viernes, 31 de mayo de 2013

¿ALCALA DE HENARES SE INCORPORA A LA NUEVA CAMORRA S.A.?

LOS VERDES DE ALCALÁ DE HENARES

LA NUEVA CAMORRA, SA.

El grupo criminal, el más poderoso de Italia, se vuelve más flexible y extiende sus tentáculos más allá de Nápoles
Roberto Saviano
Camorra es una palabra que no existe, que usa la policía. La utilizan los jueces y los periodistas, los guionistas. Es una palabra que hace sonreír a sus afiliados, una indicación genérica, un término de estudiosos, relegado a su dimensión histórica. El término con el que se definen los miembros de un clan es Sistema: “Pertenezco al Sistema de Secondigliano”. Un término elocuente, un mecanismo más que una estructura. La organización criminal coincide directamente con la economía, la dialéctica comercial es la osamenta del clan. (…) Camorra es una palabra que hace sonreír a sus afiliados, una indicación genérica, un término de estudiosos relegado a su dimensión histórica En Nápoles, la capital de la región de Campania, el aire de ciudad en guerra que se absorbe por todos los poros, tiene el olor rancio del sudor Invertir una pensión de 600 euros en coca significaba recibir el doble al cabo de un mes. No había más garantías que la palabra del intermediario Nunca había habido una presencia tan grande y desoladora de los asuntos delictivos en la vida económica de un territorio como en Campania en los últimos diez años La Nueva Camorra Organizada de Raffaele Cutolo, de los años ochenta, era una especie de empresa enorme, un conglomerado centralizado. Luego llegó la Nuova Famiglia de Carmine Alfieri y Antonio Borsellino, con una estructura federativa, con familias económicamente autónomas y unidas por intereses operativos relacionados, pero también desmesurada. Ahora, en cambio, la flexibilidad de la economía ha determinado que unos pequeños grupos de boss managers con cientos de adeptos, cada uno con tareas precisas, se impongan en el campo económico y social. Una estructura horizontal, mucho más flexible que la de Cosa Nostra, mucho más permeable a nuevas alianzas que la ‘ndragheta, capaz de alimentarse continuamente de nuevos clanes, de nuevas estrategias, y que está lanzándose a los mercados de vanguardia. Decenas de operaciones policiales han demostrado en los últimos años que tanto la mafia siciliana como la ‘ndragheta han tenido que mediar con los clanes napolitanos para la compra de grandes partidas de droga. Los cárteles de Nápoles y Campania proporcionaban cocaína y heroína a precios convenientes, resultando en muchos casos más cómodos y económicos que los contactos directos con traficantes suramericanos y albaneses. A pesar de la reestructuración de los clanes, por número de afiliados la Camorra es la organización criminal más consistente de Europa. Por cada afiliado siciliano, hay cinco de Campania; por cada miembro de la ‘ndragheta, ocho. Tres, cuatro veces más que las demás organizaciones. En el escenario de la atención permanente que se da a la Cosa Nostra, en la información obsesiva que se reserva a las bombas de la mafia, la Camorra ha encontrado la distracción mediática apropiada para resultar prácticamente desconocida. Con la modernización de los grupos criminales, los clanes de Nápoles han cortado las donaciones masivas. El aumento de la presión microcriminal sobre la ciudad se debe a esta interrupción de sueldos provocada por la progresiva reestructuración de los cárteles delictivos ocurrida en los últimos años. Los clanes ya no necesitan controlar el territorio de manera pormenorizada o, por lo menos, no siempre lo necesitan. Los principales negocios de los grupos camorristas se realizan fuera de Nápoles. Como demuestran las investigaciones de la Fiscalía Antimafia de Nápoles, la estructura federal y flexible de los grupos camorristas ha transformado completamente el tejido de las familias: más que como alianzas diplomáticas, como pactos estables, hoy habría que referirse a los clanes como comités de trabajo. La flexibilidad de la