Fernando Fernán Gómez
Película estrenada entre
Directores
Lima, 28 agosto 1921 – Madrid, 21 noviembre 2007)
Escritor, actor, guionista, director de cine y de teatro español. También fue miembro de la Real Academia Española, de la que ocupó el sillón B.
Lo más probable, como él mismo escribe en sus memorias, es que naciese en Lima el 21 de agosto de 1921, por más que su partida de nacimiento indique que lo hizo en Buenos Aires, Argentina, el 28 de agosto de 1921. La razón de esto responde a que su madre, la actriz de teatro Carola Fernán Gómez, estaba de gira por Sudamérica cuando nació en Lima, por lo que su partida de nacimiento fue expedida días más tarde en Argentina; conservó esta nacionalidad hasta que le fue otorgada la española en 1984.
Tras algún trabajo escolar como actor, estudió Filosofía y Letras en Madrid, pero su verdadera vocación lo condujo al teatro, donde debutó como profesional en 1938 en la compañía de Laura Pinillos; allí le descubrió Enrique Jardiel Poncela, quien le dio su primera oportunidad al ofrecerle, en 1940, un papel como actor de reparto en su obra Los ladrones somos gente honrada. Tres años más tarde le contrató la productora cinematográfica Cifesa y así irrumpió en el cine con la película Cristina Guzmán, dirigido por Gonzalo Delgrás y ya al año siguiente le ofrecieron su primer papel protagonista en Empezó en boda, de Raffaello Matarazzo. En efecto, trabajó como actor hasta principios de los cuarenta para dedicarse después al cine, primero como actor (en éxitos como Balarrasa o Botón de ancla) y como director más tarde, sin descuidar su vocación de autor de teatro y director de escena, y escritor y guionista asiduo de la tertulia del Café Gijón.
A partir de 1984 vuelca su cada vez más intensa vocación literaria en la escritura de muy personales artículos en “Diario 16″ y el suplemento dominical de “El País”, produciendo además varios volúmenes de ensayos y once novelas, fuertemente autobiográficas unas e históricas otras: El vendedor de naranjas, El viaje a ninguna parte, El mal amor, El mar y el tiempo, El ascensor de los borrachos, La Puerta del Sol, La cruz y el lirio dorado, etcétera. Fue un gran éxito su autobiografía en dos volúmenes, El tiempo amarillo, de la que corren dos ediciones, la segunda algo más ampliada; pero acaso su éxito más clamoroso lo haya obtenido con una pieza teatral prontamente llevada al cine, Las bicicletas son para el verano, sobre sus recuerdos infantiles de la Guerra Civil.
Se casó y divorció de la cantante María Dolores Pradera (1947-1959), con la que tuvo una hija, la actriz Helena Fernán Gómez, y un hijo, Fernando, relacionado también con el mundo de la cultura. Se volvió a casar en 2000 con la actriz Emma Cohen, con la que mantuvo una relación desde los años 70 tras participar en un episodio de una serie de TVE donde Emma era protagonista (1973, Tres eran tres) junto a Lola Gaos.
De su mano entró el cine en la Real Academia Española, en la que fue elegido miembro en 1998 y tomó posesión del “sillón B” el 30 de enero de 2000. Fue sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el año 1995. Polifacético, querido y respetado por los profesionales de la industria y por varias generaciones de espectadores, encontró la popularidad como actor casi al principio de su carrera cinematográfica con el clásico de la comedia negra Domingo de carnaval (del célebre realizador Edgar Neville), que protagonizó junto a Conchita Montes en 1945. Dos años antes había aparecido como secundario en otro notable título del cine español de los 40 como Cristina Guzmán. Ese mismo año acompañó a una ya consagrada Imperio Argentina y al recordado galán Alfredo Mayo en la exótica comedia Bambú y también participó en un pequeño clásico de la comedia fantástica como El destino se disculpa, de José Luis Sáenz de Heredia, siguiendo el estilo del subgénero norteamericano en boga durante esos años (La pareja invisible, de Norman Z. MacLeod, Me casé con una bruja, de René Clair, Dos en el cielo, de Victor Fleming, etc.). A partir de entonces encadenó títulos de éxito que hoy críticos y cinéfilos califican de indispensables, trabajando con Gonzalo Delgrás (Los habitantes de la casa deshabitada); Carlos Serrano de Osma (Embrujo, junto a Lola Flores y Manolo Caracol); Sáenz de Heredia (La mies es mucha, Los ojos dejan huellas); Ramón Torrado (Botón de ancla), José Antonio Nieves Conde (Balarrasa, El inquilino); Luis Marquina (El capitán Veneno). En aquella época también trabajó en Barcelona como actor de doblaje.
En la década de los 50, se consolidó como actor principal en toda serie de comedias (El fenómeno), dramas (La gran mentira) y cine religioso Balarrasa, Molokai, o folclórico (Morena clara) propagandísticos o directamente escapistas (lo que en muchos sentidos también se considera propaganda para los historiadores), al tiempo que interviene en una de las primeras avanzadillas de lo que luego será el “Nuevo cine español”: Esa pareja feliz de Bardem y Berlanga. También ahora participa en algunas co-producciones de interés como La conciencia acusa (del genial Georg Wilhelm Pabst) o El soltero (de Antonio Pietrangeli) junto a Alberto Sordi, y por último, inicia una incipiente carrera como director, con obras de encargo de desigual fortuna: en este sentido, sobresale su versión de la novela de Wenceslao Fernández Flórez
El malvado Carabel y dos excelentes comedias en las que compartió química y cartel con la deliciosa Analía Gadé, una de sus parejas más recurrentes, como son La vida por delante y La vida alrededor.
Al hilo del cine español de los 60, su filmografía como actor y director se llenó de comedias de todo tipo (La venganza de Don Mendo, Adiós, Mimí Pompón, Ninette y un señor de Murcia o Crimen imperfecto), excepción aparte de sus trabajos de dirección en El mundo sigue (1963), un durísimo drama naturalista, inspirado en la novela homónima de Juan Antonio Zunzunegui, donde se enfrentan dos hermanas de concepciones vitales opuestas en plena sociedad de posguerra española, su primer éxito como director, y de su filme El extraño viaje (1964), en el que retrata, con casi mayor penetración que el propio Berlanga, el clima cicatero y opresivo de la sociedad española del Franquismo y que permanece como una de las cumbres del cine español de todos los tiempos; ambas producciones tuvieron tremendos encontronazos con la censura. Por otra parte, es ahora cuando inicia relación profesional con otra de sus parejas más emblemáticas, Concha Velasco, con la comedia negra Crimen para recién casados.
En los 70, Fernán Gómez se convirtió en uno de los actores más solicitados de la llamada Transición española, con títulos dorados de esos años como El espíritu de la colmena, El amor del capitán Brando, Pim, pam, pum, fuego, Mi hija Hildegart, Los restos del naufragio, Mamá cumple cien años o !Arriba Azaña!. Con ello inició una exitosa colaboración al lado del notable director Jaime de Armiñán y una también estrecha relación profesional con Carlos Saura, ganándose con ello un justo prestigio como actor y director además de reconocimiento por su ya larga trayectoria.
En 1976 intervino en un título de indudable valor, si bien no para el gran público, como El anacoreta, premiada en el Festival de cine de Berlín. También dirigió e interpretó dos exitosas series para TVE (Juan soldado y sobre todo El pícaro) que se cuelan en la memoria del gran público.
En 1981 protagonizó un filme memorable, Maravillas de Gutiérrez Aragón, y comenzó a encadenar éxitos de crítica y público (La colmena, Stico, Los zancos, Réquiem por un campesino español, La corte del faraón, La mitad del cielo y El viaje a ninguna parte). Termina la década con excelentes trabajos en filmes no muy bien acogidos pero de calidad: Esquilache y El río que nos lleva. En 1986 rodó en Argentina un título muy a tener en cuenta, Pobre mariposa, de Raúl de la Torre, junto a un reparto internacional (Bibi Andersson, Vittorio Gassman, Fernando Rey, Graciela Borges); y también es ésta la década en que se encuentra más activo en sus trabajos para TVE (Ramón y Cajal, Fortunata y Jacinta, Las pícaras o Cuentos imposibles).
