de infancia a partir de los 0 años hasta los servicios de atención a la dependencia, tanto domiciliarios como residenciales), así como a las inversiones en la economía verde, dando gran importancia a las actividades encaminadas a asegurar la calidad de vida y bienestar de la población, y poniendo como objetivo último la felicidad de la ciudadanía y no solo la producción y el consumo. El 80% de la población estadounidense aprueba estas medidas (y ello incluye más del 50% de los republicanos).
Esta presión dentro del Partido Demócrata desde los sectores de izquierdas tiene claras similitudes con lo que ocurre en España. El problema del PSOE, especialmente desde el gobierno Zapatero fue su socioliberalismo, es decir, su incapacidad de romper con el dogma neoliberal, que frenó los cambios necesarios y que condujo como protesta el surgimiento de Podemos, primero, y de Unidas Podemos, después. En EEUU el giro del gobierno federal es que se han incrementado las políticas de inversiones y de gasto público (incluyendo de una manera muy notable las inversiones sociales), con un aumento del gasto público social, así como una expansión de las reformas fiscales de claro carácter progresista que permiten la financiación de estos programas, revertiendo las políticas de bajadas de impuestos a las grandes empresas estadounidenses que caracterizaron al trumpismo (Trump había bajado el impuesto de sociedades de un 35% a un 21%; y Biden lo ha subido de un 21% a un 28%, aunque la izquierda pedía vuelta al 35%). Biden ha aprobado tres paquetes de expansiones presupuestarias con un gran aumento del gasto público, recordando el New Deal del presidente Franklin Roosevelt. Una de las expansiones más reciente ha sido para la mejora de las infraestructuras sociales, creando una gran oposición por parte del partido republicano, a lo cual el Presidente Biden respondió que los servicios de atención a las personas dependientes y las escuelas de primera infancia son tan importantes como construir carreteras o electrificar el transporte. Quedó claro que el New Deal, además de ser verde, tiene que ser social, tal y como subrayó el senador Bernie Sanders, que dirige uno de los comités más poderosos del Senado sobre política económica y fiscal. Estas políticas han generado un apoyo mayoritario no solo entre los votantes demócratas sino también republicanos.
Y es ahí donde aplicando este símil a España y a Madrid, hay que aplaudir que, por fin, la UE apruebe la transferencia de fondos para financiar los planes de recuperación económica (importantes, pero todavía insuficientes) y también hay que apoyar que el nuevo el gobierno de coalición de izquierdas se haya comprometido a reducir el enorme déficit social que tiene España. Lo que es de especial importancia es que se vaya en dirección opuesta al trumpismo que hizo tanto daño a la población en general y a las clases populares en particular. Es ahí donde me permito animar al gobierno español a que incluso vaya más allá en reconocer que la inversión social es tanto o más importante que la inversión en la digitalización del país. Esto debería ocurrir también a nivel de las comunidades autónomas, donde todavía hay muchísimo por hacer, terminando con el trumpismo dominante, liderado hoy por la Comunidad de Madrid. Por el bienestar de las clases populares de tal comunidad y por el bien de España es importante que haya un cambio sustancial en el gobierno de tal comunidad en sentido opuesto al que ha gobernado hasta ahora. Los datos científicos presentados en este artículo muestran las enormes consecuencias negativas que el trumpismo (que es en verdad el fascismo del siglo XXI) crea cuando gobierna, sea en Texas o en Madrid.
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