Editorial 10/08/2020 |
En este momento crucial de nuestra historia en el que desde sectores del Gobierno se ha planteado la liquidación del «régimen del 78», habría que repasar algunos capítulos del pasado siglo XX, siempre evocados con sectarismo y emocionalmente leídos a través del filtro de la «memoria histórica». La Monarquía Parlamentaria legitimada por la Constitución del 78 es un régimen más democrático que la República que reivindican ahora el izquierdismo presente en el Gobierno y el independentismo, siempre dispuesto a desestabilizar en lo posible el Estado. Por cierto, son los mismos enemigos que tuvo aquella idealizada Segunda República. El objetivo final es la democracia, sea bajo la forma política que sea, y hay que buscar la fórmula adecuada a los resultados históricos de cada país. Juan Carlos I, a pesar de la situación por la que atraviesa ahora, y Felipe VI han encarnado el período más próspero de España, en su progreso social y en el sistema de libertades públicas.
Somos, no lo olvidemos, una de las primeras democracias plenas del mundo –puesto 18 entre 167–, lo que es un buen espejo para las patéticas campañas que sólo buscan denigrarnos, desarrollada bajo una Monarquía parlamentaria. No es nuevo, y así son reconocidas como las democracias más avanzadas de Europa, aunque con un hecho distintivo del que habrá que aprender: la transparencia. Ningún régimen saltó por los aires con un referéndum, si previamente no se había acordado un nuevo marco constitucional, así que los que propugnan ahora un referéndum eluden un paso fundamental. Los regímenes, sea repúblicas –incluso las adjetivadas como «democráticas» o «populares»– o monarquías caen porque no responden a los principios democráticos, porque son sencilla y llanamente dictaduras. Los que propugnan un referéndum en España para dilucidar el tipo de Estado olvidan que ese fue uno de los ejes sobre los que giró la Transición: el problema no era república o monarquía, sino democracia. Queda claramente recogido en un sondeo de NC Report que publicamos hoy. Un 54,8% prefieren una monarquía, frente al 38,5% que optan por una república, siendo más el apoyo hacia una u otra opción en función de la edad, los más mayores el primero y los más jóvenes el segundo. Algo que se repite al preguntar sobre si está a favor de referéndum, con un 50,8% en contra y un 43,4% a favor, exactamente con las mismas franjas generacionales. La unanimidad es mayor ante la opinión que merece la decisión de que Juan Carlos I se haya ido de España: el 71,3% es favorable. Sin embargo, la valoración sobre su papel en la Transición se ve muy positivamente, con un 77,5%, lo que da pistas de que hay que diferenciar entre los problemas legales que el rey emérito puede tener con el fisco, de su papel político innegablemente unido a la defensa de la democracia. En este sentido, no es extraño, por lo tanto, que en un momento tan complejo para la Corona, con una verdadera campaña política en contra desde sectores del Gobierno, el vinculado a Pablo Iglesias, el reinado de Felipe VI tenga una valoración positiva del 65,6%.
El republicanismo español, o lo que queda de él, cree que puede haber un cambio de régimen como en 1931, pero hay una diferencia fundamental: la actual monarquía está comprometida y es inseparable de nuestra democracia. Por contra, la Segunda República, está mitificada, pero sólo en su desastroso final del Frente Popular de las izquierdas, cuando en realidad tuvo grandes carencias en su régimen de libertades, tolerancia y convivencia. Los peores enemigos de la República fueron los antidemócratas, de uno y otro lado. Parece que estas lecciones no se quieren aprender y seguir manipulando la historia. El propio Azaña se lamentó de los principales enemigos de España en aquel momento: los nacionalistas y el izquierdismo socialista. Es decir, falta una actitud liberal que, lo que son las cosas, está plenamente representado por la Monarquía parlamentaria.
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