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16/07/2022 Javier Peláez |
Cualquier apasionado de la ciencia ficción tiene su propia nave espacial favorita y es difícil ponerse de acuerdo en cuál sería la más soñada. Cada una de ellas ofrece sus características particulares, ventajas y desventajas pero cuando se trata de largos viajes interestelares todas tienen un elemento indispensable: un sistema de gravedad artificial. La Discovery 1 de Clarke y Stanley Kubrik en “2001: Una odisea del espacio”, la U.S.C.S.S. Nostromo en “Alien”, la Endurance en “Interestellar” o la mismísima Estrella de la muerte de Star Wars… todas, ya sean naves, cargueros espaciales o grandes estaciones, poseen algún tipo de instalación que permite a sus ocupantes poner los pies en el suelo y no andar flotando de un lado a otro durante días, meses o años…
Sin embargo, la idea de crear gravedad artificial no se limita a la literatura y el cine. Desde el inicio de la carrera espacial han surgido diferentes proyectos (e incluso alguna que otra tentativa) de conseguirlo. Resulta sorprendente saber que, ya por el año de 1966, la misión Gemini 11 de la NASA intentó producir gravedad artificial rotando la cápsula alrededor de la etapa Agena e incluso logró generar una pequeña cantidad de gravedad artificial, encendiendo sus propulsores laterales para rotar. Evidentemente la fuerza resultante fue demasiado pequeña para ser sentida por ningún astronauta pero se observaron objetos moviéndose en el "suelo" de la cápsula.
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