El 12 de mayo de 2007, la Asociación de Víctimas del Terrorismo
convoca en Madrid, en los aledaños de la Plaza de Colón, la décima
manifestación anti ETA desde la llegada de Rodríguez Zapatero al
Gobierno tres años antes.
Juan Carlos Vera, el
secretario de Organización del Partido Popular, se pasea por la zona
para cerciorarse de que todo está en orden. Se percata de que en uno de
los tenderetes en los que se venden banderas españolas, camisetas e
insignias, destaca una enseña nacional con el escudo preconstitucional.
Se acerca al vendedor y le pregunta cuántas tiene y cuál es su precio.
Le responde que le quedan cinco y que cada bandera cuesta diez euros. El
dirigente popular no lo duda y le dice: "Deme todas". Pretende
retirarlas de la venta. Paga cincuenta euros, hace un paquete con todas
ellas y se las lleva a la sede del PP, que está situada en el número 13
de la calle Génova, muy cerca del lugar de la convocatoria. Allí las
guarda en un cajón y hace un recibo por importe de los cincuenta euros,
que han salido de su bolsillo. Días después se lo entrega a su
secretaria para que se lo paguen en metálico. Cuando el recibo llega a
la mesa del gerente del partido, que tiene la fama de controlar hasta el
último céntimo de las arcas del PP, éste se niega a pagarlo y justifica
el motivo:
-Sin ticket de caja no hay pago.
Vera se queda sin sus cincuenta euros y con cara de idiota.
¿Pero
quién era aquel personaje intransigente que se niega a entregarle un
billete amarillo de cincuenta euros a un alto cargo del partido? Se
llama
Luis Bárcenas, el
número dos de la tesorería del PP. El hombre de confianza del tesorero
Álvaro Lapuerta. El gerente del PP desde 1991, cuando ascendió a ese cargo promovido por el tesorero
Ángel Sanchís
y, dos años después, fue ratificado por el nuevo tesorero Álvaro
Lapuerta, que sustituyó al anterior tras el escándalo Naseiro por un
caso de financiación irregular. Además, Bárcenas repite como senador por
Cantabria en una segunda legislatura y es miembro de la Ejecutiva
Nacional. Una de las carreras políticas más meteóricas en el seno del
PP, del que es militante desde 1982 cuando el partido se llamaba Alianza
Popular y estaba bajo la batuta de
Manuel Fraga.
En aquel año de 2007, sus compañeros de partido, incluido el propio
agraviado Vera, ya intuyen que Bárcenas inexorablemente se postula como
el sustituto natural del histórico Álvaro Lapuerta, al borde de la
jubilación por su avanzada edad, para responsabilizarse de la caja de
caudales del PP. El espaldarazo definitivo le llegaría en junio de 2008
durante la celebración del XVI Congreso de los populares en Valencia. En
esa ocasión,
su ascenso quedaba avalado por el nuevo presidente del PP, Mariano Rajoy.
De
cara a la opinión pública, esa era la biografía oficial, la tarjeta de
visita, de Bárcenas pero, como sucedía con otros políticos corruptos, el
cajero del PP también dedicaba su tiempo libre a negocios
mucho más lucrativos. Por todo ello, no provoca ninguna sorpresa que, en
el mismo año en que era nombrado gerente del partido -en 1991-,
Bárcenas disfrutaba de su primera cuenta secreta en Suiza, en el Banco
Dresdner Bank de Zurich.
Resulta realmente premonitorio que, ya en 1993, el periodista
Graciano Palomo, en su libro 'El Túnel', en el que trata la "larga marcha de la derecha española hacia el poder", definía a Bárcenas como "
el inquieto, inquietante e incombustible gerente, la persona en posesión de la llave de la ´santabárbara` económica del PP"
En el inicio de los noventa, años de penurias económicas para las arcas
del PP como para la sociedad española, Bárcenas acumulaba varias cuentas
cifradas en Suiza. Y si las tenía, sin duda alguna, era para
alimentarlas. Y e
l dinero comienza a llegarle a espuertas, a partir de 1993, cuando se cruza en su camino un personaje, tan inquietante como él, llamado
Francisco Correa Sánchez.