Camorra es la respuesta a las necesidades de las empresas de hacer que se muevan los capitales, fundar y cerrar sociedades, hacer que circule el dinero e invertir con agilidad en inmuebles sin que sea decisiva la elección territorial o la intermediación política. Ahora los clanes no necesitan constituirse en macrocuerpos. Actualmente un grupo de personas puede decidir unirse, saquear, destrozar escaparates o robar, sin sufrir como en el pasado o la matanza o la incorporación absoluta en el clan. Las bandas que hacen estragos en Nápoles no están compuestas exclusivamente por individuos que cometen actos delictivos para aumentar el montante de su bolsa, comprarse un coche de lujo o vivir cómodamente. A menudo son conscientes de que reuniéndose y aumentando el número y la violencia de sus acciones pueden mejorar su capacidad económica convirtiéndose en interlocutores del clan o en beneficiarios de empresas auxiliares. El tejido de la Camorra se compone tanto de grupos que empiezan a chupar como piojos voraces frenando cualquier avance económico, como por otros que, en cambio, impulsan sus propios negocios hacia el máximo grado de desarrollo y comercio como rapidísimas vanguardias. Entre estas dos sinergias opuestas, y sin embargo complementarias, se despedaza y desgarra la epidermis de la ciudad. En Nápoles, la ferocidad y la actuación más complicada o conveniente para tratar de convertirse en empresario ganador, el aire de ciudad en guerra que se absorbe por todos los poros, tiene el olor rancio del sudor, como si las calles fueran gimnasios al aire libre donde se ejercitan las posibilidades de saquear, robar, atracar, probar la gimnasia del poder, la vorágine del crecimiento económico. El sistema ha crecido como una masa que se deja fermentar en las arcas de madera de la periferia. La política municipal y regional creyó combatirla en la medida en que no hacía negocios con los clanes. Pero no fue suficiente. Descuidó la atención al fenómeno, infravalorando el poder de las familias al considerarlo una degradación de la periferia, y así Campania ha alcanzado el récord de ayuntamientos investigados por la infiltración de la Camorra. Nada menos que 71 ayuntamientos de Campania se han disuelto desde 1991 hasta hoy. Sólo en la provincia de Nápoles se han disuelto los consejos municipales de Pozzuoli, Quarto, Mirano, Melito, Portici, Ottaviano, San Giuseppe Vesuviano, San Gennaro Vesuviano, Terzigno, Calandrino, Sant’Antimo Tifino, Crispano, Casamarciano, Nola, Liveri, Boscoreale, Poggiomarino, Pompeya, Herculano, Piamonte, Casola di Napoli, Sant’Antonio Abate, Santa Maria la Caritá, Torre Annunziata, Torre del Greco, Volla, Brusciano, Acerra, Casoria, Pomigliano d’Arco, Prattamaggiore. Un número muy elevado, que supera con creces los ayuntamientos disueltos en otras regiones italianas: 44 en Sicilia, 34 en Calabria, siete en Puglia. Sólo nueve ayuntamientos de los 92 de la provincia de Nápoles no han tenido nunca intervenciones, investigaciones o inspecciones. Las empresas de los clanes han establecido planes reguladores, se han infiltrado en los Servicios Sanitarios Locales, han comprado terrenos justo antes de que se declararan edificables y luego han construido en subcontrata centros comerciales y han impuesto fiestas patronales y sus propias empresas multiservicio, desde comedores hasta servicios de limpieza, pasando por los transportes o la recogida de basura. Nunca había habido una presencia tan grande y desoladora de los asuntos delictivos en la vida económica de un territorio como en Campania en los últimos diez años. Los clanes de la Camorra no necesitan políticos, como ocurre con los grupos mafiosos sicilianos; son los políticos los que tienen una necesidad extrema del Sistema. En Campania ha iniciado una estrategia que ha dejado a las estructuras políticas más visibles y mediáticamente más expuestas, formalmente exentas de connivencias y afinidades, pero en la provincia, en los pueblos donde los clanes necesitan apoyos