Los 90 inician un período de menor actividad profesional derivada de algunos problemas de salud y de, seguramente, falta de papeles de envergadura para un actor como él. Salvo Belle √âpoque y el Oscar que consigue la cinta como mejor película extranjera, debemos esperar hasta 1998 para volver a verle en dos cintas tan distintas como importantes (cada una a su manera) como son El abuelo (nominada al Oscar y gran éxito de taquilla) y Pepe Guindo (homenaje-ficción al gran actor por parte de un director infravalorado pero nada mediocre como Manuel Iborra). Entre medias, estuvo varias temporadas en la serie de TV Los ladrones van a la oficina. Después recupera fuelle con tres grandes películas (Todo sobre mi madre, Plenilunio y el éxito popular La lengua de las mariposas).
Más recientemente rodó la incomprendida Visionarios, de Gutiérrez Aragón, El embrujo de Shangai, con Fernando Trueba, Para que no me olvides, y la que probablemente quede como su última gran interpretación en la espléndida En la ciudad sin límites, de Antonio Hernández.
Marisa Paredes, presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, en la entrega de la décima Medalla de Oro, lo describió a la perfección “Por anarquista, por poeta, por cómico, por articulista, por académico, por novelista, por dramaturgo, por único y por consecuente.”
El 19 de noviembre de 2007 fue ingresado en el área de Oncología del madrileño Hospital Universitario La Paz para ser tratado de una neumonía. Falleció en Madrid, el 21 de noviembre de 2007, a los 86 años de edad.
Actor, director, guionista y escritor, Fernando Fernán Gómez es uno de los nombres esenciales del panorama cinematográfico y literario español, por la pluralidad de su talento, su extensa y variada trayectoria artística y su carácter acerbo e independiente.
Nació en Lima (Perú), el 28 de agosto de 1921, Fernán Gómez (de apellido real Fernández) era hijo de la actriz teatral Carola Fernán Gómez, quien dio a luz a su retoño cuando se encontraba actuando en Sudamérica.
A los tres años de edad Fernando viajó con su familia a Madrid después de residir en Argentina, país en el cual fue registrado legalmente su nacimiento.
Cursó estudios universitarios de Filosofía y Letras pero dejó la carrera para dedicarse al teatro con la compañía de Laura Pinillos.
Con posterioridad fue impulsado profesionalmente por el famoso escritor Enrique Jardiel Poncela, representando varias de sus obras teatrales más conocidas.
Debutó en la pantalla grande a comienzos de los años 40. Una de sus primeras películas fue Cristina Guzmán (1943), comedia basada en una novela rosa de Carmen de Icaza que fue dirigida por Gonzalo Delgrás y protagonizada en el papel principal por Manta Santaolalla.
En esta década trabajó con los nombres más conocidos de la cinematografía española del momento. Fue dirigido por Ladislao Vajda en Se vende un palacio (1943), Juan de Orduña en Rosas de Otoño (1943), Edgar Neville en Domingo de Carnaval (1945) o José Luis Sáenz de Heredia en El destino se disculpa (1945), Bambú (1945) y La mies es mucha (1948).
Botón de ancla (1948, Ramón Torrado), comedia interpretada por Antonio Casal y Jorge Mistral, se convirtió en uno de sus títulos más populares.
En 1945 había contraído matrimonio con la actriz y cantante María Dolores Pradera, de quien se divorció en 1959.
La pareja coincidiría en las películas Es peligroso asomarse al exterior (1946, Alejandro Ulloa), Los habitantes de la casa deshabitada (1946, Gonzalo Delgrás), Embrujo (1947, Carlos Serrano de Osma), Tiempos felices (1950, Enrique Gómez) y Vida en sombras (1952, Lorenzo Llobret Gracia).
Durante los años 50 y 60 la popularidad de Fernán Gómez se agrandaría como intérprete, comenzando también a asumir tareas de director.
Como actor destacó en Balarrasa (1951, José Antonio Nieves Conde), El capitán Veneno (1951, Luis Marquina), Esa pareja feliz (1951, Luis G. Berlanga y Juan Antonio Bardem), Morena clara (1954, Luis Lucia) una comedia musical co-protagonizada por Lola Flores, El fenómeno (1956, José María Elorrieta), comedia deportiva, El inquilino (1957, J.A. Nieves Conde) o ¿Dónde pongo este muerto? (1962, Pedro L. Ramírez).
A mediados de la década de los 50 dio comienzo una popular asociación profesional con la actriz argentina Analía Gadé, que fue iniciada con Viaje de novios (1956, Leon Klimovsky).
Posteriormente ambos protagonizaron nuevas comedias, varias de ellas dirigidas por Pedro Lazaga, como Muchachas de azul (1957), Ana dice sí (1958), o Luna de verano (1959).
Fernán Gómez, que debutó en la dirección con Manicomio (1954), dirigiría con Analía Gadé de protagonista femenina las películas La vida por delante (1958), La vida alrededor (1959), Sólo para hombres (1960) y Mayores con reparos (1966).
Dos años después intervinieron por última vez juntos en La vil seducción (1968, José María Forqué).
En los años 60 Fernán Gómez dirigió, al margen de sus aventuras con Analía Gadé, títulos como La venganza de Don Mendo (1961), adaptación de la conocida obra de Pedro Muñoz Seca co-protagonizada por Paloma Valdés, Ninette y un señor de Murcia (1965), estupenda versión cinematográfica del texto de Miguel Mihura que Fernando Fernán Gómez protagonizó junto a Rosenda Monteros y Alfredo Landa, o su gran obra maestra El extraño viaje (1964), protagonizada por un joven Carlos Larrañaga y unos extraordinarios Rafaela Aparicio y Jesús Franco.
Las siguientes décadas confirmaron su estatus como intérprete y director, consiguiendo importantes galardones cinematográficos.
Fue premiado en el Festival de Berlín por su actuación en El Anacoreta (1976, Juan Estelrich).
Años después volvería a ganar el premio en Berlín con Stico (1984), destacada película dirigida por Jaime de Armiñán y co-protagonizada por Agustín González.
Por su interpretación en Los Zancos (1984, Carlos Saura) logró un premio en el Festival de Venecia.
En los años 70 y 80 protagonizó títulos como Pierna creciente, falda menguante (1970, Javier Aguirre), Las Ibéricas, F.C. (1971, Pedro Masó), Don Quijote cabalga de nuevo (1973), adaptación del clásico de Cervantes que contó con la participación como Sancho Panza de Cantinflas, Ana y los lobos (1973, Carlos Saura), La leyenda del Alcalde de Zalamea (1973, Mario Camus), El espíritu de la colmena (1973, Víctor Erice), Pim, pam, pum!fuego! (1975, Pedro Olea), El anacoreta (1976, Juan Estelrich), Parranda (1977, Gonzalo Suárez), Mamá cumple 100 años (1979, Carlos Saura), Feroz (1984, Manuel Gutiérrez Aragón), Los Zancos (1984, Carlos Saura), Moros y Cristianos (1987, Luis G. Berlanga) o Esquilache (1989, Josefina Molina).
En los años 70 impulsa su carrera literaria, consiguiendo en 1978 su obra teatral “Las bicicletas son para el verano” (adaptada al cine por Jaime Chávarri) el premio Lope de Vega.
Más tarde debutaría como novelista con “El viaje a ninguna parte”, que terminaría llevando al cine como director. Otros de sus títulos literarios son “El vendedor de naranjas”, “El mal amor” o “El ascensor de los borrachos”.
Como director rodó películas como Crimen imperfecto (1970), Cómo casarse en siete
días (1971), Cinco tenedores (1979), Mambrú se fue a la guerra (1985), la citada El viaje a ninguna parte (1986), El mar y el tiempo (1989) o Siete mil días juntos (1994).