El empresario madrileño gestionaba a través de una agencia de su
propiedad los viajes de la cúpula directiva del PP así como los
desplazamientos de sus diputados, senadores y europarlamentarios. Era un
negocio lucrativo. Después se encargaría con un
contrato en exclusiva de la organización de los eventos políticos y electorales del Partido Popular.
Así es como conoce a Bárcenas con quien establece una buena relación.
Además, Correa se relaciona con altos cargos de la administración local y
regional de Madrid en negocios inconfesables. Dispone de
barra libre en ayuntamientos como Pozuelo de Alarcón, Arganda, Boadilla del Monte o Majadahonda, todos ellos en manos de alcaldes del PP. Uno de sus mejores amigos es
Alejandro Agag, el
yernísimo de Aznar, de quien es testigo en su boda con la hija del ex presidente del Gobierno.
Para coordinar y percibir los emolumentos de todas sus actividades,
Correa se ve obligado a pasar por el despacho del gerente de Génova, con
quien pronto hace buenas migas: "Tú me das y yo te doy". Es el acuerdo
suscrito por ambos en un documento imaginario, de los que no dejan
rastro. Pero como los movimientos del dinero y las transferencias a las
cuentas helvéticas de Bárcenas, que ascienden a cientos de miles de
euros, son imborrables, la Policía sí logra descubrir la contabilidad
opaca de ambos.
Cuando el gerente de los populares se niega a abonar los cincuenta
euros por las cinco banderas por falta de ticket de caja, ya ha
percibido de Correa 459.565 euros en el año 2002 y 515.350, en 2003.
Estaba claro que, en lo concerniente a su peculio,
Bárcenas no se aplicaba las normas internas de Génova. La cuenta bancaria 8401489 en el Dresdner Bank de Ginebra, a nombre de la
Fundación Sinequanon, constituida por él en 2005 y radicada en Panamá,
era
la perceptora de los beneficios de una imbricada trama societaria que
le permitía la ocultación de más de 50 millones de euros.
Correa y Bárcenas eran
dos de los nuestros
en un entramado millonario dentro de la estructura partidista del PP.
La relación entre ambos no era de hermandad pero sí de cordialidad.
Nunca llegaron a ser grandes amigos porque, como reconocen sus
allegados,
sólo les unía el negocio y el dinero. Además, sus personalidades eran contrapuestas. Bárcenas era un tipo ordenado y meticuloso, hasta el punto que lo apodaban
El Alemán, mientras Correa era desorganizado, aunque tenía una buena chispa para los negocios.
Correa
y Bárcenas quedaban a cenar a menudo con sus respectivas esposas, pero
tampoco ellas lograron sintonizar. A las reuniones se sumaban otras
parejas del PP.
Y así, unidos por los beneficios que acababan en Suiza,
mantuvieron una buena entente hasta mediados de 2003.
El dinero, que fue la única excusa para unirlos, también fue la causa
que los enfrentó. A partir de ese año, a causa de una disputa por uno de
los muchos negocios que se interpuso entre ambos, llegó la ruptura.
Bárcenas comenzó a desviar algunos de los trabajos a la sociedad Free Hándicap, propiedad de la que luego fue esposa de
Juan Costa, el que fuera ministro con Aznar.
El flechazo se truncó en un odio enfermizo. Correa, un
tipo de carácter irascible e irrefrenable, comenzó a despotricar de
Bárcenas. En 2004 el PP perdía las elecciones y Rajoy desembarcaba en
Génova.
Arrancaba una nueva etapa que trastocaba todos los planes del jefe de la Gürtel.
Bárcenas, en cambio, seguía igual de incombustible, amasando una gran
fortuna a costa de la militancia de su partido y de las arcas de Génova
13.
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