01/10/2021 |
La fiebre está bajando en el mundo del separatismo y sus agitadores se están empezando a romper la cabeza para que el descenso evidente del apoyo del poble catalá en nombre del cual hablan con manifiesta apropiación ilícita y falsaria no se note demasiado porque eso les obligaría a enfrentarse de cara a su propio fracaso político.
Llevamos ya varias ocasiones en las que se puede contrastar el evidente descenso en la respuesta de la población respecto de las manifestaciones que se venían produciendo desde que en 2012 Artur Mas se lanzó a chantajear al entonces presidente Mariano Rajoy con la exigencia de un concierto económico para Cataluña bajo la amenaza de impulsar el movimiento independentista, cosa que hizo ante la negativa de Rajoy a ceder ante sus pretensiones.
En aquel entonces las demostraciones populares en las Diadas de los años sucesivos constituyeron un rotundo éxito del independentismo en la medida en que muchos catalanes creyeron a pies juntillas las promesas de una Cataluña independiente, próspera, mecida en niveles de bienestar desconocidos hasta entonces por los abusos de España y acudían masivamente a aquella exhibición anual de la “revolución de las sonrisas” convencidos de que la Arcadia feliz que les estaban prometiendo estaba al alcance de la mano.
Eran los tiempos en los que hizo furor entre las gentes ignorantes de los datos de la realidad aquella infamia del “España nos roba” que se transmitía incluso a los niños en los colegios y en los que en TV3 se hacían programas de televisión en que los más pequeños explicaban por qué Cataluña tenía que ser independiente: “Para que España no nos quite nuestro dinero”, decían las criaturas, adoctrinadas ya a tan corta edad.
El simulacro de referéndum ilegal que se conmemora hoy una vez más se celebró pero ningún país hizo el menor movimiento para reconocer los resultados de una consulta que careció de las más elementales garantías y que sólo sirvió para instituir la fecha como uno de los múltiples hitos históricos con los que el independentismo celebra unos fracasos que quedan sin embargo elevados a la categoría de efemérides gloriosas.
A continuación del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 la independencia fue proclamada y a los pocos segundos suspendida para estupor de los independentistas crédulos, que eran la inmensa mayoría.
Luego el Parlamento español aprobó la aplicación del artículo 155 de la Constitución pensado para el caso en que una Comunidad Autónoma atentara gravemente al interés general de España y pasados dos meses se celebraron elecciones en Cataluña que ganó un partido constitucionalista, Ciudadanos, pero en las que los partidos independentistas formaron gobierno.
Desde entonces todo ha sido dar vueltas a una noria en las que se ha condenado a Cataluña entera a encerrarse en sí misma sin poder albergar las mínimas perspectivas de futuro que no pasen por la previa separación de España.
Y mientras los sucesivos gobiernos han seguido empecinados en una independencia que ya había demostrado ser un intento destinado al fracaso, la comunidad perdía el liderazgo económico de España, las empresas huían de allí, se producía un dramático empobrecimiento cultural y la sociedad se dividía dramáticamente en dos mitades enfrentadas. Un desastre sin paliativos.
El paso del tiempo está devolviendo el sentido de la realidad a muchos miles de catalanes que han visto como la prometida independencia no llega y no va a llegar nunca, que la comunidad internacional democrática no está dispuesta a “comprar” que en Cataluña se padece una opresión brutal y que los derechos y libertades públicas son perseguidos por un Estado totalitario como ellos dicen que es España.
Y que ven también cómo desde que la independencia se convirtió en la única política, Cataluña ha dejado de estar gobernada en los asuntos de la cosa pública porque no ha habido más que un esfuerzo, una obsesión y el mantenimiento de una mentira.
Por eso los sondeos de opinión registran estos días un porcentaje muy mayoritario de quienes consideran ya que la independencia no se va a lograr, que es una ficción.
Eso es lo que explica la cada vez más menguante asistencia a las convocatorias hechas por las organizaciones independentistas para que el poble catalá salga a la calle a demostrar su fervor secesionista.
Y nada ha servido para recuperar el fervor secesionista, ni siquiera la extraordinaria violencia callejera desatada por los CDR a partir de la publicación de la sentencia del Tribunal Supremo en octubre de 2019, varios de cuyos miembros están ya procesados por presunta pertenencia a organización terrorista.
Esa dramática pérdida de apoyos se ha venido produciendo año tras año pero ha resultado muy evidente en la última Diada. El 11 de septiembre de 2021 las organizaciones independentistas no lograron atraer a las calles más que a 100.000 personas según cálculos de la Guardia Urbana de Barcelona habitualmente generosa a la hora de contabilizar los asistentes a actos por la secesión.
Los convocantes estaban satisfechos porque se temían una cifra aún menor de manifestantes pero ese día se evidenció, por un lado, la progresiva falta de capacidad de arrastre del independentismo y por otro la profunda división interna del independentismo y sus divergentes estrategias para el futuro, lo cual está contribuyendo a debilitar seriamente el movimiento .
Esa pérdida de respuesta popular se ha venido produciendo desde entonces en cada manifestación de protesta: tras la detención en la isla italiana de Cerdeña del fugado de la Justicia Carles Puigdemont, quienes se concentraron frente al consulado italiano en la capital catalana sumaron apenas 500 personas mayoritariamente de mediana edad.
Y eso a pesar de que allí se concentraron los líderes de todas las formaciones independentistas y que los CDR habían llamado a una protesta masiva bajo el lema “Llenemos las calles de rabia”. No fue posible, no hubo masa crítica para inundar con ira las calles de Barcelona .
Otro tanto ha sucedido ayer con la movilización convocada para protestar por la presencia del Rey en Barcelona, a donde Felipe VI había acudido con el presidente del Gobierno Pedro Sánchez para inaugurar el Salón Automóvil Barcelona. Donde habitualmente se concentraban al menos 1.000 personas, ayer no había ni 200, la mayoría de nuevo de cierta edad.
Y así sucede que los actos para conmemorar el fracaso del 1 de octubre de 2017 se van a diluir por las organizaciones convocantes en pequeñas dosis para intentar ocultar que las manifestaciones masivas en pro de la independencia ya han pasado a mejor vida y son cosas de un pasado que no va a volver.
El problema de los dirigentes secesionistas es que su mayor argumento, el que han utilizado una y otra vez para justificar su delirio y su decisión de ignorar hasta el punto de violar las leyes, era que ellos actuaban en nombre de la voluntad popular, a la que atribuían un poder absoluto e incontestable, por encima de la ley y de la Constitución. De ahí su afán por las convocatorias masivas, las que creían que les otorgaban una patente de corso para actuar contra la democracia española.
Pero, a tenor de la respuesta callejera, el apoyo popular, antes fervoroso, parece estar desinflándose progresivamente y eso les deja indefensos ante lo que todos ellos -todos- saben que es un objetivo ficticio y por eso inalcanzable.
Podrán encubrir esta realidad una vez, dos, tres, pero al final se desvelará abiertamente lo que los sondeos de opinión reflejan con cada vez mayor claridad: que la independencia es un cebo en el que cada vez pican menos catalanes.
Y esa es la mejor noticia que podíamos esperar quienes defendemos que la unidad de la España democrática y constitucional acabará venciendo por desistimiento del adversario. Tarde eso lo que tarde, el resultado está ya escrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario