VIGO
Ciudad, derechos y derecho a la ciudad
PEYO RIVERA
Jueves 15 de enero de 2015
“La ciudad es uno de los intentos más consistentes, y a la postre, más exitosos del hombre, de rehacer el mundo en el que vive a partir de sus anhelos más profundos. Si la ciudad, en todo caso, es el mundo que el hombre ha creado, es también el mundo en el que está condenado a vivir. Así, de manera indirecta y sin una conciencia clara de la naturaleza de su tarea, al hacer la ciudad, el hombre se ha rehecho a sí mismo”.
Esta reflexión del sociólogo urbano Robert Park refleja la relación dialéctica existente entre la ciudad y la ciudadanía, o mejor dicho, entre la ciudad y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas que la conforman y la "viven", que la recorren y la definen y, en definitiva, que la construyen.
El derecho a la ciudad, materia que fue desapareciendo del imaginario de la izquierda tras la disolución de las doctrinas del socialismo utópico, está de vuelta, llamado urgentemente a filas por una ciudadanía expoliada, que sigue financiando infraestructuras ornamentales y/o innecesarias, mientras tiene que hacer malabares para ejercer el derecho de acceso a una vivienda digna.
Si Fourier, Owen o Saint-Simon fantaseaban con falansterios y "ciudades-cooperativas", el pragmatismo actual nos lleva a ver la ciudad como un campo de batalla político, como un espacio en/de disputa donde la lucha de clases emerge a la superficie, atravesada por cuestiones de identidad, de estilos de vida, de relaciones de poder y, en conclusión, como campo de expresión de una hegemonía dominante decantable hacia los derechos sociales o hacia los privilegios de una minoría.
Dice David Harvey, uno de los principales investigadores urbanísticos desde una perspectiva de izquierdas, que "la cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede divorciarse de la cuestión de qué tipo de personas queremos ser, qué tipo de relaciones sociales buscamos, qué relaciones con la naturaleza mantenemos, qué estilo de vida deseamos o qué valores estéticos tenemos" /1. Y son estas cuestiones las que están reactivando la preocupación por nuestro entorno; la reflexión sobre un ámbito, la política urbanística, habitualmente sometido a ritmos y formas frenéticas entorpecedoras de dicha reflexión.
El derecho a la ciudad comprende no solo nuestro derecho a lo que ya existe, sino el derecho a imaginar y construir un entorno urbano acorde con nuestra voluntad y con nuestros deseos y necesidades, asumiendo su condición de nicho privilegiado para la expansión y el crecimiento capitalistas, y sus consecuencias inevitables. Esta relación de tensión constante entre la mercantilización y la socialización del espacio público se materializa, bajo la correlación de fuerzas actual, en la primacía de las ciudades deshumanizadas y su condena a la segregación, frente a la lógica de la congregación del modelo de ciudad construida para erradicar la degradación ambiental y las desigualdades sociales.
La existencia de estas dicotomías no es casual, como no lo son los procesos de gentrificación que están surgiendo en zonas, otrora deprimidas de las ciudades, resucitadas ahora como suplemento vitamínico para una economía financiarizada que insiste espasmódicamente en exprimir la vía muerta de la economía del ladrillo.
El motivo es que nuestra democracia goza de buena salud, pero solo para la minoría privilegiada. Una minoría cuyos "adosados" colonizaron las áreas periurbanas en una primera oleada, y que decidieron reconquistar los centros de las ciudades en una segunda, acicalados previamente con la pátina bohemia de las galerías de arte y los mercadillos ecológicos, y sustituyendo, como en el caso de Vigo, el Casco Vello histórico y marinero por el de los ya famosos, y enigmáticos, espacios de co-working.
La necesidad de repensar el territorio como un bien común está recobrando importancia en los últimos tiempos. La defensa de la gestión comunal del monte de Cabral frente a la especulación del capital extranjero, o la solidaridad en el barrio de Elviña frente a la desatención del Concello son ejemplos de la defensa de esa identidad, de la defensa de un "estilo de vida", a veces simbolizado en pequeños gestos, como el repique de las campanas de la parroquia en señal de auxilio vecinal en el caso del barrio coruñés.