militares, coberturas para la clandestinidad, maniobras económicas más expuestas, las alianzas entre políticos y familias camorristas son más estrechas. Los clanes de la Camorra llegan al poder a través del imperio de sus negocios. Y ésta es una condición suficiente para dominar al resto. (…) Ahora la extorsión mensual, la del tipo Me envía Picone, la película de Nanni Loy, la del puerta a puerta en Navidad, Semana Santa y el 15 de agosto, es una práctica de clan de poca monta, usada por grupos que intentan sobrevivir, incapaces de crear una empresa. Todo ha cambiado. Los Nuvoletta de Marano, barriada al norte de Nápoles, habían puesto en marcha un mecanismo más articulado y eficiente de crimen organizado basado en el beneficio recíproco y en la obligatoriedad de los suministros. Giuseppe Gala, apodado Showman, se había convertido en uno de los más apreciados y solicitados agentes de los negocios de alimentación. Era agente de la Bauli y de la Von Holten, y a través de la Vip Alimentari había conquistado un puesto de exclusividad de la Parmalat para la zona de Marano. En una conversación telefónica registrada por los magistrados de la DDA (Dirección Antimafia) de Nápoles en otoño de 2003, Gala presumía de su calidad de agente: “Los he quemado a todos, somos los más fuertes del mercado”. Las empresas que manejaba, en efecto, tenían la seguridad de estar presentes en todo el territorio que él cubría y la garantía de un elevado número de pedidos. Por otra parte, los comerciantes y los supermercados estaban encantados de negociar con Peppe Gala, porque ofrecía descuentos mucho más altos sobre el precio de la mercancía, al tener posibilidades de presionar a las empresas y a los proveedores. Al ser un hombre del Sistema, el Showman podía garantizar, ya que controlaba también los transportes, precios ajustados y entregas puntuales. El clan no impone con la intimidación el producto que decide adoptar, sino con la conveniencia. Las empresas representadas por Gala declaraban haber sido víctimas del crimen organizado de la Camorra, y haber recibido órdenes de los clanes. Pero si se observan los datos comerciales -que se pueden encontrar en los datos de Confcommercio- se puede comprobar que las empresas que se habían dirigido a Gala en el lapso de tiempo que va de 1998 a 2003 han registrado un incremento en las ventas anuales de entre un 40% y un 80%. Con sus estrategias económicas, Gala conseguía incluso resolver los problemas de liquidez monetaria de los clanes. Llegó a imponer un recargo sobre el panettone en la época navideña para poder dar una paga extra a las familias de los detenidos afiliados al clan Nuvoletta. Pero el éxito fue fatal para el Showman. Intentó, según cuentan algunos arrepentidos, tener la exclusiva también en el mercado de la droga. La familia Nuvoletta no quiso saber nada de eso. Lo encontraron en enero de 2003 quemado vivo en su coche. Los Nuvoletta son la única familia de fuera de Sicilia que se sienta en la cúpula de la Cosa Nostra, no como meros aliados o afiliados, sino estructuralmente ligados a los de Corleone, uno de los grupos más poderosos en el seno de la Mafia. Tan poderosos que los sicilianos, según las declaraciones del arrepentido Giovanni Brusca, cuando empezaron a organizarse para poner bombas en media Italia, a finales de los años noventa, pidieron la opinión de los de Marano, así como su colaboración. Los Nuvoletta consideraban la idea de poner bombas una estrategia demencial, más relacionada con favores políticos que con resultados militares efectivos. Se negaron a participar en los atentados y a dar apoyo logístico a los terroristas. Un rechazo que expresaron sin sufrir ningún tipo de violencia. El propio Riina imploró al boss Angelo Nuvoletta que interviniera para corromper a los magistrados de su primer macroproceso, pero tampoco en este caso los de Marano acudieron en ayuda del ala militar de los Corleone. En los años de la guerra interna de la Nuova Famiglia, después de la victoria