Por El viaje a ninguna parte (1986), Fernán Gómez recibió el premio Goya como mejor director y mejor guionista. En esa misma edición conseguiría también el Goya como mejor actor por Mambrú se fue a la guerra (1985).
Años después recibiría otro Goya como mejor actor principal por El abuelo (1998) y uno como intérprete masculino de reparto por Belle Epoque (1992), consiguiendo el premio también como mejor guión adaptado por su última película como director, Lázaro de Tormes (2001).
Póster de Lázaro de Tormes (2001)
La lengua de las mariposas (1999)
Asimismo, Fernando Fernán Gómez sería nominado como mejor director y guionista por El mar y el tiempo (1989) y mejor actor por Esquilache (1989), El mar y el tiempo (1989) y La lengua de las mariposas (1999).
Al margen de estos títulos, Fernán Gómez también trabajó bajo la dirección de Pedro Almodóvar en Todo sobre mi madre (1999), triunfando en la TV con las series “El Pícaro” (1974), dirigida por el propio actor, “Fortunata y Jacinta” (1980, Mario Camus), o “Los ladrones van a la oficina” (1993).
Los reconocimientos a su extensa y extraordinaria carrera se multiplicaron en los últimos años de su vida, logrando el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1995.
Cuando en 1999 se representó su versión del “Tartufo”, e interrogado sobre si no le complacería interpretar al hipócrita meapilas de Molière, declaró: “Aunque me ofrecieran todo el dinero del mundo no volvería al teatro”. Salvo para alguna oportunidad excepcional, se había retirado de la escena en 1985. Veía en el público teatral una presencia sufrible que no quería soportar por más tiempo. He aquí un aspecto de la dilatada relación amor-odio que Fernán Gómez mantuvo con el teatro. Aún adolescente, se enroló como actor en la compañía Jardiel Poncela, pero aquellos tanteos fueron interrumpidos por la guerra. A partir de 1940 se inicia en la escritura teatral con unos títulos festivos -Pareja para la eternidad, Marido y medio- que perseguían un éxito comercial fácil. No le resultó muy gratificante aquella primera experiencia y, además, la llamada del cine le resultaba demasiado seductora para intentar prolongarla. El dramaturgo quedó, pues, en standby, mientras que el actor hacía intermitentes incursiones en las tablas.
En el año 2000 sería nombrado miembro de la Academia de la Lengua Española.
En cuando a su vida sentimental, Fernando Fernán Gómez compartía su vida con la actriz Emma Cohen, con quien -tras muchos años de convivencia- contrajo matrimonio en el año 2000.
Ambos aparecieron juntos en diversos títulos cinematográficos como Pierna creciente, falda menguante (1970), Bruja más que bruja (1976), El viaje a ninguna parte (1986), El mar y el tiempo (1989) o El abuelo (1998), el proyecto televisivo Juan Soldado (1973) o la serie El Pícaro (1974).
Galardonado en dos ocasiones como mejor actor en el Festival de Cine de Berlín, en 1977 por El anacoreta de Juan Estelrich, y en 1985 por Stico de Jaime de Armiñán, en el 2005 la Berlinale le otorgó un Oso de Oro honorífico. Fernando Fernán-Gómez no pudo recogerlo personalmente, debido a su estado de salud, y quien lo hizo fue Emma Vilarasau, que actuaba con él en la película de Patricia Ferreira Para que no me olvides. La actriz catalana leyó un texto suyo que arrancaba así: “El actor de teatro no cuenta con que su trabajo sea visto y apreciado en países distintos al suyo. Su arte difícilmente traspasa las fronteras. Para el actor de cine la circunstancia es totalmente distinta”. A pesar, añadía, de que “quienes trabajamos en cinematografías que son simplemente nacionales somos invisibles más allá de nuestras fronteras, aunque la suerte nos acompañe”.
En los últimos años Fernán-Gómez se encargó de “Morir cuerdo y vivir loco”, una adaptación de la segunda parte de “El Quijote” que estrenó en 2004, un año en que publicó la novela “!El tiempo de los trenes”. Fue un año después cuando el Festival de Berlín le otorgó un Oso de Oro de Honor por el cómputo de su carrera cinematográfica, mientras que el homenaje de los cineastas David Trueba y Luis Alegre tomó la forma del celuloide en el documental La silla de Fernando (2006), donde se mostraba su vertiente más humana, divertida e ingeniosa a través de una larga conversación grabada en su propia casa.
Mia Sarah (2006, Gustavo Ron), la penúltima película del actor.
Fuera de carta (2008, Nacho G. Velilla) está en proceso de post-producción.
El 21 de noviembre del año 2007 falleció a la edad de 86 años.
ENTREVISTA (2000)
Se asoma a la ventana como
un rey de Shakespeare y su efigie ilumina la mañana. Tiene aura de bronce. Vive al lado del Race, un bello campo de golf. Hay leña seca en las puertas del corral, yerbabuena en las escaleras y perejil en macetas. Descubro ese espejo grande delante del cual los actores ensayan con la calavera y dicen eso de “Ay, pobre Yorick, ¿qué se hicieron de tus piruetas?”. Nos esperan dos vasos con whisky. Pelirrojo; le iría bien este rostro al obispo de la Abadía de Westminster. Tiene también algo de aquellos hidalgos secos de carne y enjutos de rostro.
Es del Real Madrid. Lo sé porque lleva un reloj, con el escudo de los blancos, que le regaló Emma en el verano. Emma, es Emma Cohen, que no está porque ha ido a la compra. Umbral lo retrató como un cruce de Leonardo y Cyrano con ojos de diablo verde. Lo admiro porque tiene el valor de ahuyentar a los plomos. Me recibe para hablar de La lengua de las mariposas.
Pregunta. - He visto La lengua de las mariposas. Es una película hermosa. Idílica, bucólica, idealista. Pero al final hay un gran salto a la moraleja.
Respuesta. - Quizás este salto, se deba, no lo sé, a que la película está montada sobre tres cuentos de Manuel Rivas. Yo considero que el trabajo que ha hecho Rafael Azcona al unir los tres cuentos es excelente. Después de que me hablaran del proyecto leí el libro. Me habían comentado sólo del cuento del maestro y el niño, y yo decía cómo sólo con ésto se va a hacer una película. Luego me enteré de que recurrían a más cuentos del libro. A mí me parece que está muy conseguido el enlace de los tres cuentos. Quizás ese salto que notas tú al final se deba a eso de ser tres historias distintas.
P. – La película no es maniquea en la primera parte, pero al final, cuando acaba esa visión idealista de la República con el maestro que acompaña a los niños a estudiar los grillos y las mariposas, hay un desenlace panfletario.
R. – Yo te digo sinceramente que cuando intervengo en una película, en realidad, no hago excesivas reflexiones sobre el guión, sobre el conjunto, no hago reflexión alguna; me ciño, exclusivamente, a mi personaje. En ésta no lo he hecho porque al ser sobre los tres cuentos de Manuel Rivas, yo me había leído todo el libro. Pero por lo general si me dan un guión como proyecto para que intervenga como actor, suelo no leer más que mi parte, aunque sé que hay muchas personas a las que les parece muy mal, pero a mí me parece, en cambio, que ese método se parece más a la vida real. Y pongo siempre como ejemplo, cuando quiero tener razón -como todos deseamos tenerla en cualquier discusión-, el género policiaco. En el género policiaco no debe saberse quién es el criminal, más que el criminal. El narrador, el autor de una obra teatral o de un guión tiene que saber más o menos a dónde va y las relaciones que hay entre un personaje y otro, mientras que si eres simplemente actor, en mi caso yo recurro a preocuparme, única y exclusivamente, por mi personaje, y claro, por eso esas observaciones que tú haces sobre la película yo no las he hecho.
