5.04.13
Cesaropapismo a la catalana
El cesaropapismo es una anormalidad doctrinal, espiritual, eclesial e histórica que la Iglesia ha tenido que afrontar en diversos momentos de su historia. Consiste en el maridaje antinatural entre los poderes religiosos y civiles, sin que se dé la necesaria separación de los ámbitos de cada uno de ellos. No se debe confundir con la confesionalidad de los estados que, bien regulada, es no solo perfectamente legítima sino además compatible con la democracia -en Europa hay estados confesionales tanto protestantes como católicos-.
El cesaropapismo ha afectado muy especialmente a las iglesias ortodoxas, pero no son ellas el objeto de este post. La noticia que damos hoy, recogiéndola de un medio de comunicación independentista catalán -y que está siendo a su vez difundida por otros medios similares- es el viaje de la vicepresidenta a Roma del gobierno de la Generalidad de Cataluña. ¿Qué busca doña Joana Ortega? Pues que la Santa Sede nombre a un sucesor de los apóstoles en la archidiócesis de Barcelona que sea catalán y, sobre todo, nacionalista. Es decir, no les vale con que sea catalán. Ahí están los ejemplos de Mons. Iceta y Mons. Munilla, obispos de Bilbao y San Sebastián respectivamente, que son vascos pero no criados a los pechos de la ideología nacionalista-separatista. Tampoco es que sean anti-nacionalistas. Son simplemente obispos, que quieren por igual a sus fieles, independientemente de la adscripción política que tengan. Atrás quedaron los tiempos en que un obispo vasco tuvo la poca vergüenza de decir que quería más a unas ovejas -las nacionalistas y filoetarras- que a otras -las “españolistas” y víctimas de ETA-. En Cataluña no existe el problema del terrorismo, pero lo que se plantea es más o menos lo mismo.
Ustedes imagínense por un momento que Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del gobierno de España, se plantara en Roma a pedir que el sucesor de Sistach estuviera a favor de la unidad de España y en contra del proceso secesionista del gobierno catalán. O, para que sea un ejemplo más conforme con la realidad histórica de España y la Constitución, que lo hiciera el vicepresidente del gobierno aragonés. El cirio mediático que se montaría sería impresionante. Los medios de comunicación catalanes, y los de izquierda del resto de la nación española, titularían algo parecido a “Vuelve el nacional-catolicismo a España". Pero como quien hace semejante memez es la vicepresidenta de la Generalidad de Cataluña, esos mismos medios verán lo que ocurre como la cosa más normal del mundo.
Dentro del proyecto totalitario que quieren imponer en Cataluña, la Iglesia tiene un papel destacado. A los secesionistas no les interesa una Iglesia libre de ataduras políticas y que pueda ser un faro de sensatez en esa locura que puede llevar a la nación española a un enfrentamiento espantoso. El “volem bisbes catalans” se les ha quedado corto. Ahora toca “volem bisbes independentistes". Y si el Papa osa nombrar como arzobispo de Barcelona a un prelado que no se ponga para dormir un pijama con la estelada, van a acusarle de ser un instrumento del imperialismo español.
No sabemos lo que piensan hacer en la Santa Sede ante semejante intromisión política en cuestiones eclesiales. La diplomacia vaticana suele estar llena de buenas sonrisas pero tiende a ser bastante independiente, en el buen sentido de la palabra, a la hora de tratar estas cuestiones.Ni que decir tiene que lo que Barcelona necesita es un arzobispo que, como acabe de decir el Papa, “huela a oveja". Tanto si es nacionalista como si no. El criterio para nombrar obispos no lo pueden fijar los políticos. Eso es cosa de un pasado que debemos olvidar. A menos que se quiera que en Cataluña haya una Iglesia patriótica a imagen de la China, es necesario que Roma le diga a la señora Joana, con buenas formas pero claramente, que se vuelva por donde ha venido y que no ose volver a presionar para lograr que los obispos estén al servicio de su ideario político.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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