20/08/2021 |
Un equipo de investigación en el terreno habló con testigos presenciales que dieron testimonios desgarradores de los homicidios, perpetrados entre el 4 y el 6 de julio 2021 en el pueblo de Mundarakht del distrito de Malistan. Seis de los hombres murieron por disparos y tres por torturas; a uno de ellos lo estrangularon con su propio pañuelo y le habían rebanado los músculos del brazo.
Es probable que estos brutales asesinatos representen una fracción mínima del total de muertes infligidas hasta la fecha por los talibanes, que han cortado el servicio de telefonía móvil en muchas de las zonas que han capturado recientemente y controlan las fotografías y vídeos que se divulgan desde estas regiones.
«La brutalidad y sangre fría de estos asesinatos recuerda el historial de los talibanes y es un espantoso indicador de lo que podría suceder con el gobierno talibán», indica Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional.
Estos homicidios selectivos son una prueba de que las minorías étnicas y religiosas siguen corriendo un riesgo especial bajo el gobierno talibán en Afganistán.
Desde Amnistía se insta al Consejo de Seguridad de la ONU a que adopte una resolución de emergencia que exija a los talibanes que respeten el derecho internacional de los derechos humanos y garanticen la seguridad de todos los afganos y afganas con independencia de su etnia y de sus creencias religiosas.
Y se indica que el Consejo de Derechos Humanos debe establecer un sólido mecanismo de investigación para documentar, recoger y preservar pruebas de los crímenes y de los abusos contra los derechos humanos que se están cometiendo en todo Afganistán, porque «eso será fundamental para garantizar una toma de decisiones informada de la comunidad internacional y luchar contra la impunidad que sigue exacerbando la comisión de crímenes graves en el país».
La tortura y el asesinato en el contexto de un conflicto armado son violaciones de los Convenios de Ginebra y constituyen crímenes de guerra en virtud del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que ya está estudiando los crímenes cometidos en relación con el conflicto de Afganistán.
Torturados y asesinados
Amnistía Internacional entrevistó a testigos presenciales y estudió pruebas fotográficas de lo que sucedió después de los asesinatos en el pueblo de Mundarakht.
El 3 de julio de 2021, se intensificaron los combates entre las fuerzas gubernamentales afganas y los talibanes en la provincia de Ghazni. Los lugareños dijeron a Amnistía Internacional que huyeron a las montañas, a los tradicionales iloks, sus tierras de pastoreo de verano, donde tienen unos refugios básicos.
Había poca comida para las treinta familias que huyeron. La mañana siguiente, 4 de julio, cinco hombres y cuatro mujeres volvieron al pueblo a recoger provisiones, y se encontraron con que habían saqueado sus casas y que los combatientes talibanes estaban esperándolos.
Los talibanes sacaron de su casa a Wahed Qaraman, de 45 años, le rompieron brazos y piernas, le dispararon en la pierna derecha, le arrancaron el pelo y le golpearon en la cara con un objeto contundente.
Jaffar Rahimi, de 63 años, sufrió una brutal paliza y cuando encontraron dinero en su bolsillo lo acusaron de trabajar para el gobierno afgano. Los talibanes lo estrangularon con su propio pañuelo. Tres personas que intervinieron en el entierro de Rahimi dijeron que tenía el cuerpo lleno de hematomas y que le habían rebanado los músculos de los brazos.
A Sayed Abdul Hakim, de 40 años, lo sacaron de su casa, lo golpearon con palos y culatas de fusil, le ataron los brazos y le dispararon dos veces en la pierna y dos en el pecho. Luego arrojaron el cuerpo junto a un arroyo próximo.
Una persona, testigo presencial, que ayudó en los entierros, dijo a Amnistía Internacional: «Preguntamos a los talibanes por qué hacían esto y nos dijeron que ‘Cuando es la hora del conflicto, todo el mundo muere, no importa si tienes armas de fuego o no. Es la hora de la guerra’».
Ejecuciones crueles
Durante los dos días del baño de sangre, otros tres hombres —Ali Jan Tata (65 años), Zia Faqeer Shah (de 23) y Ghulam Rasool Reza (de 53)— fueron víctimas de emboscadas y ejecutados cuando salieron de los iloks y trataban de atravesar Mundarakht para llegar a su casa, en la cercana aldea de Wuli.
En Mundarakht les dieron el alto en un control talibán, donde los ejecutaron. A Ali Jan Tata le dispararon en el pecho y a Rasool, en la nuca. Según testigos, el pecho de Zia Faqeer Shah estaba tan acribillado de balas que lo tuvieron que enterrar en trozos. Sus cadáveres fueron arrojados al arroyo, junto al de Sayed Abdul Hakim.
Tres hombres más fueron también asesinados cruelmente en su pueblo. Testigos presenciales dijeron a Amnistía Internacional que Sayeed Ahmad, de 75 años, insistió en que los talibanes no le iban a hacer daño porque era un anciano y que trataba de volver para dar de comer a su ganado. Lo ejecutaron con dos balas en el pecho y otro en un costado.
Zia Marefat, de veintiocho años, sufría depresión y apenas salía de su casa en Mundarakht. Se negó a marcharse cuando los talibanes tomaron el control del pueblo el 3 de julio, pero finalmente lo hizo, después de que su madre y otras personas le rogaron que huyera por su seguridad. Sin embargo, cuando caminaba solo hacia el ilok, los talibanes lo capturaron y lo mataron de un disparo en la sien.
Karim Bakhsh Karimi, de 45 años, quien tenía una enfermedad mental no diagnosticada que hacía que se comportara de forma imprevisible, no huyó con el resto de la población. También lo mataron, al estilo de una ejecución, de un tiro en la cabeza.
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