20/11/2022 Alfonso Masoliver |
Drissa camina enfurruñado entre sus campos de algodón. Hoy ha vuelto a discutir con otro de sus hermanos sobre qué deberían plantar el año que viene en cuatro de las seis hectáreas de cultivo que poseen al sur de Mali, en la región de Sikasso. Es otro año más donde los tres hermanos no se ponen de acuerdo. Finalmente saldrá lo que Drissa decida porque él es el hermano mayor y, desde la muerte de su padre a causa de un cáncer de próstata, también es el jefe de la familia. Y su palabra es la ley. Pero los hermanos discuten la ley aunque la tradición no lo vea con buenos ojos porque “la juventud de hoy es ambiciosa”, en opinión de Drissa, “y ya no saben contentarse con lo que Dios les ha dado”. Mientras caminamos, nos entretenemos estudiando la cosecha de este año y acariciamos las flores amarillentas que comienzan a brotar, antes de que muten y se conviertan en la codiciada sustancia por la que Drissa y sus hermanos riñen cada año. Seguir leyendo>>
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