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Autor: Federico Suárez Verdaguer
| Fuente: arvo
La Honradez Intelectual
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Lo que no es verdadero no es real. La mentira y el
error (más aún la primera que el segundo), por estar en desacuerdo con
la realidad, con lo que es, acaban provocando daños a la corta o a la
larga.
La Honradez Intelectual
Una definición evidente debió ser hacia el final de la
década de los veinte, cuando un filósofo francés recientemente fallecido,
Etienne Gilson, pronunció en la Universidad de Harvard una conferencia
dirigida a los postgraduados en Artes y Ciencias. Versó sobre
la Ética de los Estudios Superiores, y en el curso
de la exposición habló de la honradez intelectual diciendo que
no era otra cosa sino «un respeto escrupuloso por la
verdad».
Es muy probable que los postgraduados en Ciencias asimilaran más
fácilmente que los de Letras esta afirmación. Para los cultivadores
de las ciencias de la Naturaleza (físicos, químicos, biólogos, astrónomos,
botánicos, etc.) esta definición de la honradez intelectual se les
debe aparecer casi como evidente. Dado su modo de trabajar
les resulta muy difícil exponer opiniones falsas e infundadas, pues
cualquier ligereza en este tipo de ciencias es detectada con
rapidez.
La realidad del mundo físico, el ser propio de
las cosas y las leyes que rigen sus relaciones no
se prestan fácilmente a tergiversaciones, ni tampoco a ser objeto
de manipulación, dado que su veracidad puede ser comprobada sin
grandes dificultades. Así, el fraude intelectual en este campo es
poco duradero incluso en las condiciones óptimas (en caso de
«doctrina oficial»), y cuando es descubierto suele terminar con el
prestigio de quien lo sostuvo por prestar mayor crédito a
las ideas inventadas por un hombre que a las pruebas
de la experiencia. El conocido fracaso del biólogo soviético Lyssenko*
es una manifestación de hasta qué punto esto es así.
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