P. – ¿Ha visto la película?
R. – Cuando la vi, hace dos o tres meses, para mí era una cosa totalmente nueva; es enorme la cantidad de escenas que hay en la película que no había visto. Ni sé cómo se han rodado. Incluso en aquellas escenas en las que yo intervengo, no me entero de si el paisaje es o no maravilloso, si los otros actores están bien. He percibido la belleza de los paisajes cuando he visto la proyección. Mientras duró el rodaje, lo único que percibía era lo incómodo que estaba en determinados sitios; luego he comprendido que eran incómodos porque había que buscar los sitios más bellos, no los que fueran de más fácil acceso.
“Cuando intervengo como actor en una película no reflexiono sobre el guión.
Me ciño exclusivamente a mi personaje”
P. – Hay una escena sobrecogedora, la de los capones, cuando le echan al maestro republicano sobre la mesa los dos gallos. Y el niño es maravilloso, sobresaliente. ¿Cómo se llevó con Manuel Lozano que hace el papel de Moncho? ¿Los niños son actores por naturaleza o interpretan?
R. – Hay una enorme diferencia entre unos niños y otros niños. La manera de conseguir que un niño esté bien en una película está en la elección. Si puedes elegir entre muchos como ha sido el caso, se ve la enorme diferencia que hay entre la expresividad de uno y otro niño. Acertar, como ha acertado José Luis Cuerda en la elección, es verdaderamente importante. El niño está muy dotado y, aparte, ha estado muy bien dirigido, muy bien vigilado, muy bien orientado por Cuerda. Fue tratado con un gran cariño, pero también con una gran dureza; este niño se sintió muy independiente a los dos o tres días del rodaje; enseguida pensó que allí se podía hacer su voluntad, como una estrella. El ayudante de dirección, un hombre eficacísimo que se llama Walter, dijo una frase que me divirtió muchísimo; en un momento para calmar al niño, le dijo, “bueno, basta Manuel, ya sabemos todos que eres el protagonista”.
P. – Manuel Rivas dice que la historia es como un aprendizaje del amor y de la libertad.
R. – Vuelvo a lo mismo. Mi aportación a la película es simplemente la interpretación de un hombre que sobre todo encuentro que es muy corriente, muy vulgar, muy sencillo. Ese tipo de personaje que a mí me ha atraído siempre, aunque reconozco que por la falta de brillantez que tienen al público en general no le gustan; me atrae ese personaje y me atrae el ver que en su conjunto la película no es una película de fracasados, ni trágica, quizás hay, no sé si para bien o para mal, ese quiebro final en los cinco minutos finales en el que los personajes se ponen lo que Eduardo Haro Tecglen ha llamado en un artículo suyo el antifaz.
P. – Sí, se vuelven unos hijos de puta. Incluido el niño.
R. – Sí, sí, los que llegan en camiones con fusiles.
P. – ¿Qué queda en la España de hoy de La lengua de las mariposas?
R. – Con la edad de Manuel Rivas puede decirse que todo esto para él es fruto de un estudio histórico, no de una vivencia personal; él no ha vivido la posguerra, ni la anteguerra, ni la República; pero lo que yo noto es que en aquel tiempo sí había una diferencia muy clara entre Monarquía y República; la gente común sentía mayoritariamente que la República iba a ser la salvación, que la República iba a traer la abundancia, incluso el microscopio para la escuela, cosa que no deja de ser una fantasía; y esa situación, ahora, no se da. Aquella situación que podía estar mal por estar equivocada, era también una esperanza. Ahora no advierto en el panorama nacional nadie que diga “hombre, pues si cambiáramos este sistema por el otro, mejoraríamos”. El problema Monarquía-República no veo que se lo plantee nadie. Habla con soltura y majestuosa naturalidad fingida, guardándose como los buenos cómicos de aserrar demasiado el aire. No bebe el whisky más que por la tarde, pero hoy hace una excepción. Nos damos un toque y nos da buen son. Bebemos Chivas y entonces nos acordamos de los cabarets y de Paco Rabal, al que llamamos Rambal y rememoramos las noches de la juventud.
P. – Podría suscitar Fernando en su dorada madurez alguna desconfianza, porque eso de que sea escritor, actor, novelista, director de teatro y de cine, articulista y que en todo sea excelente, resulta extraño. ¿No es usted demasiado en demasiadas cosas?
R. – Lo de excelente, lo agradezco, pero lo ignoro. No lo sé. Pero en realidad, casi todas esas cosas que yo hago, que son muy diversas y que parecen múltiples, casi todas están, exclusivamente, dentro del mundo de la escritura y del espectáculo.
P. – ¿No dibuja los domingos?
R. – Dibujo muy mal; pero hago eso que yo llamo historietas. Hago esos diseños para el rodaje, pero muy mal, muy toscamente, más bien con influencia del tebeo. He hecho incluso decorados; pero lo que se me escapa, absolutamente, es el mundo de la música. Estoy incapacitado para cantar, no sé bailar ni el bolero. Echo de menos muchísimos talentos. No sé absolutamente nada de política. No soy capaz de entender nada de Derecho. No digamos ya el mundo de la religión y de la teología.
P. – Se finge, siempre se entiende algo de todo.
R. – Yo no. Yo de eso no entiendo nada. He tenido educación religiosa, he ido a colegios de curas, y todavía no entiendo lo de tres en uno.
P. – El misterio de la Santísima Trinidad.
R. – Eso, la Santísima Trinidad. Bueno, entenderlo lo entiendo, pero si se lo tuviera que explicar a alguien estaría incapacitado.
P. – Dicen que los académicos son unos viejos muy malos, que se ponen zancadillas unos a otros.
R. – Es que no conozco todavía el mundo académico. Hasta que no se pronuncia el discurso no se es realmente académico. Tengo una gran curiosidad por saber lo que pasa allí, cómo es ese mundo. Me preguntan los amigos, `y allí tú qué tienes que hacer’, y te preguntan cosas que uno no conoce hasta que no esté dentro.
P. – ¿Sobre qué va a ser su discurso de entrada?
R. – Voy a decirte la aproximación del título, más que el contenido. El enunciado sería algo así como “Aventura de la palabra en el siglo XX”. Lo que pasa es que no creo adecuado pormenorizar, pero es eso: lo que ha habido a favor de la palabra o en contra de la palabra en arreglo a la evolución del siglo.
P. – Sus compañeros los actores hablan muy bien de usted. √âsto es insólito en los cómicos.
R. – Me siento orgullosísimo de que los que más me entiendan sean los actores. Entre los distribuidores tengo menos prestigio que entre los compañeros de profesión.
P. – Usted le dijo a Umbral que el público eran unas señoras.
R. – Yo al teatro le fui perdiendo afición. Me considero retirado del teatro hace como 18 años. Como espectador, en estos 18 años no debo haber ido al teatro más que tres o cuatro veces.
P. – Ha hecho muy bien. Se muere uno de aburrimiento.
R. – Sí, yo lo encuentro muy aburrido. Bueno, lo encuentro aburrido si lo incluyo entre las diversiones. Si el teatro es una diversión, a mí me parece la diversión más aburrida de las que yo conozco. En realidad, mi formación es más bien cinematográfica. De niño quería era ser actor de cine. Cuando yo era chico mi ídolo era Jackie Cooper.
P. – En aquellos años, en los 60, en las noches babilónicas de Madrid, yo le recuerdo. ¿Por qué no sale ahora? Ya no se le ve por el café.
R. – Un amigo me dijo hace poco “Tú ya no sales” y no entendí la frase, luego entendí que me quería decir que no salía de noche. En mi caso ha sido por una evolución que considero normal, referente a la edad. ¿Por qué deje aquella vida, que a mí me gustaba muchísimo? Yo me pregunto cuál será la razón de que ahora incluso en nuestro mundo se haya abandonado aquella costumbre de salir. Aquello del Café Gijón, tenía la ventaja de que incluso encontrándote sólo, sin plan, para la tarde ni para la noche, sabías que yendo allí algo surgiría. Ahora, cuando le pregunto a los jóvenes, y entiendo por jóvenes a los que tienen menos de 50 años, que por qué no hacen eso, me contestan que no saben. Aquella vida era maravillosa.