de Cutoio, los Nuvoletta mandaron llamar al asesino del juez Falcone, Giovanni Brusca, boss de San Giovanni Jato, para que eliminara a cinco personas en Campania y disolviera a dos en ácido. Le llamaron como otros llaman al fontanero. Él mismo reveló a los jueces la estrategia para deshacer a Luigi y Vittorio Vastarella: “Dimos instrucciones para que se compraran cien litros de ácido muriático; se necesitaban contenedores metálicos de doscientos litros, normalmente destinados a la conservación del aceite, con la parte superior cortada. Según nuestra experiencia, en cada contenedor debían verterse 50 litros de ácido, y como estaba previsto que se suprimiera a dos personas, mandamos preparar dos bidones”. Los Nuvoletta, aliados con los subclanes de los Nettuno y de los Polverino, también habían renovado el mecanismo de las inversiones en el narcotráfico, creando un auténtico sistema de accionariado popular de la cocaína. La DDA de Nápoles, en una investigación de 2004, demostró que el clan, por medio de intermediarios, había permitido a todos participar en la compra de las partidas de coca. Jubilados, empleados, pequeños empresarios daban dinero a algunos agentes que luego lo invertían de nuevo en la compra de partidas de droga. Invertir una pensión de 600 euros en coca significaba recibir el doble al cabo de un mes. No había más garantías que la palabra del intermediario, pero la inversión era sistemáticamente ventajosa. El riesgo de perder el dinero no era comparable con el beneficio recibido, sobre todo si se medía con los intereses que se habrían recibido de haber depositado el dinero en un banco. Las únicas desventajas eran de tipo organizativo: los paquetes de coca a menudo eran vigilados por pequeños inversores, una forma de camuflar los depósitos y hacer prácticamente imposible las capturas. Los clanes de la Camorra habían conseguido así ampliar su círculo de capitales para invertir, implicando también a una pequeña burguesía alejada de los mecanismos delictivos, pero cansada de confiar sus peculios a los bancos. También habían transformado la distribución al por menor. Los Nuvoletta-Polverino hicieron de las barberías y los locales de bronceado los nuevos centros minoristas de la coca. Los beneficios del narcotráfico se invertían después, por medio de algunos testaferros, en la compra de apartamentos, hoteles, cuotas de sociedades de servicios, escuelas privadas e incluso galerías de arte. La organización controla la mitad de las tiendas de Nápoles EL SISTEMA había conseguido también transformar la clásica extorsión y las lógicas de la usura. Comprendieron que los comerciantes necesitaban liquidez, que los bancos eran cada vez más rígidos, y se introdujeron en la relación entre proveedores y comerciantes. Los comerciantes que tienen que comprar sus propios artículos pueden pagarlos al contado o con letras de cambio. Si pagan al contado el precio es menor, entre la mitad y dos tercios del importe que pagarían en letras de cambio. En esta situación, el comerciante tiene todo el interés en pagar al contado y la empresa vendedora tiene el mismo interés. El dinero en efectivo es ofrecido por los clanes a un tipo medio del 10%. De esta forma se crea automáticamente una relación contractual entre el comerciante comprador, el vendedor y el financiador oculto, es decir, los clanes. Los beneficios de la actividad se reparten al 50%, pero puede ocurrir que el endeudamiento haga que ingresen comisiones cada vez mayores en las arcas del clan y que, al final, el comerciante se convierta en un simple testaferro que recibe un sueldo mensual. Los clanes no son como los bancos, que se cobran la deuda arramblando con todo; utilizan los bienes dejando que trabajen en él personas con experiencia que han perdido sus bienes. Según las declaraciones de un arrepentido, en la investigación de la DDA de 2004, el 50% de las tiendas, sólo en Nápoles, está dirigido por la Camorra.
 
 

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