LOS VERDES DE ALCALÁ DE HENARES
El extesorero y exsenador del Partido Popular Luis Bárcenas a la salida de la Audiencia Nacional. EFE/Archivo
A mi padre le han robado las gallinas. No sabe si fue un zorro, una comadreja o quizás un visón de los que se crían en cautividad
que han liberado de la granja. El panorama que dejó a su paso fue
desolador. Cuatro gallinas muertas, tres desaparecidas, un pato
degollado y el otro –gravemente herido- fue a morir junto a la puerta de la casa.
Superado el disgusto tratamos de poner remedio al desastre y reponer
los animales. Media docena de gallinas a 10 euros cada una y dos patos a
15. En unos días superarán el estrés del traslado y empezarán a poner
huevos.
Este es el acontecimiento más importante para mi padre en los últimos meses. Es lo que ahora le importa, está jubilado y vive solo,
ya no hay mucho de lo que ocuparse pero no fue siempre así. Durante 25
años repartió su vida entre la familia, el trabajo como veterinario y la
alcaldía de un pueblo de la provincia de Pontevedra. Fue un alcalde
rural entregado, vocacional y convencido de la importancia de ser honesto en el servicio público.
Sus mayores quebraderos de cabeza se los dio siempre la concejalía de
urbanismo, o mejor dicho, quienes intentaban servirse de ella para sus
negocios privados. Entró y salió en el ayuntamiento con las mismas propiedades
–su vivienda y un coche- y una cuenta en el banco donde ingresaba un
único sueldo, el de veterinario. Mi padre es sólo uno más de los miles
de alcaldes que trabajan por todos los rincones de este país sin buscar más beneficio que el de su comunidad.
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Mientras tres ex secretarios generales del PP desfilaban ante el juez Ruz, mi padre preparaba una trampa para cazar al ladrón de sus gallinas. De otros ladrones ya no se ocupa aunque a veces aún se indigna.
A los que han dedicado su vida al servicio público porque creían
firmemente en él no les cabe en la cabeza que se puedan amasar fortunas
desde la política. En su día, mi padre se subía por las paredes al
hablar de Roldán,
ahora Bárcenas le pone igual de furioso pero junto a la indignación
arrastra un poso de tristeza. Tiene la sensación de que mientras él
defendía con su trabajo la importancia de la política otros se burlaban de ella utilizándola para su propio beneficio.
Son muchos años viendo miserias y no sólo en el telediario si no en los
ayuntamientos de los alrededores porque en la provincia de Pontevedra
se han escrito grandes historias de corrupción.
Cuando Bárcenas exhibe sus papeles de la vergüenza, quienes más la
sufren no son los dueños de los grandes despachos de la sede del PP. Los
que peor lo llevan son los que han trabajado honestamente desde ese partido sin
mesas ni moquetas y con las dificultades propias de su entorno. A veces
las necesidades económicas, a veces también el miedo.
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