R. – Sí, cuando salían Paco Rabal y usted con el señor Sardina. (Paco, Fernando y el señor Sardina salieron de juerga con tres chicas. Bebieron y rieron. Paco se fue con una de las chichas a la habitación. Se oía el jergón. El señor Sardina esperaba lleno de ilusión la suerte de la noche, hasta que Fernando le dijo: “Si quiere acostarse se acuesta, le doy una manta, se tumba en el sofá, si quiere le doy una copa, o una revista, pero desengáñese, señor Sardina: Paco se las va tirar a las tres”.)
R. – Lo del señor Sardina es una historia mitológica. Paco la cuenta muy bien, imitándole. Paco tiene sobre mí una ventaja extraordinaria: es un gran imitador. Por cierto, aquel señor Sardina era colega tuyo. Era redactor jefe de Marca.
P. – Se enfada sin que le injurien, tan sólo porque lo molestan. ¿No disparará usted algún día sobre un pelmazo o sobre un periodista en un ataque de ira como el Indio Fernández, el director de cine mexicano?
R. – El Indio una vez nos recibió a un grupo de españoles. Tenía una casa sin puertas, porque para él las puertas eran el símbolo de la desconfianza gachuipina; estábamos allí hablando y, de pronto, el Indio, preguntó: “¿Y por qué hablan tan golpeado?”. Y todos temblamos.
P. – ¿Cree que hacerse eternamente el simpático es una máscara de pícaros? Yo admiro su iracundia. Pero para hacer eso hay que ser muy rico o muy famoso.
R. – El que me lo pueda permitir quiere decir que los demás me lo permiten. Ahora, ¿por qué me lo permiten los demás? No lo sé. Yo recuerdo que cuando hubo ese incidente del autógrafo una de las personas que me defendieron ante los medios, una persona simpatiquísima que sonríe a todo el mundo, esa persona dijo: “Me ha parecido muy bien la actitud de Fernando, porque ya estamos hartos de tener que estar siempre sonriendo”.
P. – Ser antipático es más lujo que tener un rolls.
R. – Me encanta esa frase. Yo antipático lo he sido siempre. No eso de “usted está en una situación en la que puede permitírselo”, no. Yo cuando era joven por luchar contra mi timidez ya era antipático.
A Fernando Fernán Gómez, colérico, enojadizo, fascinante, le gusta el placer físico y “todo lo que prohíben las religiones”. Es una lástima que se acabe la cinta cuando empezábamos a estar a gusto. Con dos copas más al fiero comediante le hago el teléfono.
18-2-2005
Los enfados de don Fernando
2005. Oso de Oro de la Berlinale por toda su carrera
Cuenta quien le conoce desde joven que don Fernando ya se irritaba en sus años mozos cuando alguien le interrumpía para pedirle un autógrafo, le preguntaba lo que ya había contestado, o mostraba haber entendido mal sus palabras. Don Fernando es un genial hombre de genio (a veces, malo, pero casi siempre suave y cordial), y no le duelen prendas si en ocasiones se disparata, asustando a la concurrencia con su personalísimo vozarrón con el que ha hecho historia en el cine español. Cuando algo le toca la paciencia, no se para en barras.
La prensa ha sido casi unánime en comentar su bronca a una periodista que al parecer simplemente pasó por alto la palabra “casi” al recordarle a don Fernando lo que éste había comentado en su discurso de agradecimiento por el Oso de Oro del festival de Berlín, respecto a “los comentarios casi unánimes de la prensa en contra del cine español, y de quienes lo hacen y trabajan en él”. Cuando la actriz Emma Vilarasau leyó estas palabras de don Fernando, dejó sorprendidos a buena parte de los españoles que en Berlín asistíamos al acto, preguntándonos si era conveniente propagar el eco de esos comentarios negativos de casi toda la prensa nacional “sobre la mala calidad de nuestro cine”.
No podían imaginarse los berlineses que desatinos semejantes se publicaran en la prensa de un país cuyo cine tanto aprecian. Posiblemente sea el festival berlinés el que más reiteradamente ha premiado las películas españolas, y este año no ha dejado de darle igualmente un premio, eligiendo para ello nada menos que a uno de sus más grandes representantes, el genio de mal genio. De modo que los espectadores se quedaron casi unánimemente perplejos cuando oyeron a Emma Vilarasau leer las palabras de don Fernando.
Claro que si don Fernando hubiera asistido al acto berlinés, probablemente se hubiera enfurruñado de nuevo, porque no se celebró en el palacio del festival sino en otro cine, más antiguo y modesto y sin que ni siquiera una foto del homenajeado presidiera la ceremonia. Dirija quien dirija este festival, siguen manteniendo en las ceremonias el aire campechano de aquellos tiempos rebeldes en los que se daba la espalda al espectáculo que conlleva el “glamour”. Les gustan más los discursos que la belleza del buen teatro. También es posible que, de haber asistido don Fernando, se hubieran afanado en hacerlo mejor. Fue una pena que no hubiera podido asistir porque se hubiera llevado una ovación, absolutamente unánime.
21 de noviembre de 2007
MUERE FERNANDO FERNÁN GóMEZ,
PILAR CULTURAL DEL SIGLO XX ESPAÑOL
Fernando Fernán Gómez también representó un hito en España, al haber ocupado un lugar en la Real Academia de la Lengua a pesar de su formación autodidacta. Arriba, durante una entrega de premios en 2001
Desarrolló un peculiar estilo en más de 200 películas e incontables obras de teatro.
También desempeñó con billantez la escritura y la cinematografía.
Es considerado uno de los intelectuales más comprometidos de su época; siempre llamó a defender la libertad con el pensamiento y la palabra.
Fue una de las grandes figuras españolas de la escena y el celuloide, un gigante de la cultura. Miembro de la Real Academia Española -donde ocupaba el sillón B- ha recibido, entre otros galardones, el premio Príncipe de Asturias de las Artes, los Premios Nacionales de Cine y Teatro, la Medalla de Oro de la Academia de Cine y cinco Goyas, la máxima cantidad de estos galardones acumulados por ninguna otra figura del cine español.
Fernando Fernán Gómez, hombre de teatro que cultivó con igual brillantez la poesía, la novela y el cine, murió hoy a los 86 años en el Hospital de la Paz de Madrid, donde permanecía ingresado desde hace un mes por un padecimiento crónico de insuficiencia cardiorrespiratoria y después de llevar ingresado casi un mes en la unidad de Oncología.
De voz severa y grave, mirada penetrante, y aguda inteligencia, Fernán Gómez se definió como una persona dispuesta “a defender la libertad, no con la violencia y la sangre, sino con el pensamiento y la palabra”.
Fernán Gómez fue más conocido por su faceta de actor, la cual desplegó con su peculiar estilo en más de 200 películas y en incontables obras de teatro; sin embargo, fue una persona de registros diversos, por lo que se le consideraba una de las personalidades más relevantes de la cultura española y uno de los intelectuales más incorruptibles y comprometidos del siglo XX español.
Del ajetreo de la carpa al Príncipe de Asturias
Nació en Lima, Perú, en 1921, cuando su madre, la actriz Carola Fernán Gómez, se encontraba de gira con su compañía de teatro. Desde pequeño vivió rodeado del trasiego y las penurias de las pequeñas empresas de “cómicos” que recorrían el país para llevar su arte a los sitios más remotos, vivencias que volcó con cierta melancolía en su libro autobiográfico El viaje a ninguna parte, quizá la obra que explica con más claridad su origen y su personalidad tan singular.
√âl, en sus memorias, afirma que nació un 21 de agosto de 1921. En su partida de nacimiento, en cambio, se dice que nació el día 28 en Buenos Aires. Y es que, según parece, su madre no registró su nacimiento hasta unos días más tarde y lo hizo, siguiendo con su gira, en el consulado de Buenos Aires, por lo que conservó la nacionalidad argentina hasta 1970, año en que se nacionalizó español.
