03/10/2021 Alfred López |
Un recurso habitual en la literatura, cine y series de televisión es poner al protagonista de alguna trama intentando resolver por su cuenta aquellos casos en los que los criminales han quedado impunes o en libertad, tomándose la justica por su mano, tal y como suele denominarse a ese tipo de actos.
Esto no es algo que solo ocurre en la ficción, debido a que numerosos han sido los casos reales en los que alguien ha tratado de realizar esos actos y más llamativo ha sido cuando éste en realidad era un representante o servidor de la ley.
Pero lo más llamativo de todo es cuando esos actos de justicia ciudadana acaban convirtiéndose en una lacra y delito mucho peor que el que había cometido un supuesto criminal, escondiendo tras los mismos unos turbios asuntos de ajustes de cuenta e incluso una especie de limpieza entre la población más desfavorecida.
Esto último es lo que ocurrió hace cuarenta años en Brasil, cuando a principios de la década de 1980, el policía militar del Estado de Sao Paulo, Florisvaldo de Oliveira (apodado 'Cabo Bruno'), decidió convertirse en un justiciero y acabó asesinando a medio centenar de personas, la mayoría de ellos adolescentes marginales (que vivían en los barrios más pobres), a pesar que de muchos de estos no había indicio alguno sobre participación alguna en actos delictivos.
Florisvaldo de Oliveira mataba sistemáticamente con el fin de limpiar las calles de pobres y delincuentes, ya que estaba convencido de la estrecha relación que existía entre marginalidad y delincuencia. El acabar con la vida de un adolescente marginal (aunque éste no hubiese cometido delito alguno) era, bajo el criterio del 'Cabo Bruno', una forma de solucionar de raíz y evitar una futura criminalidad, que en aquellos años iba en aumento en la ciudad más poblada de Brasil.
No queda muy claro si Oliveira actuó totalmente solo, recibió ayuda por parte de compañeros de la policía militar o hubo otros justicieros que imitaron sus crímenes, pero según la sentencia que lo condenó a 113 años de prisión (tras ser detenido en 1983), se le imputaron 20 asesinatos demostrables, quedando más de una treintena de crímenes sin saberse realmente si los cometió él. De ser el autor de todos ellos, Florisvaldo de Oliveira ocuparía el tercer puesto en el ranking de asesinos en serie de la historia de Brasil y en el decimocuarto de todo el planeta.
Tras su detención, juicios (un total de doce vistas se realizaron hasta que se le condenó finalmente) y posterior envío a prisión, Florisvaldo de Oliveira protagonizó a lo largo de la siguiente década una serie de fugas de la cárcel, logrando huir y siendo apresado una y otra vez, hasta que fue enviado a una prisión de máxima seguridad, en 1991, donde pasó los siguientes cinco años en una celda de aislamiento y sin contacto alguno con el resto de reclusos.
Durante aquel lustro de soledad el Cabo Bruno se convirtió al protestantismo y decidió sacar su parte más creativa pintando cuadros.
A pesar de los numerosos informes sobre su buena conducta que los funcionarios penitenciarios emitían a su favor, no fue hasta 2009 cuando se le empezó a conceder algunos permisos para tener continuar su condena en régimen semiabierto, siendo revocado pocas semanas después y dictándose que no podría ser beneficiario del mismo hasta el año 2017, algo que finalmente no llevó a cabo, ya que en agosto de 2012 (tras 27 años en prisión) se le concedía la libertad permanente.
El 26 de septiembre de 2012, 35 días después de haber salido en libertad, Florisvaldo de Oliveira cuando se encontraba frente a su casa, tras regresar de acudir a un oficio religioso de la Iglesia Protestante a la que pertenecía, fue asesinado, a los 53 años de edad, por dos desconocidos armados, quienes le pegaron una veintena de tiros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario