ALCALÁ DE HENARES |
PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
Ecología Humanista y Ecología Misantrópica
Hay términos que cuando superan su etapa de consignas insurrectas, protestantes, exfoliantes y arrabalescas para convertirse en aceptadas ideas colectivas, poco menos que en instituciones terminológicas... es que dan grima. De hecho no hay estandarte que se libre de esta degradación porque, al fin y al cabo, es característico del hombre, cuando decide afrontar un cambio necesario, no cambiar más que el nombre a sus perdurables canalladas.Uno de los términos de moda, de las consignas que acaba de culminar su tránsito de lo insurrecto a lo institucional, es la palabra “ecológico”. “Ecológico” vende. Vende más y más caro, y no me refiero precisamente a los productos alimenticios. Vende imagen: de modo espontáneo, uno tiende a ver con simpatía al político que cruza la ciudad en bicicleta y planta arbolitos en las esquinas de las calles... aunque, por supuesto, sólo va en bicicleta para que le hagan la foto y sólo planta arbolitos el día de la susodicha foto callejera.
Y hoy en día no hay que ser de los Verdes para andar en bici plantando arbolitos: hasta el chulo más detestable del ya de por sí despreciable gremio político se declara defensor del medio ambiente y amante de la Naturaleza. Le va la imagen en ello, y ¿qué es un político sin imagen? ¿Qué es un político, sino imagen?
Naturaleza: he aquí un término nada sencillo; un término huérfano, en el discurso ecológico general, de una definición congruente. Un término contradictorio, diría yo incluso, porque hasta el mismo concepto de “Naturaleza” es un producto cultural y sometido, por tanto, a las variaciones conceptuales que trae consigo el tiempo con sus corrientes y contracorrientes ideológicas. ¿Qué es lo natural? ¿Existe siquiera lo natural? ¿Es coherente contraponerlo a lo cultural? ¿Es siquiera lo opuesto de lo artificial? Veamos: ¿es el hombre una criatura natural? Si lo es, y si la civilización es como parece ser el desarrollo espontáneo de su ser de hombre, ¿cómo podríamos considerarla antinatural, o no natural, o artificial? ¿Es menos natural un edificio que un hormiguero o el nido de la golondrina, la carne en lata que la carne que la araña conserva en un capullo cuidadosamente tejido para la hora de su festín...?El activismo ecológico, en su esfuerzo por salvar la Naturaleza —sea lo que sea eso de la Naturaleza, y para muchos no es más que la difusa representación imaginativa de una escena bucólica contrapuesta a los feroces humos del asfalto—, parece demonizar la civilización humana... que sigue siendo Naturaleza, aunque de otro orden. Pero sólo parece que lo haga: en realidad, la Naturaleza que pretende es una Naturaleza a la medida del hombre, una Naturaleza que dé belleza y respiro al hombre, con todas las especies de hoy, y las de ayer incluso, conservadas como en un gran museo viviente terráqueo. Una gran colección de seres vivos cuya contemplación nos ayude a expiar nuestra culpa de insaciables depredadores, extasiándanos cada vez que a un pobre bicho casi extinto (decorativos linces antes que irritantes moscardones) lo obligamos a renacer en cautividad en un mundo detestable hecho a la medida de nuestras manías y caprichos.
Es un hermoso sueño. En lo que a mí respecta, me encantaría ver cambiada esa cosa patética de Port Aventura, cerca de aquí, por el Parque Jurásico y despertarme un día de madrugada para ver a un Tiranosaurio Rex huido bebiéndoseme el agua de la piscina. Es un hermoso sueño... para los optimistas del humanismo, los que creen que el ser humano merece el paraíso en la Tierra.
Hay otro modo, y no menos ecológico, de pensar. Ya lo sugería Lovelock en su Gaia, A New Look at the Life on Earth: la aniquilación del virus más pernicioso que haya sufrido Gaia: el ser humano. En la economía del universo, la destrucción del ecosistema humano no sería más que el paso de un dios galáctico pisando el hormiguero terrícola. La vida de Gaia quedaría latente unos siglos acaso, sumida en un sueño reparador, mientras la Naturaleza universal seguía su curso evolutivo impertérrita, intocada, impoluta y regia. Con el tiempo Gaia despertaría nuevamente, curada de su cáncer humano, dispuesta a una nueva y bella creación.
Es una pesadilla, cierto... pero sólo para el hombre, que es la pesadilla de todo lo demás.
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