A los tres años llegó a España y ya a los nueve años se incorporó al cuadro artístico de su colegio, donde debutó con un papel de camarero. Desde 1934 participó en grupos de teatro de aficionados, y fue su afición a la interpretación la que le llevó a abandonar sus estudios de Filosofía y Letras para dedicarse a la escena, donde debutó como profesional en 1938 en la compañía de Laura Pinillos. Allí le descubrió Jardiel Poncela, quien le dio su primera oportunidad al ofrecerle, en 1940, un papel como actor de reparto en su obra Los ladrones somos gente honrada.
El polifacético Fernán-Gómez
Fernán Gómez no descartó ninguna de las fiestas interpretativas, desde la radio o el doblaje de películas, allá en los años cuarenta, pasando por la actuación y la realización de series de TVE. Y, por supuesto el teatro, en su triple vertiente de autor, intérprete y director de brillante puestas en escena. Ese trabajo escénico le valió entre otros galardones, el Premio de Interpretación Dramática a principios de los sesenta o el Premio Lope de Vega en 1978 por su obra “Las bicicletas son para el verano”.
Como autor literario, Fernán-Gómez dominó además del texto teatral, la novela o la poesía. Su primera novela “El vendedor de naranjas”, publicada en 1961, pasó inadvertida, pero no así otras como “El mal de amor”, con la que fue finalista del Premio Planeta en 1987. Después de editar varios títulos, en 1990 salió a la venta su libro de memorias, bajo el título de “El tiempo amarillo”. Fernán Gómez fue además un prolífico articulista hasta el final de sus días.
A lo largo de su vida recibió todos los premios importantes de España por su faceta como actor -como los cinco premios Goya (es el único actor que lo ha logrado), el Premio Nacional de Teatro y el Príncipe de Asturias de las Artes, entre otros. Los galardones fueron sólo un reconocimiento “efímero” a su incansable trabajo tanto en las salas de teatro, como en los estudios de grabación, pero también en su trabajo como escritor. Fernán Gómez fue el protagonista de 200 películas, entre 1949 y 2006, entre ellas las míticas El espíritu de la colmena, El abuelo, La lengua de las mariposas y Para que no me olvides. Además, fue director de más de 20 largometrajes, entre ellos La venganza de don Mendo y El mundo sigue.
Una de sus obras de teatro más importantes fue Las bicicletas son para el verano, escrita, dirigida y actuada por él mismo, en la que volcó sus sensaciones, recuerdos y reflexiones sobre la dureza de la posguerra española y el origen de la dictadura de Francisco Franco.
Fernán Gómez también se convirtió en hito histórico, ya que fue el primer actor de formación e intelectual autodidacta que ingresó en la Real Academia de la Lengua, en 1998, cuando ocupó el sillón B que ahora queda vacante. En su discurso de ingreso, el actor y cineasta defendió la palabra y el pensamiento como únicas herramientas válidas para luchar por la libertad.
Reconocimiento póstumo
La muerte de Fernán Gómez dejo huérfano al mundo del teatro y la cultura en general en España, que han llorado su pérdida con múltiples gestos de cariño y reconocimiento. El ministro de Cultura, César Antonio Molina, señaló que “a lo largo de su vida abarcó todas las facetas, como hombre del Renacimiento, pues pocas personas como él han hecho cosas tan variadas y de manera tan importante”. Mientras, la presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, Ángeles González Sinde, añadió que “no hay nadie que esté a la altura del hueco que deja Fernando Fernán Gómez como actor, director y autor de guiones, obras de teatro y novela; su sombra es enorme, y fue sin duda una de las personalidades más importantes de la historia de España del siglo XX”.
El director del Centro Dramático Nacional, Gerardo Vera, afirmó: “es una persona irremplazable en la cultura española, un agudo escritor, de opinión insobornable, así que se nos va uno de los grandes, no sólo como actor sino como hombre de teatro y de la escritura”. La directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, también se sumó a las condolencias, al sostener que “ha desaparecido el gran hombre del teatro y del cine españoles de la segunda mitad del siglo XX, pero no sólo el actor, sino también el excepcional guionista y director que deja obras maestras”.
ÚLTIMO ADIóS DE LA CULTURA A FERNANDO FERNÁN GóMEZ
El patio de butacas del Teatro Español lleno aplaude al difunto actorLa capilla ardiente -en el Teatro Español- ha reunido a Pilar Bardem, Aitana Sánchez-Gijón y Raphael, entre otros, junto a la viuda, Emma Cohen
La actriz Emma Cohen, viuda del homenajeado, ha recibido junto al féretro a todos los que han acudido a despedirse del actor, entre ellos Rafael Álvarez, “El Brujo”.
Una bandera anarquista cubre el féretro de Fernando Fernán Gómez, fallecido ayer a los 86 años en Madrid, en la capilla ardiente instalada en el centro del escenario del Teatro Español desde las 11.00 h. La medalla de la Real Academia Española, a la que perteneció, descansa sobre la bandera. Siete coronas de flores enviadas por instituciones como el Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad o el propio Teatro Español flanquean el féretro al que acompañan también numerosos ramos de flores. A su lado, su compañera, Emma Cohen, y su hijo Fernando.
Sobre el escenario, en un grupo de mesas conversan con los familiares del actor amigos y artistas. Entre los primeros en hacerlo estuvieron Natalia Figueroa y Raphael, Pilar Bardem (que llegó con lágrimas en los ojos), y los actores Juan Diego Botto y Aitana Sánchez Gijón. El empresario Enrique Cornejo, los directores Pedro Olea y José Luis Borau o el cantante Víctor Manuel también les acompañaron en estos primeros momentos del día.
El patio de butacas lleno ha aplaudido al difunto y a otros actores que, como Rafael Álvarez “El Brujo” y Amparo Baró, recitan poemas desde el escenario en honor del actor fallecido ayer en Madrid.
Uno de los que se ha acercado para rendir homenaje ha sido el ministro de Cultura, César Antonio Molina, quien ha declarado que era “una de la pocas personas que ha hecho multitud de cosas distintas y que todas las ha hecho bien”.
La imagen de un lector vitalicio
Una gran fotografía proyectada al fondo del escenario muestra a un Fernando Fernán-Gómez sentado en una terraza, leyendo un periódico, y la música de Caminito, por la que tanta pasión sentía, se escucha dentro del Teatro Español. La capilla ardiente estará abierta hasta las 21 horas de hoy.
Fernando Fernán-Gómez falleció a las 18:00 horas de ayer tras sufrir una insuficiencia cardiorresiratoria y después de llevar ingresado casi un mes en la unidad de oncología del Hospital de la Paz.
El mundo de la cultura dará el último adios uno de los mejores actores españoles del último siglo. El Café Gijón cuyo Premio de Novela ideó en 1949, colocará hoy un motivo que recuerde la figura de Fernán Gómez.
Novelista, dramaturgo y, sobre todo, actor
Como actor, Fernán Gómez empezó su carrera en la década de los cuarenta. Actuó no solo en el cine sino también en el teatro, lo que valió el Premio
Príncipe de Asturias de las Artes en 1995, los Premios Nacionales de Cine y Teatro, la medalla de oro de la Academia de Cine y cinco premios Goya, el actor con más galardones hasta el momento.
Fernando Fernán Gómez también es autor de una decena de obras de teatro, entre ellas Las bicicletas son para el Verano (premio Lope de Vega 1978), que luego sería llevada al cine bajo la dirección de Jaime Chavarri en 1984.
La pequeña pantalla también ocupó parte del tiempo del actor. En 1968, RTVE emitió la serie El Pícaro, donde Fernán Gómez interpretaba a Lucas Trapaza, un hombre que hacía de la picaresca su modo de vida. Una de sus últimas actuaciones en televisión fue en la serie Cuéntame cómo pasó donde interpretaba al cura del barrio donde residen los Alcántara.
