06/05/2021 |
La presidenta de la Comunidad de Madrid representa el relevo generacional frente a Feijóo.
El «efecto Ayuso» ha llegado también a las organizaciones regionales del PP para introducir en el imaginario del partido la idea de que si Pablo Casado tiene algún tropiezo, «la nueva alternativa está en Madrid». La presidenta madrileña representa el cambio generacional frente al referente del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo.
El político gallego tiene un dominio orgánico del partido del que carece Ayuso, pero no ha dejado hasta ahora de dar la sensación de que está más de retirada, que de llegada. Si diera el paso, el partido le seguiría, pero después de las elecciones del 4-M el poder territorial reconoce a Ayuso, sin matices, como alternativa.
De la misma manera que en la estructura orgánica ya han tomado nota del «choque inevitable» entre los equipos de Génova y de Sol, que siempre existe, por otra parte, entre el liderazgo nacional y el de la Comunidad de Madrid. Este caso no es una excepción, por más que la dirección popular se empeñe en atribuirse el mérito y la paternidad de la carrera política de la presidenta.
Ese choque ya se notó en la noche electoral entre los dos equipos, y en el PP dan por hecho que «irá a más», aunque Casado y Ayuso sean capaces de guardar mejor las formas que algunos de sus antecesores. Diga lo que diga el discurso oficial de Génova, de la misma manera que el poder territorial ha sido crítico con la autonomía de Ayuso en la gestión de la pandemia, ahora también le reconocen su autonomía con respecto a Casado. De hecho, tienen claro que los votos de Ayuso, «prestados», como ella misma ha reconocido, no son votos de Casado, sino que responden a una nueva manera de hacer política, que por su «irreverencia» o su «frescura» ha sido capaz de conectar con votantes del centro y con una parte de la izquierda también.
Las victorias electorales tienen el poder de hacer que las percepciones giren 180 grados, y que Ayuso haya pasado de ser vista como un peligro para la imagen de la dirección nacional y la estabilidad de Casado, por su decisión de confrontar con Pedro Sánchez y de plantear siempre una alternativa incluso en la gestión sanitaria, a que ahora se la considere como una opción de futuro, si Casado tiene un tropiezo.
La competencia, que ya existe entre los equipos de uno y otra, no tiene a medio plazo consecuencias en el liderazgo del partido. Pero aunque se cuiden las formas, en el entorno de Ayuso han tomado nota de las zancadillas que Génova ha puesto para que no se haga con la presidencia regional del partido, en esa obsesión de Casado por evitar episodios del pasado y mantener el control total de la organización. Génova no quiere «Gallardones ni Aguirres ni Cifuentes». Pero Ayuso jugará la batalla por hacerse con la Presidencia del PP de Madrid, aunque ayer, en una entrevista en Más de Uno, en Onda Cero, rehusara «mojarse» al respecto para evitar la imagen de pelea con Génova. En el entorno de Ayuso también han tomado nota de las críticas que se vertían en el círculo de Casado contra ella en los momentos más duros de la gestión sanitaria, desde la desconfianza en el acierto de sus arriesgadas decisiones. Mientras que ahora, por contra, de lo que presumen es de que «vaya lo que hemos conseguido hacer con Isa». Dentro de los equilibrios internos, el 4-M abre una nueva etapa en el PP que lleva al partido a reflexionar sobre la relevancia de un liderazgo que sea capaz de construir un espacio a su alrededor de sustitución del «sanchismo». Ayuso ha ganado al «sanchismo» sin seguir las indicaciones de Génova, y, de hecho, hasta ahora las operaciones de Casado para reunificar al centro derecha han estado condenadas al fracaso. Rompió con Vox, por ejemplo, y fue superado por este partido en Cataluña.
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