El hilo conductor que conecta estas luchas tiene, volviendo a Vigo, en la persona de Abel Caballero, un perfecto ejemplo de la política urbanística diseñada y practicada de espaldas a la ciudadanía.
En el barrio de Coia, como en Elviña, el relato que transciende es el de un alcalde bajo sospecha de corrupción /2 y el de la construcción de proyectos especulativos que den cobertura a operaciones de maquillaje populista, contestadas en las calles por la autoorganización vecinal que mantiene vivo lo que se diera en llamar el "efecto Gamonal".
La ausencia de vías para la expresión democrática de la ciudadanía tiene, en la historia kafkiana del barco y la rotonda, su última expresión, precedida de los muchos desvaríos que los delirios de grandeza del alcalde vigués consiguen engendrar.
No se puede negar que Caballero tenga un proyecto de ciudad, sino todo lo contrario, siendo esta cuestión la piedra angular de su propuesta de gobierno. La defensa del aeropuerto, la apuesta por un nuevo Balaídos, o la fantasía de un centro histórico repleto de escaleras mecánicas responden a un plan establecido: construir una "cidade fermosa" /3 a base de "humanizaciones" (sic) que camuflen precisamente la falta de humanidad de las condiciones de vida de muchos hogares.
Esta pirueta retórica retrata fielmente la figura do nuestro alcalde: un aprendiz de emperador que ignora que la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad habla de garantizar derechos y libertades que a día de hoy no lo están, un experto demagogo que presume de gasto social en un Ayuntamiento que ocupa el puesto 2.945 en la clasificación estatal de gasto en protección social por habitante /4.
En definitiva, vivimos en una “cidade fermosa”, que lo es para los turistas que se bajan del crucero y encuentran el concentrado de su hermosura: nuestra cultura, nuestra gastronomía y nuestras tradiciones, ya empaquetadas y listas para consumir. Esa es la identidad de nuestra ciudad: una identidad hurtada y alienante, que entre todos y todas podemos cambiar.
Lo que está sucediendo en el barrio de Coia puede ser un punto de partida que introduzca en nuestras agendas la democratización de la ciudad: ¿es la rotonda el lugar idóneo para colocar el Bernardo Alfageme?, ¿podríamos invertir ese dinero en otras cuestiones más urgentes?, ¿podemos promover modelos de gestión presupuestaria más democráticos?, ¿qué modelo de ciudad queremos?
Cada día somos más las que reflexionamos sobre estas cuestiones, con el objetivo de crear nuevos y mejores espacios comunes, y continuando el legado de las distintas experiencias políticas que, en el pasado, decidieron (re)construir las ciudades en base a principios más democráticos e inclusivos, en clave anticapitalista, rechazando las relaciones de poder que en ella se albergan.
Mientras tanto, el ejemplo de la Asemblea Aberta de Coia /5 sigue en marcha en la rotonda (donde se comparten comidas, se celebran ruedas de prensa, e incluso se organizan conciertos), y donde se construye día a día, y a pesar del acoso policial, el Vigo de la lucha vecinal y de las asambleas populares, el Vigo de los y las de abajo.
14/01/2015
http://praza.gal/opinion/2263/cidade-dereitos-e-dereito-a-cidade/
Peyo Rivera es miembro del Consejo Ciudadano de Podemos en Vigo y militante anticapitalista.
Notas
1/ Harvey D. (2013) Ciudades rebeldes. Madrid: Akal. Aquí se puede leer una entrevista al autor:http://www.sinpermiso.info/articulos/ficheros/harvey.pdf
2/ http://www.crtvg.es/informativos/a-fiscalia-investigara-a-colocacion-do-bernardo-alfageme-968258
3/ "Vivimos nunha cidade fermosa" es uno de los lemas propagandísticos más utilizados por el Ayuntamiento de Vigo.