El académico Fernán Gómez
El 20 de enero de 2000, Fernán Gómez ingresó en la Real Academia de la Lengua, donde ocupaba el sillón B. “Creo hallarme entre las personas dispuestas a defender su libertad no con la violencia y la sangre, sino con el pensamiento y la palabra”, dijo en su discurso de ingreso. Poco después, en 2003, el actor, novelista y dramaturgo participó en las manifestaciones contra la guerra de Irak.
En 1992 se subió por última vez a un escenario de teatro, en un espectáculo dirigido por Mario Gas. Su última gran participación en el cine fue el año pasado, con un documental a modo de conversación dirigido por David Trueba y Luis Alegre.
El adiós de uno de los Grandes Genios de la Cultura
En el momento de la muerte de Fernando Fernán-Gómez, uno se detiene a capturar fugazmente todos aquellos momentos imposibles de repetir que ofreció este huraño y erudito hombres de Letras, de Cine, de Teatrodel Arte en su concepción máxima; Balarrasa, Botón de ancla,
Las bicicletas son para el verano, El mar y el tiempo, El ascensor de los borrachosLa Vida por delante, El Anacoreta, Mi hija Hildegart, Ninette y un señor de Murcia, Belle Epoquelas memorables y magistrales obras maestras de nuestra cinematografía El extraño viaje y El viaje a ninguna parte y muchas otras obras teatrales, literarias y cinematográficas que se escapan en la memoria de lo imprescindible, como la figura del que ha sido y será, probablemente, el mejor actor que haya tenido España, pero también de una figura indefectible dentro del Séptimo Arte en toda su Historia. Sus portentosas interpretaciones rebasan cualquier elogio posible, por su inagotable capacidad para dar vida con absoluto realismo y versatilidad a cualquier carácter que se le pusiera por delante, con sus inconfundibles rasgos, con su omnipotente voz que hizo de su expresión una virtud absoluta, sin llegar jamás a la afectación del histrionismo y sin forzar sus impresionantes interpretaciones, exactas, estilizadas, sin lugar para la duda sobre sus aptitudes ya fuera en comedia o en drama, en teatro o en cine.
Fernán-Gómez llevaba varios años compartiendo espacio con los Grandes Dioses, con los Creadores de talento inaccesible para los terrenales aspirantes a lo que él siempre fue; un genio superlativo con una obra artística que excede toda evaluación. El viejo cascarrabias de pelo rojo, de carácter agrio y distante en público, cercano y afable en el ámbito privado, ha sido una de las personalidades más importantes dentro de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX, pues el sello indeleble de la sabiduría y el talento heterodoxo e inquieto del totémico autor se hace necesario a la hora de definir y adorar a las personalidades que lo merecen. Y Fernán-Gómez era uno de ellos.
Adjetivar su persona dejaría términos como vanguardista, satírico, disidente, cínico, existencial, paradójico, marginal, fustigador, clarividente, sentimental, dialoguistaUn cirujano de la dialéctica y un profundo conocedor del discurso. Supo ofrecer la vena crítica en el desarrollismo, paliar las ansias de crítica durante la dictadura, reflexionar sobre la vida humana en un entorno más positivista que escolástico y aportar al humor y al drama la circunspección y humanidad que ambos géneros necesitan para resultar eficaces.
Mucho más que un señor muy pelirrojo
Ha muerto Fernando Fernán Gómez. Uno no quiere creerlo, ni acostumbrarse a estar sin su talento, su sentido del humor, su experiencia, y el constante derroche de ingenio y discreción que él mezclaba sabiamente con un implacable sentido de la lógica. Fue singular en el cine, la novela, el teatro, la televisión…, pero sobre todo fue grande como persona. Un tipo excepcional. Se nos acaba una época.
No le gustaba envejecer si ello suponía sentirse mal, pero no echaba de menos su juventud, cuando no era apolíneo ni siquiera guapo, sino desgarbado, pelirrojo, con una narizota imposible, y una voz severa y campanuda. “No me noto ahora más feo que cuando era joven”, decía, argumentando que es una suerte no poder añorar lo que no se ha tenido. No se correspondía su físico con la imagen del típico galán joven de los años cuarenta, en que comenzaba su carrera de actor, pero poco a poco se hizo un lugar en la pantalla. El tiempo le fue aportando dominio y cierto porte, y ya de mayor, acaparó la atención de los directores más jóvenes, deslumbrados por su talento como actor, y de hombre sabio.
Lo que le molestaba a Fernán Gómez eran la algarabía y la estupidez. Hombre de palabra, de palabras, se sentía cómodo rodeado de amigos con quienes compartir la vida. De ahí le vino su merecida fama de buen tertuliano. Estar con él era un privilegio, incluso cuando en los últimos años sus dolencias le quitaban brillo en la mirada o rotundidad a la voz. Siempre le surgía una observación aguda, una anécdota significativa, o una curiosidad inocente. Años atrás, él lo decía a menudo, también le había gustado la vida de noche, cuando ésta era tranquila, y se podía alternar en cabarés con putas de lujo, y naturalmente con amigos. Digan lo que digan, Fernando Fernán Gómez fue exquisito con los demás, conservó siempre las buenas formas de un hidalgo de otros tiempos; tiene maldita gracia que ahora se le recuerde más por algún exabrupto de cascarrabias que por su delicadeza permanente. Tenía estilo.
Fernando se avino a casi todo en su carrera de actor. Era dócil y aceptó cualquier oferta, siempre que no le obligara a ejercicios físicos insoportables para él. Y al mismo tiempo, fue un artista empeñado en abrir puertas para que se fueran a tomar vientos la mojigatería y cualquier atisbo de poder. Creía en el hombre libre de ataduras y lo pregonaba.
Ha dejado obras magistrales, como El extraño viaje en cine, Las bicicletas son para el verano en teatro, Juan Soldado en televisión, El tiempo amarillo, su autobiografía, en libros, en las que se respira la búsqueda de la libertad, de la utopía. Le tocó en mala suerte vivir la guerra, la posguerra, la dictadura, “todo era entonces un esperar, esperar, esperar “, y luego vino la democracia, que él no llegaba a aceptar del todo, como el ácrata que siempre fue. Uno de sus lemas era dudar de cuanto digan los poderosos. “Yo me considero ya un contemplador de la vida, vivo de mis memorias y de las memorias de otros”.
El otro Fernando Fernán Gómez
No creo que haya en el cine español un personaje equiparable a Fernando Fernán Gómez. Como actor, su trayectoria se extiende desde principios de los años cuarenta hasta el presente. Pero hubieron otros: un director a recuperar y un escritor por conocer. Esto sin olvidar su actitud comprometida. La del anarquista inclasificable que supongo que es la manera más coherente de serlo.
Según he podido comprobar estos días, parece que entre “la gente de hoy”, Fernando Fernán Gómez era un señor con muy malas pulgas que vivía con Emma Cohen, una señora que en los sesenta-setenta quitó el sueño a una generación que quería, pero no podía.
En otros tiempos, Fernán Gómez era uno de nuestros actores más característicos. Se hablaba de Botón de ancla (1947, Ramón Torrado), y de Balarrasa (1950, J.A. Nieves Conde), dos títulos especialmente emblemáticos de nuestro “cine nacional”, y que quedan como testimonio de talentos perdidos en la mayor miseria cultural y moral. Pero también era alguien que como José Isbert o Manolo Morán, nos alegraba la vida.
Aún recuerdo el éxito que consiguió El fenómeno (1956), que obtuvo un éxito considerable interpretado a un sabio llamado Pavlosky, al que confunden con un futbolista famoso y que acaba triunfando después de marcar un gol con el culo. Pero este Fernán-Gómez también era despreciado en las tertulias como uno de los representantes de las “españoladas”, unas películas que al gran público provocaba casi por igual adhesión y rechazo.
