En este país los votantes no importan, pero los votos, a medida que la democracia se desangra, son cada vez más necesarios. Todos los partidos los solicitan a cualquier precio, incluso pagando el excesivo desembolso de cumplir lo que prometen. Los dos partidos que han gobernado España hasta el momento afilan sus argumentarios, incapaces de combatir, sin que parezca que mienten, esa nueva esperanza que está surgiendo en las casas de tantas víctimas. Desde que perdió Zapatero, nunca ha sido tan evidente la necesidad de unas elecciones generales, por las mismas razones por las que Zapatero perdió: porque en realidad no se puede seguir gobernando como si el bienestar, los derechos y la dignidad de la gente fueran tres latas que hay que tirar al suelo en una barraca de feria.
Los votos, que se miden por sangrías, hay que buscarlos ahora en el bolsillo de gente vilipendiada y empobrecida. Ese supuesto radicalismo que crece en los hogares sin duda es parangonable al radicalismo de los viajantes de comercio que nos han gobernado. Donde las dan, las toman. Así que el populismo se ha convertido en el concepto que hay que combatir, y redefinirlo, para quitarle su naturaleza, ha pasado a ser el ejercicio más perpetrado por los dos grandes partidos. Alguien dijo el otro día, en un debate televisivo, que la palabra “populismo” no venía ni en el diccionario. En efecto, no viene. Viene “populista”: perteneciente o relativo al pueblo. Ninguno de los partidos hasta ahora mayoritarios quiere ser populista, a ninguno le interesa el pueblo.
Es una pena, en efecto, pero eso se combate con embustes. Ha empezado la que seguramente vaya a ser la campaña más sucia de toda la historia democrática española. Lo más urgente que intentarán los partidos que han mandado es que los voten por lo que no son, como siempre, pero ninguno da ya más de sí. Dimite Botella y va a remplazarla el personaje que más ha reprimido las protestas en Madrid. Con Cifuentes no se caerán los árboles. Morirán de pie, como en la obra de Casona. No hay salida ni para los que tienen dinero. De hecho, si han muerto en la misma semana dos de las personas más ricas y respetadas de España, no cabe duda de que nos vamos a morir todos.
Los votos, que se miden por sangrías, hay que buscarlos ahora en el bolsillo de gente vilipendiada y empobrecida. Ese supuesto radicalismo que crece en los hogares sin duda es parangonable al radicalismo de los viajantes de comercio que nos han gobernado. Donde las dan, las toman. Así que el populismo se ha convertido en el concepto que hay que combatir, y redefinirlo, para quitarle su naturaleza, ha pasado a ser el ejercicio más perpetrado por los dos grandes partidos. Alguien dijo el otro día, en un debate televisivo, que la palabra “populismo” no venía ni en el diccionario. En efecto, no viene. Viene “populista”: perteneciente o relativo al pueblo. Ninguno de los partidos hasta ahora mayoritarios quiere ser populista, a ninguno le interesa el pueblo.
Es una pena, en efecto, pero eso se combate con embustes. Ha empezado la que seguramente vaya a ser la campaña más sucia de toda la historia democrática española. Lo más urgente que intentarán los partidos que han mandado es que los voten por lo que no son, como siempre, pero ninguno da ya más de sí. Dimite Botella y va a remplazarla el personaje que más ha reprimido las protestas en Madrid. Con Cifuentes no se caerán los árboles. Morirán de pie, como en la obra de Casona. No hay salida ni para los que tienen dinero. De hecho, si han muerto en la misma semana dos de las personas más ricas y respetadas de España, no cabe duda de que nos vamos a morir todos.
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