4/ http://www.europapress.es/nacional/noticia-cuanto-gasta-ayuntamiento-20141208101516.html
5/ La noche del 11 de enero la rotonda fue tomada por la Policía y las obras comenzaron a pesar de las protestas, aunque la Asamblea prosigue su actividad con múltiples iniciativas, que se pueden consultar en sus redes sociales: https://www.facebook.com/asembleaabertacoia?ref=ts&fref=ts
Esta reflexión del sociólogo urbano Robert Park refleja la relación dialéctica existente entre la ciudad y la ciudadanía, o mejor dicho, entre la ciudad y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas que la conforman y la "viven", que la recorren y la definen y, en definitiva, que la construyen.
El derecho a la ciudad, materia que fue desapareciendo del imaginario de la izquierda tras la disolución de las doctrinas del socialismo utópico, está de vuelta, llamado urgentemente a filas por una ciudadanía expoliada, que sigue financiando infraestructuras ornamentales y/o innecesarias, mientras tiene que hacer malabares para ejercer el derecho de acceso a una vivienda digna.
Si Fourier, Owen o Saint-Simon fantaseaban con falansterios y "ciudades-cooperativas", el pragmatismo actual nos lleva a ver la ciudad como un campo de batalla político, como un espacio en/de disputa donde la lucha de clases emerge a la superficie, atravesada por cuestiones de identidad, de estilos de vida, de relaciones de poder y, en conclusión, como campo de expresión de una hegemonía dominante decantable hacia los derechos sociales o hacia los privilegios de una minoría.
Dice David Harvey, uno de los principales investigadores urbanísticos desde una perspectiva de izquierdas, que "la cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede divorciarse de la cuestión de qué tipo de personas queremos ser, qué tipo de relaciones sociales buscamos, qué relaciones con la naturaleza mantenemos, qué estilo de vida deseamos o qué valores estéticos tenemos" /1. Y son estas cuestiones las que están reactivando la preocupación por nuestro entorno; la reflexión sobre un ámbito, la política urbanística, habitualmente sometido a ritmos y formas frenéticas entorpecedoras de dicha reflexión.
El derecho a la ciudad comprende no solo nuestro derecho a lo que ya existe, sino el derecho a imaginar y construir un entorno urbano acorde con nuestra voluntad y con nuestros deseos y necesidades, asumiendo su condición de nicho privilegiado para la expansión y el crecimiento capitalistas, y sus consecuencias inevitables. Esta relación de tensión constante entre la mercantilización y la socialización del espacio público se materializa, bajo la correlación de fuerzas actual, en la primacía de las ciudades deshumanizadas y su condena a la segregación, frente a la lógica de la congregación del modelo de ciudad construida para erradicar la degradación ambiental y las desigualdades sociales.
La existencia de estas dicotomías no es casual, como no lo son los procesos de gentrificación que están surgiendo en zonas, otrora deprimidas de las ciudades, resucitadas ahora como suplemento vitamínico para una economía financiarizada que insiste espasmódicamente en exprimir la vía muerta de la economía del ladrillo.
El motivo es que nuestra democracia goza de buena salud, pero solo para la minoría privilegiada. Una minoría cuyos "adosados" colonizaron las áreas periurbanas en una primera oleada, y que decidieron reconquistar los centros de las ciudades en una segunda, acicalados previamente con la pátina bohemia de las galerías de arte y los mercadillos ecológicos, y sustituyendo, como en el caso de Vigo, el Casco Vello histórico y marinero por el de los ya famosos, y enigmáticos, espacios de co-working.
La necesidad de repensar el territorio como un bien común está recobrando importancia en los últimos tiempos. La defensa de la gestión comunal del monte de Cabral frente a la especulación del capital extranjero, o la solidaridad en el barrio de Elviña frente a la desatención del Concello son ejemplos de la defensa de esa identidad, de la defensa de un "estilo de vida", a veces simbolizado en pequeños gestos, como el repique de las campanas de la parroquia en señal de auxilio vecinal en el caso del barrio coruñés.
El hilo conductor que conecta estas luchas tiene, volviendo a Vigo, en la persona de Abel Caballero, un perfecto ejemplo de la política urbanística diseñada y practicada de espaldas a la ciudadanía.