Por entonces y por esos medios, para dar la cara por otro Fernán Gómez era seña de alguien que entraba en el reducido círculo de los cinéfilos, o sea de los que además de ver cine, leían y discutían. Eran los que estaban en el secreto de que existía otro Fernán Gómez que había interpretado, y en algunos casos, facilitado, títulos del valor y el interés de la Vidas en sombras (1948, Llobet Gracia), y en la que el protagonista aparece como “soldado nacional” -cuando en realidad había sido “soldado republicano”-, El último caballo (11950, Edgar Neville), El inquilino (1958, J.A. Nieves Conde), muestras de un cine “maldito” que ha ganado con el tiempo como testimonio de una resistencia digna de este nombre. Y claro está de Esa pareja feliz (1951, Bardem-Berlanga), que fue un éxito amén de un gol como una catedral a la censura, y no hay más que recordar la escena en que Lola Gaos declama cual una Aurora Bautista en un dramón patrio y antes de darse un buen batacazo con la dura realidad del suelo.
Con la productora de Bardem, Fernán Gómez realizó -e interpretó- una divertidísima comedia feminista, Sólo para hombres (1960), con una impagable Analía Gadé, y un portentoso Erasmo Pascual, que contaba la historia de una mujer que entra a trabajar en un ministerio, y además de trabajar es eficiente, el colmo. Fernando contaba que tuvo una discusión con Juan Antonio sobre un detalle de la película, aquel que se mofaba de la vida parlamentaria. Bardem consideraba que esto podía ser entendió como una crítica a la democracia.
Muy poca gente sabía distinguir entre las infaustas “españoladas” en las que Fernando se limitaba a ser tan buen profesional como sabía, y películas de mayor calado, y que igualmente era un señor que había realizado películas como La vida por delante (1958), y su continuación, La vida alrededor (1960), ambas con su musa del momento, Analía Gadé, quien por cierto nunca estuvo mejor, dos comedias con más mala leche de lo que aparentaban, aunque esto son cosas que se verían mucho más claramente después que en su tiempo.
Mucho más incisiva sería El mundo sigue (1965), realizada por Fernán Gómez de una adaptación de una novela del olvidado Juan Antonio Zunzunegui, un “nacional” que dejó de serlo, una película que casi nadie ha visto, y que el autor de estas líneas recuerda de un lejano ciclo de la TV2 allá por mediado los años setenta, y que sigue por ahí en algún baúl. Contenía una desgarradora visión de la situación de la mujer, y contaba con dos interpretaciones antológicas a carga de dos grandes actrices (desaprovechadas): Lina Canalejas y Gemma Cuervo.
Pero sí hay una obra maestra en la muy irregular filmografía de Fernán Gómez como director esa es El extraño viaje (1964) que se estrenó -casi furtivamente- en Barcelona en septiembre de 1968 como complemento a un “thriller” exótico con Robert Stack y Elke Sommers, Los corrompidos (1967, James Hill), que no estaba nada mal. Basada en un argumento de Luis García Berlanga que convertido en guión por Pedro Beltrán (otro talento desaprovechado que tuvo con Fernando sus mejores oportunidades), tomaba como punto de partida el llamado “crimen de Mazarrón” que tiempo atrás había dado materia para varios números de “El Caso”. La película es un soberbio retrato de las miserias de la España de entonces, y está contada con un tono esperpéntico-realista plenamente adecuado. Además cuenta con interpretaciones antológicas por parte de Tota Alba, Rafael Aparicio, y un genial Jesús Franco como el hermano “borde-line”. Por supuesto, no gustó por arriba ni fue entendida por abajo, y por lo tanto, los aficionados al cine que no veían más que lo que le ofrecían, podían cara de estupor cuando le asegurabas que no había que medir a Fernando Fernán Gómez solamente con las películas que hacía con Pedro Lazaga y Conchita Velasco.
Afortunadamente, esta apreciación despectiva comenzó a cambiar en los años setenta, cuando Fernando comenzó a trabajar con Carlos Saura, y protagonizó El espíritu de la colmena (1973, Víctor Erice), y una de las mejores películas españolas de todos los tiempos que ya no tuvo problemas de reconocimientos.
Ulteriormente su carrera ha seguido un curso que hay que entender como parte del propio de un cine como el español al que -salvo contadas excepciones- el fin de la dictadura no liberaría para abordar temas que antes no se podían abordar, y ahí entran la mayor parte de sus trabajos, eso sí, hechos con una capacidad profesional impresionante.
Al igual que Berlanga, Fernando Fernán Gómez también ha efectuado diversas profesiones de fe anarquista, pero en su caso con más razón. Si nos atenemos a sus declaraciones, se refiere a una actitud avanzada propia de la farándula, a una cierta utopía tan hermosa como imposible, y claro está, a una abierta admiración hacia los perdedores de la guerra española. No deja de resultar significativo que al menos cuatro actores más importantes de la postguerra hayan sido republicanos convencidos: Fernando Rey, soldado de la II República, Francisco Rabal, militante comunista (ambos muy ligados a Luis Buñuel), Alberto Closas que regreso del exilio para interpretar Muerte de un ciclista (1955), y el propio Fernando. Fernán Gómez siempre que ha podido ha reflejado su impronta libertaria, claramente perceptible en obra de teatro más famosa, Las bicicletas son para el verano.
Este Fernán Gómez resulta mucho más reconocible en artículos de prensa, en los que dejó caer opiniones tan evidentes como “los policías a quienes buscan, descubren, persiguen y atacan con tenacidad y furia, más que a los delincuentes, es a aquellos ciudadanos que no piensan ni dicen lo que les han ordenado sus amos, los jefes de la policía, los inventores de las leyes, los dueños de la tierra y el dinero”, en un artículo sobre el asesinato del anarquista italiano Carlo Giuliani. En una entrevista en el diario “Hoy”. Dejó claro su ideario, diciendo: “Yo pienso más bien en el amor libre, en la supresión de propiedad privada, en la entrega de las tierras a los trabajadores, en la enseñanza igualitaria y obligatoria. Y no me parece que las películas españolas sean muy de izquierdas.” Cosas así están recogidas en otras entrevistas.
Marísa Paredes, que lo conoció bien, lo describió con en todas sus dimensiones cuando en la entrega de uno de esos premios a los que Fernando daba tan poca importancia, declaró que lo merecía: “Por anarquista, por poeta, por cómico, por articulista, por académico, por novelista, por dramaturgo, por único y por consecuente”.
Se puede decir que el suyo fue anarquismo moderadamente beligerante, muy machacado por el prisma de la derrota. y así se expresa por igual en su premiadísima obra de teatro Las bicicletas son para el verano, así como en tres de sus realizaciones más interesantes de su escasamente atractiva última época como director, Mi hija Hildegart (1977), Mambrú se fue a la guerra (1986) y El mar y el tiempo (1989), tres cuadros de un anarquismo digamos problemático situados en tres épocas históricas diferentes, la primera en los de la República, la tercera coincidiendo con las jornadas de mayo del 68, y el segundo con la muerte de Franco y el inicio de la Transición. Títulos que convendrá revisar. De hecho, habría que hacerlo con buena parte de su filmografía lo mismo que con sus escritos.
Era éste Fernán Gómez el que mandaba literalmente “a la mierda” a esos periodistas como esa muchacha de ese programa pestilente en la TV1 que antecede a los informativos, y en el que se mezcla la mayor tragedia con la última boda. Con el mismo tono que el empleado para hacer hablar a un familiar de Rocío Jurado, trasladó su micrófono hasta las puertas del Hospital en el que Fernando moriría, y trató de preguntarle a Emma Cohen cómo estaba Fernando, y la mirada de ésta fue más que suficiente. Ahora hablaran de él bla, bla, bla , como se hace en ese programa llamado “Cine de Barrio” y en el que podemos encontrar más franquismo sociológico que en el Valle de los Caídos (por Dios y por España como todo el mundo sabe)
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