02/10/2021 David Alandete |
El Partido Demócrata, que de momento ostenta todo el poder en Washington, está en fase de implosión. Los llamados 'progresistas', el ala izquierda en el Capitolio, siguen condicionando cualquier ley que tenga que ver con financiación pública y presupuestos a que se apruebe un faraónico plan de 3,5 billones de dólares (al cambio, unos 3.020.000.000.000 euros) al que los republicanos y los moderados de su propio partido se oponen.
El presidente, mientras, ha tomado la iniciativa para tratar de salvar un plan de infraestructuras de consenso, y una ampliación del techo de gasto. En una maniobra de último minuto, ayer Joe Biden tomó la poco común decisión de presentarse en el Capitolio para reunirse con todos los demócratas, y tratar de convencerles de que aparquen sus diferencias. El presidente fue él mismo senador 36 años, y sabe de la importancia de esos gestos.
Este viernes seguían las frenéticas reuniones para tratar de llegar a un compromiso, que cada vez parecía más inalcanzable. De momento, el jueves los demócratas fueron capaces de aplazar dos meses el cierre del gobierno, al aprobar una prórroga de los presupuestos. Pero quedan pendientes un plan de inversión en infraestructuras de 1 billón de dólares, consensuado con los republicanos, y, lo más urgente, ampliar el techo de gasto. Si esto último no se hace, el gobierno estadounidense puede comenzar a entrar en suspensión de pagos el 18 de octubre. Biden ha hecho parte crucial de su agenda tanto la inversión en infraestructuras como en gasto social.
Ya de madrugada el jueves, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, pospuso una votación sobre el paquete de infraestructuras, que urge porque además financia la llamada Administración Federal de Carreteras, que se dedica a supervisar el transporte por carretera y gestiona las ayudas federales a esas autovías.
Es cierto que los demócratas controlan la Casa Blanca y el Capitolio, pero sus mayorías en este último son exiguas. Gozan de un solo voto de ventaja en el Senado y ocho en la Cámara de Representantes. Eso le da un poder inusitado a los llamados progresistas, un grupo de casi 100 diputados comandados por el senador Bernie Sanders.
El famoso plan de gasto social de los 3,5 billones incluye todo tipo de subsidios por desempleo, vivienda, educación y medio ambiente. Dos senadores demócratas lo ven imposible, Joe Manchin de Virginia Occidental y Kristen Sinema de Arizona, ambos de estados republicanos. El primero ha dicho que lo máximo que se plantea es un paquete de gasto social de 1,5 billones, que ya es medio billón más que la inversión en infraestructuras. Los llamados progresistas se oponen.
Muy a su pesar, Biden se ha convertido en el principal mediador entre ambas facciones de su propio partido, que podrían en realidad aprobarlo todo por su cuenta y sin un solo voto republicano. El presidente estuvo haciendo llamadas y tratando de acercar posiciones hasta la madrugada del jueves y durante toda la jornada de ayer. Hasta canceló un viaje a Chicago el miércoles para poder ayudar a llegar a un punto de consenso que se antoja lejano. Tras esas jornadas maratonianas, acabó la semana, ayer, con su viaje al Capitolio.
Todo lo que hagan los demócratas ahora les va a pasar factura. En un año se celebran de nuevo elecciones parciales, en las que se renueva un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes. Según las últimas encuestas, los republicanos pueden recuperar al menos la mayoría en esta última. La popularidad de Biden también se ha hundido tras la apresurada retirada de Afganistán.
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