En el barrio de Coia, como en Elviña, el relato que transciende es el de un alcalde bajo sospecha de corrupción /2 y el de la construcción de proyectos especulativos que den cobertura a operaciones de maquillaje populista, contestadas en las calles por la autoorganización vecinal que mantiene vivo lo que se diera en llamar el "efecto Gamonal".
La ausencia de vías para la expresión democrática de la ciudadanía tiene, en la historia kafkiana del barco y la rotonda, su última expresión, precedida de los muchos desvaríos que los delirios de grandeza del alcalde vigués consiguen engendrar.
No se puede negar que Caballero tenga un proyecto de ciudad, sino todo lo contrario, siendo esta cuestión la piedra angular de su propuesta de gobierno. La defensa del aeropuerto, la apuesta por un nuevo Balaídos, o la fantasía de un centro histórico repleto de escaleras mecánicas responden a un plan establecido: construir una "cidade fermosa" /3 a base de "humanizaciones" (sic) que camuflen precisamente la falta de humanidad de las condiciones de vida de muchos hogares.
Esta pirueta retórica retrata fielmente la figura do nuestro alcalde: un aprendiz de emperador que ignora que la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad habla de garantizar derechos y libertades que a día de hoy no lo están, un experto demagogo que presume de gasto social en un Ayuntamiento que ocupa el puesto 2.945 en la clasificación estatal de gasto en protección social por habitante /4.
En definitiva, vivimos en una “cidade fermosa”, que lo es para los turistas que se bajan del crucero y encuentran el concentrado de su hermosura: nuestra cultura, nuestra gastronomía y nuestras tradiciones, ya empaquetadas y listas para consumir. Esa es la identidad de nuestra ciudad: una identidad hurtada y alienante, que entre todos y todas podemos cambiar.
Lo que está sucediendo en el barrio de Coia puede ser un punto de partida que introduzca en nuestras agendas la democratización de la ciudad: ¿es la rotonda el lugar idóneo para colocar el Bernardo Alfageme?, ¿podríamos invertir ese dinero en otras cuestiones más urgentes?, ¿podemos promover modelos de gestión presupuestaria más democráticos?, ¿qué modelo de ciudad queremos?
Cada día somos más las que reflexionamos sobre estas cuestiones, con el objetivo de crear nuevos y mejores espacios comunes, y continuando el legado de las distintas experiencias políticas que, en el pasado, decidieron (re)construir las ciudades en base a principios más democráticos e inclusivos, en clave anticapitalista, rechazando las relaciones de poder que en ella se albergan.
Mientras tanto, el ejemplo de la Asemblea Aberta de Coia /5 sigue en marcha en la rotonda (donde se comparten comidas, se celebran ruedas de prensa, e incluso se organizan conciertos), y donde se construye día a día, y a pesar del acoso policial, el Vigo de la lucha vecinal y de las asambleas populares, el Vigo de los y las de abajo.
14/01/2015
http://praza.gal/opinion/2263/cidade-dereitos-e-dereito-a-cidade/
Peyo Rivera es miembro del Consejo Ciudadano de Podemos en Vigo y militante anticapitalista.
Notas
1/ Harvey D. (2013) Ciudades rebeldes. Madrid: Akal. Aquí se puede leer una entrevista al autor:http://www.sinpermiso.info/articulos/ficheros/harvey.pdf
2/ http://www.crtvg.es/informativos/a-fiscalia-investigara-a-colocacion-do-bernardo-alfageme-968258
3/ "Vivimos nunha cidade fermosa" es uno de los lemas propagandísticos más utilizados por el Ayuntamiento de Vigo.
4/ http://www.europapress.es/nacional/noticia-cuanto-gasta-ayuntamiento-20141208101516.html
5/ La noche del 11 de enero la rotonda fue tomada por la Policía y las obras comenzaron a pesar de las protestas, aunque la Asamblea prosigue su actividad con múltiples iniciativas, que se pueden consultar en sus redes sociales: https://www.facebook.com/asembleaabertacoia?ref=ts&fref=ts
No hay comentarios:
Publicar un comentario